Ngwalezie
había muerto, dejando a Ilombe en manos de Ngwakondi y de la
hija de ésta. No la trataban bien, y le daban poca comida. Un día,
Ilombe cogió unas berenjenas y se las comió a escondidas. Cuando
Ngwakondi regresó a casa, las echó en falta. Y preguntó quién las
había tocado. Ilombe confesó: «Las he cogido yo, porque tenía
hambre». Ngwakondi se enfadó mucho: «Sal de esta casa, y no
te atrevas a regresar hasta que traigas otras berenjenas».
Ilombe
no sabía dónde podía encontrar esa hortaliza, así que decidió
salir en busca de su difunta madre. Por el camino encontró a dos
serpientes que peleaban, y las separó. Las serpientes se lo
agradecieron: «Sigue por este camino y encontrarás lo que buscas».
Encontró también a dos cazadores que peleaban. Los separó, y
ellos se lo agradecieron: «Sigue por este camino y encontrarás
lo que buscas». Luego encontró a un diente que partía leña.
Le ayudó en su trabajo, y el diente se lo agradeció: «Entra en ese
bosque y encontrarás lo que buscas en una casita».
Ilombe
siguió su camino, y al acercarse a la casita del bosque vio que en
ella vivía una vieja muy vieja. Entró en la casa, y ayudó a la
mujer en todo lo que hacía falta. Luego le explicó su historia, y
la vieja le dijo: «No temas, porque voy a ayudarte: sigue por aquel
camino de la derecha, hasta que llegues a un castaño. Debajo del
castaño se encuentra un pozo, adonde acuden todas las mujeres
fantasmas. Espera a la última mujer, que será tu madre. Pero no te
des á conocer a las demás, porque en ese poblado no suelen aceptar
a gente viva».
Ilombe
siguió las instrucciones de la vieja. Al llegar al castaño se subió
a él, y esperó a que las mujeres del poblado se acercaran. La
última era, en efecto, su madre. Cuando recogía el agua, le echó
una castaña para llamar su atención. Ngwalezie se alegró mucho de
poder ver a su hija, pero sintió tristeza al escuchar su historia.
Le
dijo:
«Como
hoy es sábado, habrá una fiesta en el poblado. Acude a ella, pero
no participes en nada». Por la noche, Ilombe acudió a la fiesta del
poblado. Los fantasmas le ofrecían manos, senos y otras partes
humanas para comer; pero Ilombe no tomó nada, ni participó en
el baile. Más tarde apareció su madre y le dio unas berenjenas y
unas semillas para que pudiera plantarlas en su finca.
Ilombe
regresó a casa sin ningún tropiezo. Ngwakondi cogió las berenjenas
y las semillas, que plantó en la finca, y la vida prosiguió con
normalidad. Al cabo de un tiempo, Ngwakondi también falleció. Y un
día, la hija de Ngwakondi se comió las berenjenas a escondidas.
Ilombe se enfadó mucho: «¿Es que no recuerdas lo que me hicísteis
por causa de las berenjenas? Pues tú vas a pasar por la misma
prueba: sigue por ese camino, y que tu difunta madre te ayude a
encontrar más berenjenas; porque, si no es así, no volverás a
pisar esta casa».
Por
el camino, la hija de Ngwakondi encontró a dos serpientes que
estaban peleando. Cogió un palo y las apaleó hasta que se
separaron. Las serpientes le indicaron: «Sigue por este camino y
encontrarás lo que te mereces». Más tarde vio a dos cazadores que
también peleaban entre sí, y con el mismo palo los separó. Los
cazadores le dijeron: «Por este camino encontrarás lo que buscas».
Siguiendo el camino, vio que un diente cortaba leña, y le dijo:
«¿Dónde se ha visto que los dientes corten leña? Déjalo
inmediata-mente y compórtate con normalidad». El diente le
respondió: «Sigue por el camino del bosque, y ya alcanzarás
lo que te estás buscando».
Cuando
vio a la viejecita de la casita del bosque, no la ayudó en nada.
Pero la vieja también le indicó lo que debía hacer y le dio las
mismas instrucciones que había dado a Ilombe.
La
hija de Ngwakondi se situó encima del castaño, y cuando divisó a
la última mujer que acudía en busca de agua se convenció de que
era su propia madre. Cuando ésta se acercó al pozo, le echó una
castaña en el agua para que advirtiera su presencia. Ngwakondi,
feliz por ver a la hija, le advirtió: «Como hoy es sábado, si
vienes a la fiesta del poblado podré darte las berenjenas que
necesitas. Pero no participes en nada de lo que veas».
Cuando
la chica se acercó por la noche al poblado de los fantas-mas, le
ofrecieron un dedo para comer. Ella lo tomó y se lo comió sin
ningún pesar. Luego se acercó al lugar donde estaba su madre; pero,
como sentía ganas de bailar con los demás, se unió a ellos. Al
instante, uno de los fantasmas levantó su machete y le partió la
espalda.
La
hija de Ngwakondi no regresó jamás. Y, a pesar de que Ilombe la
estuvo esperando durante largo tiempo, permaneció para siempre en el
poblado de los fantasmas junto a su madre.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
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