Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 31 de agosto de 2012

Sin amo, sin casa, sin nombre


Esta es la historia de un perrito que no tenía, amo y naturalmente no tenía casa, y por supuesto no tenía nombre. Cuando yo lo conocí, que ya para entonces tenía las tres cosas, le dije que me extrañaba mucho que se hubiera quedado sin casa, si seguramente tuvo varios hermanitos y se notaba que, aunque quizá nunca llegaría a merecer un premio en un concurso canino, no era tan corriente, sino que procedía de buenos padres. Me contestó que probablemente, como estaba tan chiquito cuando se perdió o lo abandonaron, no recordaba las circunstancias en que se había quedado en la calle. Bueno, su historia comienza cuando, aunque todavía cachorro, ya podía correr y recorrer lasa calles de la ciudad donde entonces vivía. Era muy triste vida la suya, verdadera vida de perros, porque casi nunca encontraba comida: unas veces se las disputaban otros perros más fuertes que él y otras veces algún muchacho malcriado lo perseguía a pedradas o puntapiés. Su instinto le decía que en los mercados era donde más probabilidades había de encontrar que comer, pero ahí había también más competencia de perros y afluencia de muchachos ociosos y crueles. Por fin, un día decidió a abandonar la ciudad y se dirigió al bosque vecino. Llevaba una media hora de corretear a lo largo de un sendero del bosque, cuando llegó a la orilla de un laguito. Allí estaba sentado en una piedra un enanito llorando amargamente y quejándose en voz alta: ¡Ay, ay, ay, mi pobre Bombi se va ahogar; ay, ay, qué desgracia, me voy a quedar sin mi queridísima Bombi! Al oír esto, se le acercó el perrito y le preguntó: ¿Qué te sucede, por qué estás llorando? Y el enanito, sin dejar de llorar, le contestó: Mira allá en medio del lago está mi esposa Bombi subida en una hojota de nenúfar; ella no sabe nadar ni yo tampoco, se va ahogar. Y el perrito le preguntó: ¿Por qué está haciendo subida en la hoja de nenúfar? Tu esposa, aunque también sea enanita como tu, ya es gente grande y no debería haberse subido a la hoja de nenúfar. Eso ordinariamente no lo hacen en los cuentos más que las ranas. Bueno, dijo el enanito, creyó ella que la hoja no se iba a mover y quiso saber (a las mujeres les gusta comprobar que no están sobradas de peso) si no es más pesada que una rana.
Y ya ves, de repente la hojota, con Bombi subida en ella, se desprendió de la orilla, y se ha ido alejando; como no sabemos nadar, ni ella se atrevió a arrojarse a tratar de llegar a donde yo estoy, ni tampoco me atrevo a ir por ella. Bueno, le dijo el perrito, ya no te apures, eso tiene remedio: yo voy a irme nadando hasta donde está tu Bombi y te la traigo ¿De veras?, -dijo entre sollozos el enanito- yo te lo agradeceré muchísimo y te pagaré todo lo que me pidas si me devuelves sana y sana a Bombi. Y dicho y hecho, se lanzó al agua el perrito y se fue nadando ( al estilo perruno) por supuesto, no se crean ustedes que sabía crol (crawl), y al llegar a donde estaba la enanita, con los dientes cogió por un extremo la hoja de nenúfar, y nadando, nadando, manoteando, manoteando, la llevó empujando hasta la orilla del laguito; el enanito le dio la mano a Bombi para que saltara de la hoja y saltó Bombi y se puso en tierra firme sin siquiera mojarse los pies. Mientras el perrito se sacudía para secarse (lo hizo a buena distancia de los enanitos para no salpicarlos), éstos se abrazaban y se besaban sin descansar, comen-tando encantados la forma como se había resuelto su problema que podría haber terminado en tragedia. Luego que se abrazaron y besaron todo lo que les pareció conveniente, llamaron al perrito, y Bombo (así se llamaba el enanito) se puso a acariciarlo y a darle las gracias con gran entusiasmo y le recordó que le había prometido pagarle todo lo que le pidiera y que deseaba cumplir desde luego su promesa. Pos mira qué manera tan satisfactoria de ser recom-pensado sería para mí que tu esposa y tú se convirtieran en mis amos; eso es lo que ando buscando desde hace muchos días: conseguir un amo, y parece que ya se me hizo. Por supuesto,-dijeron al unísono los dos enanitos, - también nosotros teníamos desde hace mucho tiempo ganas de tener un perrito, y tú nos pareces muy bueno y muy simpático y estamos seguros de que vas a sernos muy fiel; de manera que ya sabes que desde este momento te adoptamos. Qué felicidad, -exclamó el perrito, nunca imaginé que iba a conseguir tan pronto unos amos tan bondadosos como ustedes; les prometo ser un perro obediente. Y aquí termina la primera parte de este cuento: ya el perrito tiene amo. Ahora ya tenemos en camino de su casa a Bombo, Bombi y su perrito. Dentro del bosque vivía una colonia entera de enanitos, unas cincuenta familias. La casa de Bombo era subterránea, como todas las demás casas de la colonia y como son en todo el mundo de los cuentos las casa de los duendecillos. La entrada a la casa era un agujero en el tronco de un árbol. Entraron por ese agujero el par de enanitos e invitaron al perrito a que los siguiera. Y aquí empezaron nuevas dificultades: a pesar de que el perrito era todavía un cachorrito, no cupo por el agujero; imagínense ustedes cuando crezca lo que tiene que crecer. Ya recordarán mis queridos lectores que los enanitos de mis cuentos tienen de estatura quince centímetros o seis pulgadas; bueno, más o menos, siempre hay unos más altos y otros más chaparros que los demás.
Ni a Bombo ni a Bombi ni al perrito se les ocurrió en ese momento la solución de tan peliagudo problema. Entonces convocaron a asamblea general de la colonia de enanitos para que alguien sugiriera la mejor forma de resolverlo. Cuando se completó el quórum y se declaró debidamente iniciada la sesión, todos estuvieron de acuerdo en que no resultaba nada conveniente hacer más grande el agujero del árbol, por que entonces habría también manera de que se metiera algún otro animal poco amigable o demasiado listo, empezando por algún conejo recién cazado; perdón me equivoqué de ortografía, quise decir casado (con ese); que quisiera ahorrarse el trabajo de fabricar su madriguera para su luna de miel. Tras de haberse discutido el asunto y haber soportado discursos largos y aburridos de algunos enanitos presumidos que querían lucirse, se llegó a la opinión general de que debería hacérsele al perrito una casa junto al agujero del árbol. Pero como los duendecillos siempre han vivido bajo tierra, no saben hacer casas de madera ni de mampostería, y una casa de asbesto cemento, como las que venden para los perros en las tiendas de departamentos, sería un verdadero adefesio antiestético en medio del bosque. Por fin uno de los enanitos se le prendió el foco y tuvo una idea luminosa: había visto en un campo no muy lejos, una calabaza gigantesca, de cerca de un metro de diámetro, que resultaría perfecta para que vaciada y luego barnizada por dentro y por fuera, sirviera de habitación al perrito. Todos aprobaron la idea y se dirigieron a donde estaba la famosa calabaza; la encontraron, le hicieron por un lado el agujero del tamaño suficiente para que pudiera entrar el perrito, todos fueron a sus casas y trajeron unas cubetas de plástico que habían comprado unos días antes, en una oferta especial de los Grandes Almacenes Tienen todo, cada quien llenó su cubeta con relleno de la calabaza para luego hacer dulce; cuando quedó vacía invitaron al perrito a que se metiera y comprobaron que iba a quedar muy cómodamente instalado. Pero no habían tomado en cuenta un pequeño detalle: la calabaza convertida en casa para perro estaba a media legua de la casa de Bombo y a esa distancia no iba a ser útil, para que el perrito estuviera cuidando la casa de sus amos. No se dieron por vencidos: otro de los enanitos propuso que se usaran troncos de arbusto del largo y grueso convenientes para que sirvieran de rodillos y poniéndose debajo de la calabaza la pudieran empujar o arrastrar hasta llevarla junto a la entrada de la casa de Bombo. Cómo eran el número suficiente de enanitos y todos trabajaron con mucho entusiasmo, en menos de dos horas ya tenían la dichosa calabaza en el lugar conveniente a un lado del agujero del árbol. Con ladrillos le hicieron una base para que no se fuera a humedecer y podrir el fondo de la calabaza, la montaron en esa base y la barnizaron por fuera y por dentro para hacerla impermeable, le pusieron la cama de paja seca en el piso. Después de que una comisión de dos enanitos inspeccionó debidamente la obra terminada y rindió un informe favorable, se volvió a invitar solemne-mente al perrito a que se instalara y él declaró que todo había resultado a la perfección. Bombo y Bombi dieron las gracias a toda la concurrencia y la obsequiaron con galletitas y refrescos hechos por Bombi, que era muy lista para esos asuntos. Y aquí termina la segunda parte de este cuento; ya el perrito también tiene casa. Espero que no se han aburrido los lectores con estas dos partes y seguirán dispuestos a leer u oír la tercera parte, en que se tratará de lago tan importante como es el de darle nombre a nuestro perrito. Así es que ya tenemos al perrito encantado por haber conseguido tan felizmente unos amos inmejorables y una casa como la puede tener ni el mejor perro del mundo. De día se la pasa dormitando metido en su cómoda calabaza o correteando en persecución de las mariposas del bosque; de noche está siempre vigilando muy celosamente la casa de sus amos. Todos los enanitos de la colonia están complacidos de la presencia del perrito por que de paso cuida también a todos y avisa con sus ladridos de la proximidad de cualquier extraño, hombre o animal, que pudiera significar un peligro para los enanitos. Todos lo quieren mucho y al pasar lo acarician y él les contesta con meneos amistosos del rabo, con brincos y hasta con una que otra lamida. Ya habían pasado varios días de esa vida tranquila y sin incidentes hasta que uno de los enanitos (en todas partes hay gentes que se meten en lo que no les viene) amonestó a Bombo por haber descuidado de hacer lo primero que debe de hacer el dueño del perro: ponerle un nombre a su gusto. Tiene toda la razón ese metiche, pensó Bombo, ha habido negligencia de mi parte; mi perrito necesita tener desde luego un nombre bonito y apropiado. Consultó el asunto con su Bombi; pero no se pudieron poner de acuerdo. Bombo quería de nombre César, Nerón, Napoleón y Bombi se oponía porque decía que esos nombres aparte de estar choteados, son apropiados para perros grandotes y su perrito no iba a crecer tanto para que le quedara bien el nombre de esos. Y cuando Bombi sugería que se le pusiera Pirrín, Chatito, Primor, Chinito y cosas así, Bombo protestaba diciendo que esos son nombres para gatos u otro animal insignificante y no para un perro tan valiente. No hubo más remedio que volver a convocar a la asamblea general de la colonia de enanitos, para tratar un negocio de tanta importancia y trascendencia. Reunida la asamblea resultó peor la cosa, porque cada quien reclamaba a gritos que los demás aceptaran el nombre disparatado que él se le ocurría. Por fin uno de los enanitos propuso que se abriera un concurso y él ofreció como premio un traje nuevo de enanito que él había comprado en la barata del Día del Compadre de los famosos Grandes Almacenes Tienentodo. Era una primoroso traje completo incluyendo desde gorro puntiagudo hasta zapatillas de punta retorcida para arriba, todas las piezas de dos colores, una con el lado derecho verde y el izquierdo amarillo, otras con la mitad derecha amarilla y la izquierda verde, en fin, un verdadero traje de lujo para duendecillo.
Todos los enanitos se sentaron en círculo al rededor de una canasta, a la que cada uno echó un papelito muy bien doblado en el que habían puesto su nombre y el nombre que él proponía para el perrito. Bombo revolvió muy bien todos los papelitos y dijo que los iría sacando al azar; si el nombre que venía en el papel no merecía la aprobación de la asamblea, sería destruido ese papel sin mencionar el nombre del autor, para no avergonzarlo. Fue una idea con-veniente, por que la mayoría de los nombres eran tontos, absurdos, inadecuados. Imagínense que algunos pusieron nombres como mango, martillo, pistola, pato, etc., y otros chinchín, priqueto, profuncio, cuasimodo, etc. Total, que ya iban más de veinte nombres y ninguno servía ni gustaba. Por fin salió un nombre que a todos agradó, empezando por el perrito que al oírlo prorrumpió en ladridos de satisfacción. El nombre premiado fue: Valientín. Todos felicitaron al autor, que inmediatamente recibió el traje y fue a cambiárselo y se presentó ante la asamblea con una flamante indumentaria. Bombo se dirigió al perrito y le dijo muy solemnemente: Desde este momento eres Valientín; a ver, Valientín, ven a dar las gracias. Y Valientín dio la vuelta al ruedo ante toda la concurrencia luciendo su nombre con enérgicos ladridos y entusiastas meneos de rabo. Y ya ven ustedes como este afortunado Valientín, antes un infortunado perrito, sin amo, sin casa, sin nombre, tiene ahora todo lo que anhelaba: bondadosos amos, comodísima casa y sonoro y apropiado nombre. Para terminar, hay que hacer constar que Bombo se acordó del dicho "Después del niño ahogado tapan el pozo", y para que no pudiera volver a suceder lo que le sucedió cuando Bombi se le ocurrió treparse a la hoja de nenúfar, consultó la sección amarilla y tomaron Bombi y él, clases de natación y ya ahora en algún día de sol y en alguna noche de luna, atraviesan nadando muy contentos, en compañía de Valientín, el famoso laguito. A que ninguno de mis lectores ha visto a un duendecillo en traje de baño, ni menos a una duendecilla en bikini.

 999. Anonimo

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