Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 2 de julio de 2012

Pedro diez de moslares

324. Cuento popular castellano

Era un matrimonio que tenía una mula muy delgada, y la que­rían vender; pero no había quien se la comprara. Y dice Pedro a su mujer:
-María, ¿sabes lo que vamos a hacer? Es echar cinco duros en el pienso a la'mula para ver si así alguien nos la quiere comprar. Y dice la mujer:
-Es verdaz, Pedro. Has pensao muy bien.
Y así lo hicieron. Al día siguiente el tío Pedro fue a la cuadra a ver si la mula se había comido los cinco duros. Y, en efezto, los comió. Y ya había cagao uno. Se le cogió y llevó a vender la mula. Salieron dos compradores y le dicen:
-¿Nos quiere vender la mula, tío Pedro?
-Sí.
-¿Cuánto quiere por ella?
-Tres mil reales.
-Pero, hombre, ¿ustez sabe lo que dice? Si está muy delgada, y no vale eso.
-Vosotros sí que no sabéis lo que vale. Esta mula caga duros. 
-¡No diga, tío Pedro! ¿Es de veras?
-¿Querá
-Sí.
-¿Queréis verlo?
-Sí.
La dio un palo en la barriga, y cagó uno. Ya quedaron tres. Se miran el uno al otro, y aceztaron a la compra. Y le dicen:
-Pero, ¿cómo nos hemos de arreglar para que los dos reciba­mos el mismo dinero?
-Pues, muy bien, hombre. Cada noche la lleváis uno, y el día alante por la mañana, cogeréis cada uno un duro.
Se marcharon muy contentos, y dicen a sus mujeres:
-Hemos comprao una mula que caga duros.
Y al día siguiente fueron y recogieron uno. Por la noche la lle­varon en casa del otro, que al día siguiente recogió otro. Como sólo quedaba uno, le tocó al de la primera noche. Ya la llevó el otro, y no le tocaron más, como ya se habían terminao. Y ya esperaron un día más, hasta ver. En vista de que no cagaba más, dijeron:
-El tío Pedro nos ha engañao. Hay que irle a matar.
Pero él era muy listo, y ya estaba preparao. Tenía dos liebres, y la una la encerró en un cuarto. Y la otra se la cogió él. Y la dice a su mujer:
-Mira; yo me voy a esconder en la hornera, para cuando ven­gan preguntando por mí, los dices que estoy trabajando en el cam­po; pero que si no tienen prisa, mandarás al criadillo a buscarme. Y sueltas la liebre. Y a poco rato ya entraré yo con ésta haciéndole caricias.
Y así fue. Fueron los compradores buscando al tío Pedro, y los dice su mujer:
-No está; pero si ustedes no tienen prisa, mandaré a buscarle. Dijeron que bueno. Fue y soltó la liebre y la dice: 
-Criadillo, a buscar a tu amo, que venga en seguida.
La liebre se marchó escapada al monte, adonde sabe Dios, y ellos se quedaron azmiraos de cómo corría la liebre. Al poco rato entra el tío Pedro, diciendo:
-¡Qué guapa eres, monina! Que me están esperando dos seño­res, ¿eh? Así se hace. Cuando tu ama te mande a llamarme, te vas en seguida.
Entra el tío Pedro, y le dicen los compradores: 
-Pero, tío Pedro, ¿esa liebre le ha ido a buscar?
-Ésta, hijos míos, ésta.
-Nos la tiene que vender.
-De ninguna de las maneras.
-Pues, le matamos.
-Hacer lo que queráis; pero no os la vendo.
Y la mujer, para hacerles ver que era de veras lo que decía, le dijo:
-Anda, Pedro, véndela.
-Bueno, la venderé. Basta que quiera mi mujer.
-¿Cuánto quiere por ella, tío Pedro? 
-Cuatro mil reales.
-Pero, ¿ustez sabe lo que dice?
-Ésta vale un tesoro. Ésta dondequiera va a buscarme.
-Bueno, nos la tiene que vender, sea por lo que quiera.
Y le dieron los cuatro mil reales. Marcharon con la liebre a casa, y dijeron a sus mujeres:
-Mañana a las doce soltáis la liebre y la decís: «Criadillo, a buscar a vuestros amos». Veréis que pronto va.
Y así lo hicieron las mujeres. A las doce en punto sueltan la liebre y la dicen:
-Criadillo, a buscar a vuestros amos.
Y la liebre nunca llegaba. Ellos estaban desesperaos, y decían:
-Cuando vayamos a casa, las damos una paliza, porque se las ha olvidao.
Al fin tuvon que marchar a casa, y entraron riñendo. Las mu­jeres les decían:
-La hemos mandao a las doce, y marchaba muy contenta. 
-Pues, entonces el tío Pedro nos ha engañao. Y ahora no hay que dejarlo así.
Fueron a buscarle, y el tío Pedro ya estaba enterao. Había lle­nao una tripa de sangre. Se la ató a su mujer y cuando vio que en­traban, pinchó la tripa y cayó su mujer al suelo. Y ellos se queda­ron asustaos, y le decían:
-Pero tío Pedro, ¿cómo ha hecho eso?
-Nada, hombre, nada. No os apuréis. Sentaros y echaremos un cigarro.
Y así lo hicieron. Al poco rato coge una chiflita y se pone a tocar. Su mujer se levanta bailando, y dicen los compradores:
-Tío Pedro, nos tiene que vender la chiflita.
-Eso sí que no puede ser, porque cuando estoy enfadao, mato a mi mujer. Luego toco y ya lo ven ustedes: se levanta bailando.
-Pues, nos la tiene que vender, cueste lo que quiera.
-Bueno, bueno, si os empeñáis.
-¿Cuánto quiere por ella?
-Cinco mil reales.
-Pero, ¿ustez sabe lo que dice?
-Ya ven ustedes que vale un tesoro.
-Bueno, sea lo que quiera.
-Buen provecho, y vendo la chiflita.
Se marchan para casa con la chiflita, y matan a las mujeres. Se ponen a tocar, y no resucitan. Y dice el otro:
-Trae, y toco yo, que tú no sabes.
Que tocara el uno, que tocara el otro, las mujeres no se levanta­ban. Y enfadaos, dijeron:
-¡Vamos por él y le tiramos a ahogar!
Y así lo hicieron. El tío Pedro estaba desprevenido y le encon­traron en casa. Y le dijeron:
-Tío Pedro, venimos a matarle, porque nos ha engañao.
-Bueno, hijos míos, bueno.
Le metieron en un saco y le llevaron a ahogar. Y en medio del camino vieron una liebre, y dijeron:
-¡El nuestro criadillo!
Tiraron el saco y echaron a correr. Y el tío Pedro oyó un pas­tor por allí y empezó a gritar:
-¡Que no quiero! ¡Que no quiero! Se acerca el pastor y le dice:
-¿Qué no quieres, hombre?
-Que me lleven a ser rey, y no quiero.
-Pues, si a ustez le parece, ustez se queda de pastor, y yo me iré de rey.
-Pues, anda; desata luego el saco, antes que vuelvan ésos que me llevan.
Desató el saco, salió el tío Pedro, y se metió el pastor. Se puso la zurrona y las polainas del pastor, y se marchó con el ganao. Volvieron los compradores, cogieron el saco y le llevaron a tirar a ahogar. Se volvieron para casa y el tío Pedro los vio. Y les salió al encuentro, y le dicen:
-Pero tío Pedro, ¿no es que le acabamos de tirar a ahogar?
-Sí, hijos míos, sí; pero miraz, cada gurgullitón, un carnerón; cada gurgullitín, un carnerín; hasta que me he venido haciendo con todo este rebañón.
-Oye tú, vamos nosotros.
-¡Vamos!
Y se fueron los dos. Y al llegar al pozo, dice uno:
-Oye, el tío Pedro nos ha engañao muchas veces. Vamos a ti-rarnos uno solo. Y si vemos que es verdaz, decimos que sí con las manos, y en seguida nos tiramos el otro.
Y así fue. Echaron a suertes a ver a quién tocaba. Al que tocó se tiró en seguida, y como veía que se ahogaba, empezó a nadar para ver si se podía salir del pozo. Y el otro, que creyó que era que le llamaba, se tiró, y alláá quedaron los dos. Y colorín, colorao.

Quintana Díez de la Vega, Palencia. Daniela Díez. 18 de mayo, 1936.  38 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)




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