Ndjambu
se había casado con una mujer, que le había dado dos hijos gemelos,
un niño y una niña. El hijo, al crecer, decidió ser cazador
como su abuelo. Éste le había dejado una escopeta, de manera que el
chico cogió la escopeta, llamó a sus tres perros, que se llamaban
Trunku, Elefante y Escalera, y se fue con ellos al bosque. Cazó unas
cuantas palomas, y las trajo consigo a casa, donde las comieron.
Al
cabo de un tiempo, Ndjambu contrajo una enfermedad. Y como no
conocían el remedio parar curarla, murió. También murió la
madre, de una enfermedad parecida. Y así fue cómo los dos
hermanos se quedaron solos en el mundo. Y, aunque no tenían a nadie
que les ayudara, el chico -con su caza- proveía todo lo necesario
para poder sustentarse.
Un
día, estando en el bosque, cazó unas palomas que, al ser
alcanzadas, cayeron en la copa de un árbol. El chico subió a
ese árbol y, al llegar arriba, vio que se acercaba un fantasma con
un hacha muy afilada. El fantasma traía muy malas intenciones:
«Baja inmediatamente, que quiero matarte porque no quiero que
cuentés a nadie que vivo por aquí». El muchacho estaba atemorizado
y, naturalmente, no quería bajar del árbol. Entonces se puso a
llorar, mientras cantaba:
«Trunku,
Trunku, Elefante y Escalera,
Los
perros acudieron en su ayuda, y el fantasma escapó corriendo, porque
temía a los perros.
El
chico regresó a casa y entregó las palomas a su hermana. Pero no le
explicó nada de lo sucedido.
A
la mañana siguiente emprendió de nuevo el camino del bosque. Divisó
al fantasma a lo. lejos, y azuzó a los perros. El fantasma
desapareció al momento.
Sin
embargo, al tercer día los perros se escaparon. El muchacho siguió
cazando y, al matar a unas palomas, éstas cayeron de nuevo sobre la
copa de un árbol. El chico trepó con destreza y, al mirar abajo,
vio que el fantasma le intimidaba: «¡Esta vez no escaparás. Baja
del árbol y defiende tu vida!». El chico lloraba, cuando empezó
otra vez a cantar la canción:
«Trunku,
Trunku, Elefante y Escalera,
mis
tres perritos míos valen mucho, y Escalera».
Pero,
por mucho que insistiera, los perros se encontraban demasiado
lejos para oírle.
El
fantasma empezó a cortar el árbol, hasta que consiguió que el
chico bajara. Entonces empezaron una pelea sin cuartel: se golpeaban
por el suelo, subían a los árboles, saltaban, se perseguían con
furor. Hasta que el fantasma golpeó al muchacho con una extraña
raíz y lo partió por la mitad.
La
hermana esperaba en casa la llegada de su hermano: las cuatro, las
cinco, las seis, las siete... «¿Qué puede haberle pasado? Él
jamás llega a casa más tarde de las seis». Las ocho, las nueve,
las diez...
Murió
de tristeza al comprobar que su hermano no acudía a su espera. Los
perros se comieron a las palomas que quedaban en la casa, pero al
cabo murieron también, hambrientos. Y la casa, sola y sin recibir
ningún cuidado, se fue desmantelando. El espeso bosque ocupó de
nuevo aquel lugar.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
En
la versión ndowe, también me la cantaron en castellano.
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