115. Cuento popular castellano
Era una madre viuda que tenía siete
hijos y una hija. Eran muy pobres y no tenían para comer. Un día los chicos
salieron de la escuela y venían los pobres hambrientos y empezaron a pedir pan
todos por una boca:
-¡Pan! ¡Pan!
La madre, desesperada, les dijo:
-¡Parecís cuervos hambrientos! ¡Ojalá
os volviérais cuervos!
Y en aquel momento se volvieron
cuervos y empezaron a volar. La madre, desesperada de verles así por su culpa,
al poco tiempo murió, y quedó la niña sola. La niña, desconsolada, iba todos
los días al bosque a una cueva para ver llegar volando a sus hermanos, y
llorando se volvía a casa.
Un día pasó por allí un enanito
puntiagudo que le dijo:
-Mira; si quieres que tus hermanos
vuelvan a recobrar su forma humana, tienes que hilar siete camisas, una para
cada uno, y otra para mí, pues yo también estoy así por una maldición como tus
hermanos. Pero no tienes que hablar ni una palabra, porque entonces todo
quedaría perdido.
Un día salió el rey de paseo y,
pasando por allí, se acercó a la niña y la estuvo preguntando que quién era y
que cómo se llamaba y que por qué lloraba. Pero la niña estaba como muda y no
le hablaba más que por señas. Entonces el rey la dijo que si se quería ir con
él a palacio. Ella le dijo con la cabeza que sí, y se la llevó él a su palacio.
Pasaron varios días, y el rey iba
todos los días a hacerla una visita y a preguntarla -a ver si la hacía hablar-,
pues ya comprendía que muda no estaba, que sería alguna promesa; pero ella no
hablaba nada; no hacía más que hilar todo lo de prisa que podía.
Ya tenía sus camisas casi hiladas. El
rey quería casarse con ella; pero una tía de él, que tenía en palacio -que era
muy malano le dejaba. Decía que esa chica sería alguna pobretona y, además,
se querría burlar de él por no quererle hablar. Y tal calumnia la levantó, que
el rey, convencido de lo que su tía le decía, mandó ahorcarla.
Prepararon el patíbulo y fijaron día.
La chica, que lo supo, estaba hilando día y noche para terminar las camisas
antes de ese día.
Por fin llegó el día fijado, y, una
hora antes de llevarla al patíbulo, terminó la niña las camisas. La pobre, sin
saber dónde estaría el enano para entregárselas, se las llevó debajo del brazo.
Ya la tenían en el patíbulo y ya la iban a ahorcar, cuando se presentó por los
aires una bandada de cuervos y el enanito. Se pusieron una camisa cada uno y
al momento quedaron hechos siete mozos arrogantes y guapos, y el enanito un
señor ya de edad.
Entonces la niña pudo hablar y contarle
todo al rey. Le dijo por qué estaban así sus hermanos, y como había muerto su
madre y que todo lo que su tía le había dicho de ella era falso. Entonces el
rey la bajó del patíbulo y en su puesto puso a su tía y la ahorcaron. Y él se
fue con la niña a palacio, se casó con ella y sus hermanos fueron ministros
del rey. Y todos vivieron felices y comieron perdices.
Pedraza,
Segovia. Narrador
LVII. 24 de marzo, 1936
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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