Érase un topo bondadoso que un día
se encontró con un par de gusanos.
Estos experimentaron algún recelo.
¿Sería el topo capaz de engullirlos? ¡No! Se limitó a largarles unos suaves
topetazos de reconocimiento, porque los topos no ven, y luego les saludó
alegremente:
-¡Hola; hola! Presiento que estáis
hambrientos. Os conduciré a mi despensa.
Los gusanitos dudaron entre su
hambre y su temor. Venció el primero y siguieron al topo por galerías
subterráneas hasta llegar a la despensa del topo, donde se hartaron de comer.
Cuando se despidieron se habían
hecho muy amigos y prometieron volver a verse.
Resultó que, al regresar a las
raíces de su árbol, descubrieron las gafas que un sabio había olvidado allí,
luego de estar leyendo.
-¡Será un buen regalo para el topo!
-se dijeron.
Y con grandes esfuerzos, pues las
gafas eran como una montaña para ellos, consiguieron introducirlas por las
galerías y llevar el regalo a su nuevo amigo.
El topo se emocionó al principio,
se alegró después y cantó por último y en lugar de montarse las gafas sobre la
nariz, se las puso como sombrero y se fue a pasear delante de sus amigos y
parientes.
999. Anonimo
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