Pero no crea nadie que el Burrito
perezoso había escarmentado. ¡No!
Aquella noche, al ver a la familia
Micifuz a la puerta de su casa, enarboló el pistolón exigiendo:
-¡Entreguen su dinero, caballeros!
¡Ay!; no tuvo tiempo de más. En el
mismo instante llegó el Perro Policía, le atrapó por el cuello y lo metió en la
cárcel.
Y, en la soledad de su mazmorra, el
Burrito se lamentaba así:
-Estoy dolorido, lleno de arañazos
y tan pobre como siempre. ¡Me lo tengo merecido, por desear ser rico sin
trabajar!
Oyendo esto desde el otro lado de
la puerta, pues el Perro Policía tenía buen oído, decidió que el escarmiento ya
era suficiente para el Burrito, así que le dejó en libertad.
Y el perezoso burrito dejó de
serlo, volvió a su casita, labró su huerto y vivió honradamente el resto de sus
días.
999. Anonimo
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