El Mago, tomando a
Coppelia en sus brazos, la llevó hasta el banco donde Franz dormía, dejándola a
su lado. Y seguidamente empezó a trazar signos cabalísticos sobre las cabezas
de la muñeca y el apuesto muchacho. Luego, el mago se fue retirando y,
siempre con una pequeña varita en la mano, la dirigió a la muñeca que, al
compás de una suave música de vals, empezó a bailar.
-¡Lo he logrado! ¡Lo he
logrado! ¡Coppelia ya tiene alma! -masculló el siniestro personaje, fuera de
sí. ¡El alma de ese joven!
La música proseguía y
Coppelia bailaba y bailaba sin cesar, con una gracia de movimiento que
arrancaba al viejo gestos de admiración.
Fuera, la oscuridad se
transformaba poco a poco en luz, anunciando la llegada de un nuevo día. Sólo
entonces, Coppelius exigió:
-¡Basta ya!
Pero la muñeca no
obedecía y bailaba más y más, como enloquecida, hasta que tropezó con un mueble
y el ruido despertó a Franz. Y el muchacho, frotándose los ojos, vio, lo mismo
que el mago, cómo la bailarina se acercaba a la ventana, donde estaba la
verdadera Coppelia, la muñeca mecánica. Svanilda se había puesto sus vestidos
y había bailado ante los encantados ojos del mago, engañándole.
Con su estratagema de
enamorada, había conseguido salvar el alma de Franz. Y en seguida, tomando la
mano de su amado, la muchacha huyó con él.
999. Anonimo
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