Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 31 de enero de 2015

La muerte de ilombe .017

Los hijos de Ndjambu habían ido al río. Pescaban cangrejos: me­tían la mano dentro de sus agujeros, les obligaban a salir, y los mata­ban con el machete. Al final, los contaban: «Este cangrejo es para mi padre; este otro es para mi madre; este otro para mi hermano...».
Ilombe, la única hija de Ngwalezie, había encontrado un cangrejo que se resistía a salir de su gran agujero. Ilombe metió la mano hasta la muñeca, luego hasta el codo, a continuación todo el brazo, después la cabeza...
Los hijos de Ngwakondi, al ver la situación en que se encontraba, la empujaron hasta sepultarla dentro del agujero, y lo cubrieron con pie­dras y arena. Al volver a casa, Ngwalezie temió lo peor, a pesar de que ellos disimulaban lo que había sucedido: «Se ha ido a pescar a otra parte del río, y todavía no ha vuelto». Desconsolada, Ngwalezie fue a visitar a Totiya, la curandera del poblado. Ésta la tranquilizó: «Dentro de un tiempo, te llamaré. Entonces sabrás qué debes hacer para recu­perar a tu hija Ilombe».
Ngwalezie esperó durante mucho tiempo. Durante esa espera le nació otro vástago, un niño. Cuando el segundo hijo creció, aprendió a ir al río para pescar cangrejos. Y, al terminar la pesca, los contaba: «Este cangrejo es para mi padre; este otro es para mi madre Ngwalezie; este otro...». Siempre que debía mencionar a su hermana, los hijos de Ngwakondi se echaban a reír. Hasta que él se cansó de tanta burla y habló con su madre: «¿Es que no tengo ningún hermano?». Ngwalezie le contestó: «Tenías una hermana, pero desapareció en el río». El hijo objetó: «Si es verdad que ha desaparecido, debes hacer todo lo que puedas para recuperarla enseguida»i.
Ngwalezie volvió a casa de Totiya, y ésta le dijo: «Ha llegado, en­tonces, la hora de recuperar a Ilombe. Toma esta medicina, esta póci­ma que he elaborado para ti: acude con ella al río, y donde veas unas piedras empieza a llamar a tu hija con todo el desconsuelo que has acumulado. Entonces verás que por el río aparecerán bananas, pláta­nos, toda clase de manjares, telas y vestidos. No los toques. Luego aparecerá un ataúd barnizado, lleno de oro, mercurio y otros minera­les. Tampoco lo toques. A continuación saldrá del río otro ataúd sin barnizar, en el que está tu hija. Tienes que frotarle los cabellos, las uñas y las piernas con la medicina que te he dado, y tendrás a tu hija sana y salva».
Ngwalezie cogió el ungüento de Totiya, y buscó las piedras del río. Encima de ellas, clamó amargamente por su hija: «Ilombe, hija mía, ¿dónde estás?, ¿a qué lugar te han llevado?». Y el llanto de la mujer provocaba la salida, sobre el agua, de toda clase de alimentos y de vestidos. Ngwalezie no tocaba nada, y proseguía su lamento. Apareció el primer ataúd, lleno de oro, mercurio y otros minerales, y Ngwalezie no quiso acercarse a él. Sólo acudió a la salida del segundo ataúd; y al ver que Ilombe se encontraba dentro de él, untó con el ungüento mági­co las piernas, las uñas y los cabellos de su hija, que recobró la vida y reconoció a su madre.
Al volver al poblado, Ngwakondi se puso furiosa y llamó a sus hijos: «Desde luego, parece que no tengáis valentía para nada. Habíais matado a Ilombe, pero Ngwalezie la ha recuperado y vivirá con ella a partir de ahora. Quiero ver si vosotros sois capaces de lo mismo». Y agarrando a su hija, la llevó al río, la metió en un agujero de cangrejos y la sepultó con piedras y arena. A continuación visitó a la curandera, Totiya, que le dio el mismo ungüento y las mismas instrucciones.
Cuando Ngwakondi estuvo situada en aquel lugar del río, empezó a llamar a la hija muerta: «Hija mía, ¿dónde estás? Acude a mi llama­da». Aparecieron la comida y las telas, y Ngwakondi pensó: «Y, mien­tras espero la llegada de ,mi hija, ¿tengo que dejar pasar todas estas riquezas?». Y empezó a recoger todo lo que pudo. También recogió oro y mercurio del primer ataúd; y, cuando llegó el segundo, apareció en él la hija de Ngwakondi víctima de una enfermedad repugnante e incurable.
Ngwakondi, desazonada, recuperó a su hija mediante la unción del ungüento; pero, al llegar a casa, y viendo aquella repugnante enferme­dad, sus hermanos la rechazaron y la apedrearon hasta producirle la muerte.
Ndjambu, conocedor de todo lo ocurrido, decidió pasar a vivir con Ilombe y con Ngwalezie. Y Ngwakondi, por no haber sabido respetar a una mujer, recibió su castigo.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055


i Esta afirmación introduce una variante respecto a los cuentos 25 y 26: ahora deberá ser la propia Ngwalezie la que supere una prueba dificil para recuperar a la hija muerta.

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