Pasados unos segundos,
Svanilda repitió:
-¡Hola...! -y añadió.
Te conozco: sé que eres la hija del Mago y te llamas Coppelia.
Nada. La otra, ni
respondía ni dejaba el libro. Mientras tanto, las amigas de Svanilda recorrían
el taller y, deslumbradas, daban cuenta de sus descu-brimientos:
-¡Mirad! Este muñeco
parece un hombre de verdad y hasta toca el timbal - decía una.
-¡A este moro no le
falta sino hablar! -dijo otra.
Svanilda continuaba
mirando fijamente a Coppelia, que tenía los ojos muy abiertos. Se atrevió a
tocarle una mejilla y estaba helada. Y Svanilda pensó:
-¡Coppelia es sólo una
hermosa muñeca!
Si, era una muñeca
bellísima, dotada incluso de movimientos. En aquel instante, con elegante
ademán, dejó el libro sobre el alféizar de la ventana y hasta sonrió.
A Svanilda le saltó el
corazón de alegría, pues la muñeca no podía amar y Franz quizás volviese a
solicitarla.
El grito de terror de
sus amigas, la hizo volverse a tiempo de ver al mago entrando por la puerta,
furioso y amenazador, dirigiéndose hacia las muchachas, que huyeron
despavoridas, empujándose por las escaleras.
Con el corazón
tembloroso, Svanilda se ocultó entre los pesados cortinajes.
999. Anonimo
No hay comentarios:
Publicar un comentario