Había una vez un
campesino que tenía un criado llamado Vania.
-Vania -le dijo una
noche, mañana iremos al campo a segar el trigo.
-Muy bien -respondió
Vania. Si ha de ser mañana, mañana será; si hay que segar, se segará.
Al día siguiente se
levantaron temprano y el campesino le dijo a su mujer:
-Mujer, prepáranos el
desayuno.
La mujer sirvió el
desayuno. Ambos comieron con avidez, se secaron los bigotes y luego el
campesino observó:
-¿Es realmente necesario
que a mediodía volvamos a casa desde el campo para comer? Sería mejor comer
ahora mismo ya que estamos aquí. Mujer, prepáranos también, enseguida, la comida.
Y la mujer se la sirvió.
Los dos comenzaron a comer, pero no llegaron a acabarlo todo.
-Y ahora que lo pienso,
¿es realmente necesario que alguien se acerque por la tarde a llevarnos la
merienda? Hagámosla ahora -dijo el campesino, muy feliz porque con este
sistema ahorraría un poco, puesto que Vania ya no tenía mucho apetito.
La mujer les llevó la
merienda. Vania bebió solamente un sorbo de leche, pero dejó el resto. Y el
campesino dijo:
-Cuando volvamos esta
noche del campo estaremos muertos de cansancio y no tendremos ganas de cenar.
Mujer, danos ya la cena.
Y la mujer sirvió la cena.
Pero Vania no llegó siquiera a mirar lo que había en su plato. El campesino se
rió:
-Y ahora vagamos a segar.
Pero Vania objetó:
-Ah, no, señor. Después
de la cena hay que irse a dormir. ¡Buenas noches!
Salió de la casa, buscó
un sitio abrigado y se echó a dormir.
Fuente: Gianni Rodari
062. anonimo (rusia)
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