324. Cuento popular castellano
Era un matrimonio que tenía una mula muy
delgada, y la querían vender; pero no había quien se la comprara. Y dice Pedro
a su mujer:
-María, ¿sabes lo que vamos a hacer? Es echar
cinco duros en el pienso a la'mula para ver si así alguien nos la quiere
comprar. Y dice la mujer:
-Es verdaz, Pedro. Has pensao muy bien.
Y así lo hicieron. Al día siguiente el tío
Pedro fue a la cuadra a ver si la mula se había comido los cinco duros. Y, en
efezto, los comió. Y ya había cagao uno. Se le cogió y llevó a vender la mula.
Salieron dos compradores y le dicen:
-¿Nos quiere vender la mula, tío Pedro?
-Sí.
-¿Cuánto quiere por ella?
-Tres mil reales.
-Pero, hombre, ¿ustez sabe lo que dice? Si
está muy delgada, y no vale eso.
-Vosotros sí que no sabéis lo que vale. Esta
mula caga duros.
-¡No diga, tío Pedro! ¿Es de veras?
-¿Querá
-Sí.
-¿Queréis verlo?
-Sí.
La dio un palo en la barriga, y cagó uno. Ya
quedaron tres. Se miran el uno al otro, y aceztaron a la compra. Y le dicen:
-Pero, ¿cómo nos hemos de arreglar para que
los dos recibamos el mismo dinero?
-Pues, muy bien, hombre. Cada noche la
lleváis uno, y el día alante por la mañana, cogeréis cada uno un duro.
Se marcharon muy contentos, y dicen a sus
mujeres:
-Hemos comprao una mula que caga duros.
Y al día siguiente fueron y recogieron uno.
Por la noche la llevaron en casa del otro, que al día siguiente recogió otro.
Como sólo quedaba uno, le tocó al de la primera noche. Ya la llevó el otro, y
no le tocaron más, como ya se habían terminao. Y ya esperaron un día más, hasta
ver. En vista de que no cagaba más, dijeron:
-El tío Pedro nos ha engañao. Hay que irle a
matar.
Pero él era muy listo, y ya estaba preparao.
Tenía dos liebres, y la una la encerró en un cuarto. Y la otra se la cogió él.
Y la dice a su mujer:
-Mira; yo me voy a esconder en la hornera,
para cuando vengan preguntando por mí, los dices que estoy trabajando en el
campo; pero que si no tienen prisa, mandarás al criadillo a buscarme. Y
sueltas la liebre. Y a poco rato ya entraré yo con ésta haciéndole caricias.
Y así fue. Fueron los compradores buscando al
tío Pedro, y los dice su mujer:
-No está; pero si ustedes no tienen prisa,
mandaré a buscarle. Dijeron que bueno. Fue y soltó la liebre y la dice:
-Criadillo, a buscar a tu amo, que venga en seguida.
La liebre se marchó escapada al monte, adonde
sabe Dios, y ellos se quedaron azmiraos de cómo corría la liebre. Al poco rato
entra el tío Pedro, diciendo:
-¡Qué guapa eres, monina! Que me están esperando
dos señores, ¿eh? Así se hace. Cuando tu ama te mande a llamarme, te vas en
seguida.
Entra el tío Pedro, y le dicen los
compradores:
-Pero, tío Pedro, ¿esa liebre le ha ido a buscar?
-Ésta, hijos míos, ésta.
-Nos la tiene que vender.
-De ninguna de las maneras.
-Pues, le matamos.
-Hacer lo que queráis; pero no os la vendo.
Y la mujer, para hacerles ver que era de
veras lo que decía, le dijo:
-Anda, Pedro, véndela.
-Bueno, la venderé. Basta que quiera mi
mujer.
-¿Cuánto quiere por ella, tío Pedro?
-Cuatro
mil reales.
-Pero, ¿ustez sabe lo que dice?
-Ésta vale un tesoro. Ésta dondequiera va a
buscarme.
-Bueno, nos la tiene que vender, sea por lo
que quiera.
Y le dieron los cuatro mil reales. Marcharon
con la liebre a casa, y dijeron a sus mujeres:
-Mañana a las doce soltáis la liebre y la
decís: «Criadillo, a buscar a vuestros amos». Veréis que pronto va.
Y así lo hicieron las mujeres. A las doce en
punto sueltan la liebre y la dicen:
-Criadillo, a buscar a vuestros amos.
Y la liebre nunca llegaba. Ellos estaban
desesperaos, y decían:
-Cuando vayamos a casa, las damos una paliza,
porque se las ha olvidao.
Al fin tuvon que marchar a casa, y entraron
riñendo. Las mujeres les decían:
-La hemos mandao a las doce, y marchaba muy
contenta.
-Pues, entonces el tío Pedro nos ha engañao. Y ahora no hay que
dejarlo así.
Fueron a buscarle, y el tío Pedro ya estaba
enterao. Había llenao una tripa de sangre. Se la ató a su mujer y cuando vio
que entraban, pinchó la tripa y cayó su mujer al suelo. Y ellos se quedaron
asustaos, y le decían:
-Pero tío Pedro, ¿cómo ha hecho eso?
-Nada, hombre, nada. No os apuréis. Sentaros
y echaremos un cigarro.
Y así lo hicieron. Al poco rato coge una
chiflita y se pone a tocar. Su mujer se levanta bailando, y dicen los
compradores:
-Tío Pedro, nos tiene que vender la chiflita.
-Eso sí que no puede ser, porque cuando estoy
enfadao, mato a mi mujer. Luego toco y ya lo ven ustedes: se levanta bailando.
-Pues, nos la tiene que vender, cueste lo que
quiera.
-Bueno, bueno, si os empeñáis.
-¿Cuánto quiere por ella?
-Cinco mil reales.
-Pero, ¿ustez sabe lo que dice?
-Ya ven ustedes que vale un tesoro.
-Bueno, sea lo que quiera.
-Buen provecho, y vendo la chiflita.
Se marchan para casa con la chiflita, y matan
a las mujeres. Se ponen a tocar, y no resucitan. Y dice el otro:
-Trae, y toco yo, que tú no sabes.
Que tocara el uno, que tocara el otro, las
mujeres no se levantaban. Y enfadaos, dijeron:
-¡Vamos por él y le tiramos a ahogar!
Y así lo hicieron. El tío Pedro estaba
desprevenido y le encontraron en casa. Y le dijeron:
-Tío Pedro, venimos a matarle, porque nos ha
engañao.
-Bueno, hijos míos, bueno.
Le metieron en un saco y le llevaron a
ahogar. Y en medio del camino vieron una liebre, y dijeron:
-¡El nuestro criadillo!
Tiraron el saco y echaron a correr. Y el tío
Pedro oyó un pastor por allí y empezó a gritar:
-¡Que no quiero! ¡Que no quiero! Se acerca el
pastor y le dice:
-¿Qué no quieres, hombre?
-Que me lleven a ser rey, y no quiero.
-Pues, si a ustez le parece, ustez se queda de
pastor, y yo me iré de rey.
-Pues, anda; desata luego el saco, antes que
vuelvan ésos que me llevan.
Desató el saco, salió el tío Pedro, y se
metió el pastor. Se puso la zurrona y las polainas del pastor, y se marchó con
el ganao. Volvieron los compradores, cogieron el saco y le llevaron a tirar a
ahogar. Se volvieron para casa y el tío Pedro los vio. Y les salió al
encuentro, y le dicen:
-Pero tío Pedro, ¿no es que le acabamos de
tirar a ahogar?
-Sí, hijos míos, sí; pero miraz, cada
gurgullitón, un carnerón; cada gurgullitín, un carnerín; hasta que me he venido
haciendo con todo este rebañón.
-Oye tú, vamos nosotros.
-¡Vamos!
Y se fueron los dos. Y al llegar al pozo,
dice uno:
-Oye, el tío Pedro nos ha engañao muchas
veces. Vamos a ti-rarnos uno solo. Y si vemos que es verdaz, decimos que sí con
las manos, y en seguida nos tiramos el otro.
Y así fue. Echaron a suertes a ver a quién
tocaba. Al que tocó se tiró en seguida, y como veía que se ahogaba, empezó a
nadar para ver si se podía salir del pozo. Y el otro, que creyó que era que le
llamaba, se tiró, y alláá quedaron los dos. Y colorín, colorao.
Quintana
Díez de la Vega ,
Palencia. Daniela
Díez. 18
de mayo, 1936. 38
años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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