La madrastra y Sarah se llevaron
una colosal sorpresa al ver aparecer sana y salva a la muchacha.
-Creímos que te habías caído al
pozo y ahogado.
La muchachita contó su aventura y
mostró el saquillo lleno de monedas de oro que el Hada le entregara.
La envidia sugirió un infeliz plan
a la madrastra.
-Hija mía, vete al pozo y tírate,
pues ya sabemos que no va a sucederte nada malo y llévate este saco grande para
que lo llenes de oro.
Ni corta ni perezosa, Sarah
obedeció. Pero cayó sobre piedra y quedó llena de moraduras y bastante fea.
Pronto se acercó a saludarla el Hada del Pozo.
-Os haré compañía y os ayudaré
-prometió Sarah. Supongo que luego me entregaréis una buena recompensa.
-Sí, sí -contestaba el Hada con
ojillos que chispeaban de malicia.
Y como nada le daba, Sarah buscaba
por todos los rincones el tesoro del Hada, sin hallarlo. En vista de su
fracaso, dijo que deseaba regresar a su casa.
El Hada accedió y entregó a la
muchacha un saquito. Sarah, se sirvió de la cuerda del brocal para subir a la
superficie y luego, muerta de curiosidad, desató el saquito, hundió en él las
manos y, sacándolas pegajosas, se las pasó por la cara.
-¡Qué asco! ¡Es pez!
De improviso, el Hada surgió a su
lado.
-No te preocupes, no se te quedará
siempre en la cara. Se te quitará cuando seas buena.
El cuento no dice si Sarah fue
buena alguna vez y si se le borraron las huellas de pez.
999. Anonimo
No hay comentarios:
Publicar un comentario