Esta es la historia de un
perrito que no tenía, amo y naturalmente no tenía casa, y por supuesto no tenía
nombre. Cuando yo lo conocí, que ya para entonces tenía las tres cosas, le dije
que me extrañaba mucho que se hubiera quedado sin casa, si seguramente tuvo
varios hermanitos y se notaba que, aunque quizá nunca llegaría a merecer un
premio en un concurso canino, no era tan corriente, sino que procedía de buenos
padres. Me contestó que probablemente, como estaba tan chiquito cuando se
perdió o lo abandonaron, no recordaba las circunstancias en que se había
quedado en la calle.
Bueno , su historia comienza cuando, aunque todavía cachorro,
ya podía correr y recorrer lasa calles de la ciudad donde entonces vivía. Era
muy triste vida la suya, verdadera vida de perros, porque casi nunca encontraba
comida: unas veces se las disputaban otros perros más fuertes que él y otras
veces algún muchacho malcriado lo perseguía a pedradas o puntapiés. Su instinto
le decía que en los mercados era donde más probabilidades había de encontrar
que comer, pero ahí había también más competencia de perros y afluencia de
muchachos ociosos y crueles. Por fin, un día decidió a abandonar la ciudad y se
dirigió al bosque vecino. Llevaba una media hora de corretear a lo largo de un
sendero del bosque, cuando llegó a la orilla de un laguito. Allí estaba sentado
en una piedra un enanito llorando amargamente y quejándose en voz alta: ¡Ay,
ay, ay, mi pobre Bombi se va ahogar; ay, ay, qué desgracia, me voy a quedar sin
mi queridísima Bombi! Al oír esto, se le acercó el perrito y le preguntó: ¿Qué
te sucede, por qué estás llorando? Y el enanito, sin dejar de llorar, le
contestó: Mira allá en medio del lago está mi esposa Bombi subida en una hojota
de nenúfar; ella no sabe nadar ni yo tampoco, se va ahogar. Y el perrito le
preguntó: ¿Por qué está haciendo subida en la hoja de nenúfar? Tu esposa,
aunque también sea enanita como tu, ya es gente grande y no debería haberse
subido a la hoja de nenúfar. Eso ordinariamente no lo hacen en los cuentos más
que las ranas. Bueno, dijo el enanito, creyó ella que la hoja no se iba a mover
y quiso saber (a las mujeres les gusta comprobar que no están sobradas de peso)
si no es más pesada que una rana.
Y ya ves, de repente la
hojota, con Bombi subida en ella, se desprendió de la orilla, y se ha ido
alejando; como no sabemos nadar, ni ella se atrevió a arrojarse a tratar de
llegar a donde yo estoy, ni tampoco me atrevo a ir por ella. Bueno, le dijo el
perrito, ya no te apures, eso tiene remedio: yo voy a irme nadando hasta donde
está tu Bombi y te la traigo ¿De veras?, -dijo entre sollozos el enanito- yo te
lo agradeceré muchísimo y te pagaré todo lo que me pidas si me devuelves sana y
sana a Bombi. Y dicho y hecho, se lanzó al agua el perrito y se fue nadando (
al estilo perruno) por supuesto, no se crean ustedes que sabía crol (crawl), y
al llegar a donde estaba la enanita, con los dientes cogió por un extremo la
hoja de nenúfar, y nadando, nadando, manoteando, manoteando, la llevó empujando
hasta la orilla del laguito; el enanito le dio la mano a Bombi para que saltara
de la hoja y saltó Bombi y se puso en tierra firme sin siquiera mojarse los
pies. Mientras el perrito se sacudía para secarse (lo hizo a buena distancia de
los enanitos para no salpicarlos), éstos se abrazaban y se besaban sin
descansar, comen-tando encantados la forma como se había resuelto su problema
que podría haber terminado en tragedia. Luego que se abrazaron y besaron todo
lo que les pareció conveniente, llamaron al perrito, y Bombo (así se llamaba el
enanito) se puso a acariciarlo y a darle las gracias con gran entusiasmo y le
recordó que le había prometido pagarle todo lo que le pidiera y que deseaba
cumplir desde luego su promesa. Pos mira qué manera tan satisfactoria de ser
recom-pensado sería para mí que tu esposa y tú se convirtieran en mis amos; eso
es lo que ando buscando desde hace muchos días: conseguir un amo, y parece que
ya se me hizo. Por supuesto,-dijeron al unísono los dos enanitos, - también
nosotros teníamos desde hace mucho tiempo ganas de tener un perrito, y tú nos
pareces muy bueno y muy simpático y estamos seguros de que vas a sernos muy
fiel; de manera que ya sabes que desde este momento te adoptamos. Qué
felicidad, -exclamó el perrito, nunca imaginé que iba a conseguir tan pronto
unos amos tan bondadosos como ustedes; les prometo ser un perro obediente. Y
aquí termina la primera parte de este cuento: ya el perrito tiene amo. Ahora ya
tenemos en camino de su casa a Bombo, Bombi y su perrito. Dentro del bosque
vivía una colonia entera de enanitos, unas cincuenta familias. La casa de Bombo
era subterránea, como todas las demás casas de la colonia y como son en todo el
mundo de los cuentos las casa de los duendecillos. La entrada a la casa era un
agujero en el tronco de un árbol. Entraron por ese agujero el par de enanitos e
invitaron al perrito a que los siguiera. Y aquí empezaron nuevas dificultades:
a pesar de que el perrito era todavía un cachorrito, no cupo por el agujero;
imagínense ustedes cuando crezca lo que tiene que crecer. Ya recordarán mis
queridos lectores que los enanitos de mis cuentos tienen de estatura quince
centímetros o seis pulgadas; bueno, más o menos, siempre hay unos más altos y
otros más chaparros que los demás.
Ni a Bombo ni a Bombi ni al
perrito se les ocurrió en ese momento la solución de tan peliagudo problema.
Entonces convocaron a asamblea general de la colonia de enanitos para que
alguien sugiriera la mejor forma de resolverlo. Cuando se completó el quórum y
se declaró debidamente iniciada la sesión, todos estuvieron de acuerdo en que
no resultaba nada conveniente hacer más grande el agujero del árbol, por que
entonces habría también manera de que se metiera algún otro animal poco
amigable o demasiado listo, empezando por algún conejo recién cazado; perdón me
equivoqué de ortografía, quise decir casado (con ese); que quisiera ahorrarse
el trabajo de fabricar su madriguera para su luna de miel. Tras de haberse
discutido el asunto y haber soportado discursos largos y aburridos de algunos
enanitos presumidos que querían lucirse, se llegó a la opinión general de que
debería hacérsele al perrito una casa junto al agujero del árbol. Pero como los
duendecillos siempre han vivido bajo tierra, no saben hacer casas de madera ni
de mampostería, y una casa de asbesto cemento, como las que venden para los
perros en las tiendas de departamentos, sería un verdadero adefesio
antiestético en medio del bosque. Por fin uno de los enanitos se le prendió el
foco y tuvo una idea luminosa: había visto en un campo no muy lejos, una
calabaza gigantesca, de cerca de un metro de diámetro, que resultaría perfecta
para que vaciada y luego barnizada por dentro y por fuera, sirviera de
habitación al perrito. Todos aprobaron la idea y se dirigieron a donde estaba
la famosa calabaza; la encontraron, le hicieron por un lado el agujero del
tamaño suficiente para que pudiera entrar el perrito, todos fueron a sus casas
y trajeron unas cubetas de plástico que habían comprado unos días antes, en una
oferta especial de los Grandes Almacenes Tienen todo, cada quien llenó su
cubeta con relleno de la calabaza para luego hacer dulce; cuando quedó vacía
invitaron al perrito a que se metiera y comprobaron que iba a quedar muy
cómodamente instalado. Pero no habían tomado en cuenta un pequeño detalle: la
calabaza convertida en casa para perro estaba a media legua de la casa de Bombo
y a esa distancia no iba a ser útil, para que el perrito estuviera cuidando la
casa de sus amos. No se dieron por vencidos: otro de los enanitos propuso que
se usaran troncos de arbusto del largo y grueso convenientes para que sirvieran
de rodillos y poniéndose debajo de la calabaza la pudieran empujar o arrastrar
hasta llevarla junto a la entrada de la casa de Bombo. Cómo eran el número
suficiente de enanitos y todos trabajaron con mucho entusiasmo, en menos de dos
horas ya tenían la dichosa calabaza en el lugar conveniente a un lado del
agujero del árbol. Con ladrillos le hicieron una base para que no se fuera a
humedecer y podrir el fondo de la calabaza, la montaron en esa base y la
barnizaron por fuera y por dentro para hacerla impermeable, le pusieron la cama
de paja seca en el piso. Después de que una comisión de dos enanitos
inspeccionó debidamente la obra terminada y rindió un informe favorable, se
volvió a invitar solemne-mente al perrito a que se instalara y él declaró que
todo había resultado a la
perfección. Bombo y Bombi dieron las gracias a toda la
concurrencia y la obsequiaron con galletitas y refrescos hechos por Bombi, que
era muy lista para esos asuntos. Y aquí termina la segunda parte de este
cuento; ya el perrito también tiene casa. Espero que no se han aburrido los
lectores con estas dos partes y seguirán dispuestos a leer u oír la tercera
parte, en que se tratará de lago tan importante como es el de darle nombre a
nuestro perrito. Así es que ya tenemos al perrito encantado por haber
conseguido tan felizmente unos amos inmejorables y una casa como la puede tener
ni el mejor perro del mundo. De día se la pasa dormitando metido en su cómoda
calabaza o correteando en persecución de las mariposas del bosque; de noche
está siempre vigilando muy celosamente la casa de sus amos. Todos los enanitos
de la colonia están complacidos de la presencia del perrito por que de paso cuida
también a todos y avisa con sus ladridos de la proximidad de cualquier extraño,
hombre o animal, que pudiera significar un peligro para los enanitos. Todos lo
quieren mucho y al pasar lo acarician y él les contesta con meneos amistosos
del rabo, con brincos y hasta con una que otra lamida. Ya habían pasado varios
días de esa vida tranquila y sin incidentes hasta que uno de los enanitos (en
todas partes hay gentes que se meten en lo que no les viene) amonestó a Bombo
por haber descuidado de hacer lo primero que debe de hacer el dueño del perro:
ponerle un nombre a su gusto. Tiene toda la razón ese metiche, pensó Bombo, ha
habido negligencia de mi parte; mi perrito necesita tener desde luego un nombre
bonito y apropiado. Consultó el asunto con su Bombi; pero no se pudieron poner
de acuerdo. Bombo quería de nombre César, Nerón, Napoleón y Bombi se oponía
porque decía que esos nombres aparte de estar choteados, son apropiados para
perros grandotes y su perrito no iba a crecer tanto para que le quedara bien el
nombre de esos. Y cuando Bombi sugería que se le pusiera Pirrín, Chatito,
Primor, Chinito y cosas así, Bombo protestaba diciendo que esos son nombres
para gatos u otro animal insignificante y no para un perro tan valiente. No
hubo más remedio que volver a convocar a la asamblea general de la colonia de
enanitos, para tratar un negocio de tanta importancia y trascendencia. Reunida
la asamblea resultó peor la cosa, porque cada quien reclamaba a gritos que los
demás aceptaran el nombre disparatado que él se le ocurría. Por fin uno de los
enanitos propuso que se abriera un concurso y él ofreció como premio un traje
nuevo de enanito que él había comprado en la barata del Día del Compadre de los
famosos Grandes Almacenes Tienentodo. Era una primoroso traje completo
incluyendo desde gorro puntiagudo hasta zapatillas de punta retorcida para
arriba, todas las piezas de dos colores, una con el lado derecho verde y el
izquierdo amarillo, otras con la mitad derecha amarilla y la izquierda verde,
en fin, un verdadero traje de lujo para duendecillo.
Todos los enanitos se sentaron en círculo al
rededor de una canasta, a la que cada uno echó un papelito muy bien doblado en
el que habían puesto su nombre y el nombre que él proponía para el perrito.
Bombo revolvió muy bien todos los papelitos y dijo que los iría sacando al
azar; si el nombre que venía en el papel no merecía la aprobación de la
asamblea, sería destruido ese papel sin mencionar el nombre del autor, para no avergonzarlo. Fue una
idea con-veniente, por que la mayoría de los nombres eran tontos, absurdos,
inadecuados. Imagínense que algunos pusieron nombres como mango, martillo, pistola, pato, etc., y
otros chinchín, priqueto, profuncio, cuasimodo, etc. Total, que ya iban más de
veinte nombres y ninguno servía ni gustaba. Por fin salió un nombre que a todos
agradó, empezando por el perrito que al oírlo prorrumpió en ladridos de
satisfacción. El nombre premiado fue: Valientín. Todos felicitaron al autor,
que inmediatamente recibió el traje y fue a cambiárselo y se presentó ante la
asamblea con una flamante indumentaria. Bombo se dirigió al perrito y le dijo
muy solemnemente: Desde este momento eres Valientín; a ver, Valientín, ven a
dar las gracias. Y Valientín dio la vuelta al ruedo ante toda la concurrencia
luciendo su nombre con enérgicos ladridos y entusiastas meneos de rabo. Y ya
ven ustedes como
este afortunado Valientín, antes un infortunado perrito, sin amo, sin casa, sin
nombre, tiene ahora todo lo que anhelaba: bondadosos amos, comodísima casa y
sonoro y apropiado nombre. Para terminar, hay que hacer constar que Bombo se
acordó del dicho "Después del niño ahogado tapan el pozo", y para que
no pudiera volver a suceder lo que le sucedió cuando Bombi se le ocurrió
treparse a la hoja de nenúfar, consultó la sección amarilla y tomaron Bombi y
él, clases de natación y ya ahora en algún día de sol y en alguna noche de
luna, atraviesan nadando muy contentos, en compañía de Valientín, el famoso
laguito. A
que ninguno de mis lectores ha visto a un duendecillo en traje de baño, ni
menos a una duendecilla en bikini.
999. Anonimo
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