363. Cuento popular castellano
Pues éste era un matrimonio que se tenían por
pobres. La mujer era algo idiota, y el marido se llamaba Juan. Tenían un
escriño lleno de rodajos, que eran duros. El marido sabía que eran duros, pero
la mujer estaba creída que eran rodajos. Tan pobres eran y en tanta miseria
vivían, que no tenían ni cazuela donde comer.
Cierto día, que no estaba en casa el tío
Juan, llegó al pueblo un cacharrero. El tío Juan estaba arando. El cacharrero empezó
a pregonar:
-¡Ollas y cazuelas! ¡Ollas y cazuelas!
Acudieron las vecinas a comprar cacharros. La
tía María, que así se llamaba la mujer, acudió también a ver los cacharros. Pensando
la pobre mujer que no tenía con qué comprarles, le dice al ollero:
-Si ustez quisiera, en cambio de cacharros,
yo le daría un escriño que tengo lleno de rodajos.
Y dice el cacharrero:
-Vamos a verles.
Al llegar a la casa de la mujer, entró ella
para adentro y sacó el escriño lleno de rodajos. Y el tío ollero, de que los
vio, se quedó pasmao y dice:
-iY que diga esta mujer que no tiene con qué
comprarme pucheros y cazuelas! mire, buena mujer, yo me llevo el escriño de
rodajos, y ustez se trae toda la carga de pucheros, ollas y cazuelas.
Y el hombre se marchó con los rodajos. Y ella
a cestos se llevó lós cacharros a casa. Cogió entonces una escalera y les subió
todos al tejao para que cuando viniera su Juan, viese los cacharros que le
habían dao por los rodajos.
Viene por la tarde el marido y le dice:
-¡Mira, Juan, mira! ¡Mira los cacharros que
me han dao! iAhora ya tenemos donde comer!
Y la dice el marido:
-¿Qué has dao por ellos, mujer? ¿Qué has dao
por ellos?
-Aquel escriño de rodajos que teníamos en la
bodega ¿Para qué, les queríamos si no valían para nada? Y el marido la dice:
-¿Para dónde se ha ido el hombre? -Por ese
camino arriba se ha marchao. El marido la dice entonces:
-¡Cierra la puerta y ven para acá!
Y ella entendió que el marido la decía, «Coge
la puerta y ven para acá». Y saca la puerta del quicio, la coge a cuestas y
marcha detrás del marido.
El marido iba ya más alante que ella; pero se
les escureció en un monte, y entonces dice ella:
-Juan, ¿por dónde dormimos?
-Pues en este árbol -dice el marido. Nos
subiremos a este árbol (que era una encina muy grande, muy frondosa). En este
árbol estaremos libres de que nos coma alguna fiera. Posa la puerta ahí, al
pie del árbol, mujer. Posa la puerta.
-No, no; yo la puerta no la dejo -dice la
mujer. Si no subo la puerta, yo tampoco subo al árbol.
El hombre, por no contrariarla, empinó a la
mujer para que se subiese al árbol. Luego después la dio la puerta, la cogió la
mujer desde arriba y la colocaron en la encina. Y subió entonces el marido.
Ellos estaban allí agorrutaos en la encina,
cuando ven venir una partida de ladrones. Llegan éstos a la encina, se ponen debajo
del árbol y empiezan a hacer montones de dinero y a contarlo. Hicieron hasta
siete montones, pues eran siete los ladrones.
-Éste pa ti, éste pa mí, y éste pa fulano
-decían, hasta que por fin les tocó un montón a cada uno.
Entonces la mujer, desde la encina, le dice
al marido:
-Juan, Juan
-¡Calla, mujer calla! -le dice el marido.
¡Calla, por Dios, que esta noche me pierdes!
-¡Juan, que tiro la puerta! -dice la mujer.
-¡Por Dios, mujer, no la tires! ¿No ves que
son ladrones?
Si se enteran que estamos aquí, pues nos
matan. Y la idiota de la mujer le dice:
-¡Si nos matan, que nos maten! ¡Yo tiro la
puerta!
Y sin decir más, izas!, dejó caer la puerta
encima de los ladrones. Los ladrones, que estaban tan descuidaos pensando que
no les vía nadie, al ver caer aquello encima de ellos, se marcharon huyendo,
sin darles tiempo a recoger el dinero. Y Juan y su mujer, al ver marchar a los
ladrones, se bajaron de la encina y cogieron todo el dinero que los ladrones habían
dejao. Y entonces el marido la dice a la mujer:
-¡Cógete todo ese dinero, todo, y llévatelo a
casa, que yo me quedo aquí a ver si vuelven los ladrones, a ver si conozco
alguno y le denuncio a la autoridaz!
Recogió la mujer el dinero y se fue con todo
a casa. El buen hombre empezó a pasearse por alrededor de la encina.
Y los ladrones después que dejaron de correr
se dijeron:
-¿Pero vamos a dejar allí el dinero después
que tanto trabajo nos ha costao robarlo?
Y dice uno:
-Yo me voy a ver qué fue ello.
Pero en el camino cogió miedo y se volvió. Y
dice otro:
-Pues yo sí voy. Y veremos a ver quiénes son
los que han hecho ese ruido.
Y Juan, cuando se marchó detrás del tío de
los rodajos, se había metido una navaja barbera en el bolso. Cuando llegó el
ladrón y vio allí a aquel hombre solo y tan tranquilo, pues no se le imaginó
que fuese el que se había llevao el dinero de ellos, y le dice:
-¡Buenas tardes!
-¡Buenas tardes tenga ustez! -le dice Juan.
-¿Qué hace ustez por aquí? -le pregunta el
ladrón. Y Juan le contesta:
-Pues yo soy barbero y iba a un pueblo a
afeitar; me he extraviao en el monte y aquí estoy.
-¿No querría ustez afeitarme? -le dice el
ladrón.
-Sí, señor; no tengo inconveniente.
Se sentó en el suelo el ladrón, y el hombre
se puso a afeitarle.
Y le dice al ladrón:
-Eche ustez la lengua fuera, que se le ha
metido un pelo en la boca.
El ladrón sacó la lengua, y fue el hombre
y¡zas!, se la cortó. El ladrón, al verse con sangre, marchaba loco, gritando.
Los otros ladrones, que le estaban esperando, al verle ir, primero lo echaban a
broma; pero al acercarse el ladrón iba gritando:
-¡Al dape! ¡Al dape! (¡Al rape! ¡Al rape!).
Los otros ladrones, como veían que iba
echando sangre por la boca y no le entendían lo que quería decir, marcharon
huyendo, y no sé dónde habrán parao a estas fechas.
Morgovejo
(Riaño), León. Ascaria
Prieto de Castro. 20
de mayo, 1936. Obrera,
51 años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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