Aquella noche, todo el
mundo se dedicaba a bailar y cantar en la plaza principal. Las amigas de
Svanilda se empeñaron en formar parte de los danzantes y, a pesar de su
oposición, arrastraron con ella a la apenada muchachita.
En medio de las sombras
nocturnas, Svanilda vio salir de la casa de enfrente a un hombre embozado en
una capa y alejarse por entre las callejuelas pero, al hacerlo, algo cayó de su
bolsillo. Un rayo de luna iluminó con su resplandor el objeto. Svanilda,
temblorosa, recogió la llave que Coppelius acababa de perder.
-¿Qué es eso?
-preguntaron las amigas de Svanilda con curiosidad.
-Es una llave... se le
ha debido caer al mago... -susurró ésta.
-¿Y si aprovecháramos
para entrar y descubrir los secretos de Coppelius?
Svanilda aceptó, pues
sentía fervientes deseos de conocer a la hermosa muchacha que le había
arrebatado el amor de Franz.
De puntillas, tratando
de no llamar la atención, penetraron en el edificio y, mirando a todas partes
con temor, subieron por las escaleras y llegaron a una puerta. Svanilda la
abrió de golpe.
A la débil luz de la
lámpara que colgaba del techo descubrieron extrañas figuras inmóviles
sentadas sobre sillas y mesas. Por el suelo aparecían algunos desmañados
fantoches de paja, y en una estantería polvorienta, gruesos libros llenos de
signos cabalísticos y redomas con polvos misteriosos.
Un escalofrío estremeció
a Svanilda. Mientras sus amigas lo miraban todo, ella se dirigió hacia la
ventana de pesados cortinajes donde la hija del mago solía pasar las horas
leyendo. Los descorrió con mano firme y descubrió a la hermosa criatura siempre
con el libro entre las manos.
-¡Hola! -dijo Svanilda.
La otra no respondió.
999. Anonimo
No hay comentarios:
Publicar un comentario