Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 2 de julio de 2012

Piel de piojo


131. Cuento popular castellano

Éste era un rey que tenía tres hijas. Un día se estuvieron pei­nando, y a la más pequeña la encontraron un piojo. Le metieron en un arca llena de harina, y tanto creció que le mataron. Y la piel de él la echaron en la pandereta de la hija del rey. Y echó un bando el rey que el que acertara de qué era la piel de la pande­reta se casaría con su hija.
Acudieron muchos príncipes y ninguno acertó. Y ya un día un pastor que era bobo lo llegó a saber y por la noche la dice a su madre:
-Madre, mañana, si Dios quiere, me voy a palacio a ver si acierto yo de qué es el pellejo de la pandereta de la hija del rey y me caso con ella.
-Pero hijo, ¿cómo vas a ir tú?
-¡Sí que voy, madre!
Y la madre le dice:
-Bueno, pues tú te vas con el ganao. Yo te llevaré merienda para el camino.
Y el pastor, muy alegre y contento, se marchó. Mientras la madre le hizo tres tortas: una para el burro y dos para él, enve­nenadas, para que en el camino se muriera y no se presentara. Y él, ¿qué hizo? En vez de comerlas él, se las dio al burro. Las comió el burro y al poco tiempo murió. Y Juan -pues así se lla­maba el pastor bobo- desolló el burro y se marchaba con la piel hacia el palacio. Al poco rato vuelve la cara atrás y ve que había muchos grajos en su Pando. Tira un palo y mató una liebre que él no vio. La desolló. La liebre estaba preñada; tenía siete liebraquines. Las asó y se las comió.
Luego después sigue su camino y oye a un grillo que decía:
-El pellejo de la pandereta de la hija del rey es de piojo.
-Bueno, hombre, muchas gracias por decírmelo.
Se presentó ante palacio, y era tan bobo que no le dejaban pasar. Fueron a comunicárselo al rey, y el rey les dijo que pasara.
-Enséñeme usted la pandereta. Se la enseñaron. La coge en sus manos y dice:
-Este pellejo es de pulga.
-No, señor, no ha acertao.
-Si no es de pulga, será de piojo.
Y entonces todos se quedaron asustados al ver como se iba a casar la hija del rey con un bobo. Y le dice el rey:
-Mira, Juan, has acertao. Pero tienes que ir al monte a cui­dar veinte conejos para el día de la boda.
Y él contestó que bueno. Cogieron veinte conejos y los lleva­ron al monte. Y a Juan también le llevaron para que comería con el rey. Y el rey decía:
-Mira, con la condición que no tienes que perder ni uno, por­que entonces no te casarías con mi hija. Y él contesta:
-No los pierdo. No los pierdo.
Marcharon al monte; sueltan los conejos. Cada uno se mar­chó por un sitio. Juan muy triste estuvo todo el día. Llega por la noche, i ningún conejo apareció. Entonces él se echó a dormir y al día alante fue a buscarlos y no los encontró. Y se echó a llorar. Y se presenta una vieja y le dice:
-Pero Juan, ¿por qué lloras?
-Porque me ha mandado el rey a cuidar veinte conejos para el día de la boda, y me se han escapado todos.
-Por eso no llores, hombre. Toma esta chiflita y toca. Verás como vienen los conejos bailando en diez parejas.
Y Juan, muy contento y alegre, se puso a tocar, y aparecieron los veinte conejos bailando. Luego le dice la vieja:
-Mira, esta chiflita te la dejo para ti para si quieren enga­ñarte. Tú nada más tocar, se vienen los conejos.
Y marchó la vieja. Como ya iban pasando los días y Juan no se presentaba, dijo el rey a una de sus hijas:
-Mira, véte donde Juan; le pides un conejo para ver si le podemos engañar.
Y ella y una doncella se fueron al monte donde estaba Juan. Y le dicen:
-Hola, Juan, ¿qué haces?
-Pues nada, hija, ¿qué voy a hacer?
-¿Y los conejos?
-Están paciendo.
-Papá nos ha dicho que nos des uno.
-¡Hombre! ¡Qué lista eres! Para que después no me case yo con tu hermana.
-¡Que no, hombre! ¿No ves que venimos nosotras por él?
-No te le doy.
-¡Anda, Juan! No seas bobo. Dámele.
-Si me enseñas las ligas y un poco más arriba, te le doy.
-¡Oy, Juan, qué cosas tienes!
Y la dice la doncella:
-No sea usted boba; enséñelas.
Y se las enseñó. Y Juan entonces tocó la chiflita, y aparecie­ron los conejos bailando. Pillaron uno, y Juan se le dio.
Marchaban muy alegres y contentas con el conejo. Pero al poco rato Juan toca la chiflita, y se escapó el conejo. Entonces llega a palacio y le dice a su padre:
-¡Sí que nos le dio! Pero luego no sé qué pudo pasar que se escapó.
Y el padre la riñe y la dice:
-¡Haber tenido cuidao!
Mandó a la segunda hija y la dijo lo mismo, que pediría un conejo a Juan. Va y le dice:
-Juan, ¿qué haces?
-Pues, ¿qué voy a hacer? Cuidar los conejos para el día de la boda, que estén gordos.
-Me tienes que dar uno, que hay unos señores en casa y les gusta mucho.
-¡Ca, tú a mí no me la das! Lo que es es que queréis que yo no me case con tu hermana.
-¡Que no, hombre! ¡Juan! ¡No seas bobo!
-Si me enseñas las ligas y dos pocos más arriba, te le doy.
-¡Oy, qué Juan! ¡Qué cosas tienes, hombre!
-¡Pues, mira, hija; entonces no te le doy! La doncella la dice:
-No sea usted boba; enséñelas.
Y ella aceptó. Juan toca la chiflita, y acuden bailando los co­nejos. Pilla uno y se le da. Se marchan para casa. A la entrada del palacio, toca la chiflita, y se la escapó. Entran y dicen:
-Papá, ahora mismo se nos escapó.
-Pues véte tú, María, a ver si tú tienes más cuidao.
Y al día siguiente fue la novia con otra doncella y le dice:
-Hola, Juan, ¿qué haces?
-Hola, María. ¡Cuánto tiempo hacía que no te veía!
-Sí, ¿verdaz?
-Sí.
-Bueno, mira, me tienes que dar un conejo.
-Qué lista eres, ¿eh? Para que yo no me case contigo, ¿eh?
-¡No, hombre, no! ¡Es por ver si están muy gordos!
-Si me enseñas las ligas y tres pocos más arriba.
-¡Oy, qué Juan! ¡Qué cosas dices!
-¡Como las tuyas, María!
La doncella la dice:
-No sea usted boba. Enséñelas.
Se las enseñó. Tocó la chiflita, y acudieron bailando los cone­jos. Pillaron uno y se le dio. Se marcharon a casa y ya estaban dentro cuando toca la chiflita, y se la escapó. Y dice María:
-Papá, a Juan no hay quien le engañe. Los tiene muy bien enseñaos.
Ya se pasó el término de estar Juan en el monte. Se fue para casa. Fue tocando la chiflita, y los conejos bailando delante. Llega a palacio y calla. Sale el rey y las hijas y ven como Juan vuelve a tocar de nuevo la chiflita y entran los conejos bailando. La hija pequeña empieza a llorar:
-Yo no me caso con él, que es muy bobo. Y su padre la dice:
-Calla, que todo se arreglará.
Le llamaron a Juan y le dicen:
-Juan, veo que has cuidado muy bien los conejos; pero ahora tienes que hacer otra cosa: llenarme tres sacos de mentiras. Y Juan contesta:
-Bueno, hombre, bueno. Tráigame tres sacos y tres cuerdas. Se los llevaron. Y en seguida dice:
-¡Que venga su hija mayor!
Y fue. Y la dice Juan:
-Oye tú, ¿verdaz que me enseñaste las ligas y dos poquitines más arriba?
-¡Ay, papá, qué mentira más gorda!
-Pues, ¡al saco con ella!
La metieron en el saco y ató.
-Ahora, que venga la segunda. Y la dice:
-Oye tú, ¿verdaz que me enseñase las ligas y dos poquitines más arriba?
-¡Ay, papá, qué mentira mas gorda!
-Si es gorda, ¡al saco!
La metieron y ató.
-Ahora, ¡que venga María!
-Oye, María, ¿verdaz que me enseñaste las ligas y tres po­quitines más arriba?
-¡Ay, papá, qué mentira más gorda!
-Si es gorda, ¡al saco!
La metieron y ató. Y ahora le dice Juan al rey:
-Ya que usted me ha mandao cuidar los conejos, sin perder uno, y que le llenara tres sacos de mentiras, vamos a ver si usted sabe lo que yo le diga:

Te a mató a Pando,
Pando mató a siete. Yo tiré a lo que vi. Maté lo que no vi.
Comí cosa que no fue nacida a este mundo.

-No sé, Juan. ¿Qué será eso? Explícalo tú, para yo saberlo.
-Pero tengo que casarme con María, ¿eh?
-Sí, hombre; sí te casas.
Y Juan se puso a explicar:
-Mi madre me hizo unas tortas. Yo no las comí. Se las di a mi burro, que se llamaba Pando. Pando murió. Yo tiré un palo a unos grajos que le comían y maté una liebre que no vi. La lie­bre estaba preñada; tenía siete liebraquines. Las asé y las comí. Y eso es lo que yo le digo.
Se casaron y vivieron felices.

Quintana Díez de la Vega, Palencia. Narrador XVII, 19 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)

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