Las gentes de la Ciudad
de la Fantasía se habían retirado a descansar. Pero alguien quedaba... alguien
que, a favor de la oscuridad, trepaba por una escalera de cuerda hacia la
ventana donde Coppelia solía aparecer. Ajeno a la visita del intruso, el Mago
miraba a sus muñecos, sus libros y sus pócimas y susurró:
-¡Menos mal! Esas
muchachas no han estropeado nada...
Mientras tanto, Franz
había conseguido llegar a la ventana y abrirla, ilusionado porque, al fin,
iba a ver de cerca a su hermosa criatura. Saltó al interior y alargó sus
brazos en dirección a Coppelia. Desde su escondite, Svanilda se temió lo peor.
Y el Mago, que siempre estaba al acecho, cayó sobre el muchacho atrapándolo
con sus huesudas manos:
-¡Ya eres mío! ¡Te he
sorprendido como a un ladrón! -exclamó airado.
-No soy un ladrón, sino
un hombre enamorado de vuestra hija Coppelia. No tenía otra intención que verla
de cerca -se justificó Franz.
-Siendo así... -y el
Mago sonrió, pero a Svanilda le asustó más todavía su sonrisa que su gesto
amenazador.
Se llevó a Franz junto a
una mesa, vertió líquido en una copa y al ofrecérsela, le animó así:
-¡Bebe, muchacho! ¡Por
nuestra amistad!
Fascinado, el joven
bebió. Inmediatamente, le entró un dulce sopor y su cabeza fue cayendo hasta
quedarse profundamente dormido.
-¡Ah, ya eres mío!
-exclamó el Mago, frotándose las manos con satisfacción-. Duerme... duerme...
necesito tu alma para ponérsela a Coppelia... ella será mi obra perfecta.
Y riendo el viejo se
dirigió a la ventana.
999. Anonimo
No hay comentarios:
Publicar un comentario