Los
hijos de Ndjambu habían ido al río. Pescaban cangrejos: metían
la mano dentro de sus agujeros, les obligaban a salir, y los mataban
con el machete. Al final, los contaban: «Este cangrejo es para mi
padre; este otro es para mi madre; este otro para mi hermano...».
Ilombe,
la única hija de Ngwalezie, había encontrado un cangrejo que se
resistía a salir de su gran agujero. Ilombe metió la mano hasta la
muñeca, luego hasta el codo, a continuación todo el brazo, después
la cabeza...
Los
hijos de Ngwakondi, al ver la situación en que se encontraba, la
empujaron hasta sepultarla dentro del agujero, y lo cubrieron con
piedras y arena. Al volver a casa, Ngwalezie temió lo peor, a
pesar de que ellos disimulaban lo que había sucedido: «Se ha ido a
pescar a otra parte del río, y todavía no ha vuelto».
Desconsolada, Ngwalezie fue a visitar a Totiya, la curandera del
poblado. Ésta la tranquilizó: «Dentro de un tiempo, te llamaré.
Entonces sabrás qué debes hacer para recuperar a tu hija
Ilombe».
Ngwalezie
esperó durante mucho tiempo. Durante esa espera le nació otro
vástago, un niño. Cuando el segundo hijo creció, aprendió a ir al
río para pescar cangrejos. Y, al terminar la pesca, los contaba:
«Este cangrejo es para mi padre; este otro es para mi madre
Ngwalezie; este otro...». Siempre que debía mencionar a su hermana,
los hijos de Ngwakondi se echaban a reír. Hasta que él se cansó de
tanta burla y habló con su madre: «¿Es que no tengo ningún
hermano?». Ngwalezie le contestó: «Tenías una hermana, pero
desapareció en el río». El hijo objetó: «Si es verdad que ha
desaparecido, debes hacer todo lo que puedas para recuperarla
enseguida»i.
Ngwalezie
volvió a casa de Totiya, y ésta le dijo: «Ha llegado, entonces,
la hora de recuperar a Ilombe. Toma esta medicina, esta pócima
que he elaborado para ti: acude con ella al río, y donde veas unas
piedras empieza a llamar a tu hija con todo el desconsuelo que has
acumulado. Entonces verás que por el río aparecerán bananas,
plátanos, toda clase de manjares, telas y vestidos. No los
toques. Luego aparecerá un ataúd barnizado, lleno de oro, mercurio
y otros minerales. Tampoco lo toques. A continuación saldrá
del río otro ataúd sin barnizar, en el que está tu hija. Tienes
que frotarle los cabellos, las uñas y las piernas con la medicina
que te he dado, y tendrás a tu hija sana y salva».
Ngwalezie
cogió el ungüento de Totiya, y buscó las piedras del río. Encima
de ellas, clamó amargamente por su hija: «Ilombe, hija mía, ¿dónde
estás?, ¿a qué lugar te han llevado?». Y el llanto de la mujer
provocaba la salida, sobre el agua, de toda clase de alimentos y de
vestidos. Ngwalezie no tocaba nada, y proseguía su lamento. Apareció
el primer ataúd, lleno de oro, mercurio y otros minerales, y
Ngwalezie no quiso acercarse a él. Sólo acudió a la salida del
segundo ataúd; y al ver que Ilombe se encontraba dentro de él, untó
con el ungüento mágico las piernas, las uñas y los cabellos
de su hija, que recobró la vida y reconoció a su madre.
Al
volver al poblado, Ngwakondi se puso furiosa y llamó a sus hijos:
«Desde luego, parece que no tengáis valentía para nada. Habíais
matado a Ilombe, pero Ngwalezie la ha recuperado y vivirá con ella a
partir de ahora. Quiero ver si vosotros sois capaces de lo mismo». Y
agarrando a su hija, la llevó al río, la metió en un agujero de
cangrejos y la sepultó con piedras y arena. A continuación visitó
a la curandera, Totiya, que le dio el mismo ungüento y las mismas
instrucciones.
Cuando
Ngwakondi estuvo situada en aquel lugar del río, empezó a llamar a
la hija muerta: «Hija mía, ¿dónde estás? Acude a mi llamada».
Aparecieron la comida y las telas, y Ngwakondi pensó: «Y, mientras
espero la llegada de ,mi hija, ¿tengo que dejar pasar todas estas
riquezas?». Y empezó a recoger todo lo que pudo. También recogió
oro y mercurio del primer ataúd; y, cuando llegó el segundo,
apareció en él la hija de Ngwakondi víctima de una enfermedad
repugnante e incurable.
Ngwakondi,
desazonada, recuperó a su hija mediante la unción del ungüento;
pero, al llegar a casa, y viendo aquella repugnante enfermedad,
sus hermanos la rechazaron y la apedrearon hasta producirle la
muerte.
Ndjambu,
conocedor de todo lo ocurrido, decidió pasar a vivir con Ilombe y
con Ngwalezie. Y Ngwakondi, por no haber sabido respetar a una mujer,
recibió su castigo.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
Esta
afirmación introduce una variante respecto a los cuentos 25 y 26:
ahora deberá ser la propia Ngwalezie la que supere una prueba
dificil para recuperar a la hija muerta.
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