Besalu, descontento por haber
perdido la segunda partida, dio una palmada y aparecieron unas danzarinas.
Mientras su contrincante las miraba, el rajá cambió los dados y lanzó su
jugada. Antes de que cayeran, el gatito blanco jugueteó con ellos.
-¡Quita de ahí ese bicho! -ordenó
el rajá.
El encanto había surtido efecto y
Salim ganó también aquella partida.
-¡He ganado en buena lid al rajá! -dijo Salim, dirigiéndose a los altos dignatarios.
-¿Se puede saber quién va a
gobernar en mi lugar? -gritó Besalu.
-Tu propio hermano, al que heriste
a traición y tiene más derecho que tú a ocupar el trono -le contestó el joven
príncipe, que ordenó: ¡Ministros, llevad a prisión al traidor!
Al momento Salim salió de la
ciudad, pero regresaba poco después llevando a la grupa al hermano de Besalu,
al que todos aclamaron.
Y Salim pudo regresar al palacio de
sus padres con los magníficos regalos que el agradecido príncipe repuesto en el
trono le había entregado. Pero no se separaron y fueron siempre como hermanos.
Con su ayuda mutua, engran-decieron sus respectivos reinos, cumpliéndose así el
anuncio de los mendigos adivinadores.
999. Anonimo,
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