En la corte real tuvo
lugar un fastuoso banquete. Todo se había dispuesto de tal manera que cada
persona se sentaba a la mesa de acuerdo con su rango. Todavía no había llegado
el monarca al banquete, cuando apareció un ermitaño muy pobremente vestido y al
que todos tomaron por un pordiosero.
Sin vacilar un instante,
el ermitaño se sentó en el lugar de mayor importancia. Este insólito
comportamiento indigno al primer ministro, quien, ásperamente le pregunto:
-¿Acaso eres un visir?
-Mi rango es superior al
de visir -repuso el ermitaño.
-¿Acaso eres un primer
ministro?
-Mi rango es superior al
de primer ministro.
Enfurecido, el primer
ministro inquirió:
-¿Acaso eres el mismo
rey?
-Mi rango es superior al
del rey.
-¿Acaso eres Dios? -pregunto mordazmente el primer ministro.
-Mi rango es superior al
de Dios.
Fuera de si, el primer
ministro vocifero:
¡Nada es superior a Dios!
Y el ermitaño dijo con
mucha calma.
Ahora sabes mi identidad.
Esa nada soy yo.
De la recapitulación de
Ramiro Calle, de Cuentos de la
India , en Ediciones Arca de la Sabiduría.
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