Un día volvía un joven del mercado. Sus
búfalos llevaban una buena carga de salmones en salazón. Ya estaba
anocheciendo, la carretera atravesaba una localidad desierta y el joven tenía
miedo, porque sabía que por aquel lugar rondaba la bruja Yamaúba, que daba caza
a los hombres. Aguijó a sus búfalos y los hizo correr lo más que pudo, pero fue
en vano: en una curva de la carretera se oyó a sus espaldas, de repente, un
sonido de pasos y una respiración afanosa. Se volvió y vio a la bruja Yamaúba,
que lo estaba siguiendo.
La bruja gritaba:
-Eh, tú, tírame un salmón o te comeré
enterito.
El muchacho se asustó, cogió un salmón, se lo
lanzó a Yamaúba y aguijó los búfalos para que corriesen más deprisa, pero no
llegó muy lejos. De nuevo oyó un sonido de pasos y una respiración afanosa a
sus espaldas. La bruja aún lo seguía y gritaba:
-Eh, tú, tírame otro salmón o te comeré
enterito.
El muchacho se asustó, le tiró otro salmón y
marchó a toda velocidad. Pero no llegó muy lejos. Por tercera vez oyó el sonido
de pasos y la respiración afanosa. Era la bruja Yamaúba, que lo seguía dando
voces:
-Eh, tú, tírame otro salmón o te comeré
enterito.
El muchacho le tiró el tercer salmón, después
el cuarto, luego el quinto, y así sucesivamente hasta que la bruja los devoró
todos, del primero al último. Pero aún no estaba satisfecha. Seguía tras él, y
esta vez le gritó, amenazadora:
-Eh, tú, dame uno de esos búfalos, si no
quieres que te coma enterito.
Al muchacho le dio mucha pena, porque aquella
yunta de búfalos era la única herencia de sus padres, pero ¿qué otra cosa podía
hacer? Le dejó a Yamaúba uno de los búfalos e intentó escapar con el segundo.
Pero tampoco esta vez llegó muy lejos. La
bruja seguía tras él, gritando:
-Eh, tú, dame el otro búfalo, si no quieres
que te coma enterito.
El joven se asustó, le dejó a la bruja el otro
búfalo y puso pies en polvorosa. Corría como un desesperado hasta que se
encontró con unos barqueros.
-¡Buena gente, escondedme! -les imploró.
Los barqueros lo escondieron en una barca
justo a tiempo,
porque ya estaba llegando la bruja Yamaúba.
-Eh, vosotros -gritó, ¿habéis visto pasar a un
joven corriendo? Decidme la verdad, si no os comeré enteritos.
Los barqueros, temblando de miedo,
respondieron:
-No hemos visto a nadie. Si quieres, mira en
las barcas.
La bruja comenzó a mirar en las barcas. Pero,
antes de que llegase a la última, el chico ya se había ido. Corrió y no paró de
correr hasta que llegó a un sitio donde estaban trabajando unos cortadores de
juncos.
-Buena gente, escondedme -les suplicó.
Y ellos lo escondieron bajo un montón de haces
de juncos. El chico tuvo apenas tiempo de esconderse y enseguida llegó la bruja
Yamaúba, gritando:
-Eh, vosotros, ¿habéis visto pasar a un chico
corriendo? Decidme la verdad, si no os comeré enteritos.
Los cortadores, temblando de miedo,
respondieron:
-No hemos visto a nadie. Si quieres, registra
todos los haces. Yamaúba revisó todos los haces. Pero, antes de llegar al
último, el chico ya se había ido. Corrió y no paró de correr, hasta que llegó
cerca de una laguna. En la orilla de la laguna crecía un árbol. El muchacho se
subió al árbol sin perder tiempo y se escondió entre el follaje.
Y llegó Yamaúba. Se detuvo en la orilla de la
laguna y miró a su alrededor en busca del joven. De repente miró el agua del
estanque ¿y qué vio? Vio en el agua la imagen del muchacho que se escondía en
el árbol. Pero Yamaúba creyó que el joven se había escondido en la laguna y
gritó:
-Eh, tú, sal de ahí, si no te comeré enterito.
-Ven a cogerme -respondió el muchacho.
-Claro que voy.
Dicho esto, la bruja se zambulló en la laguna.
Antes de que volviese a la superficie, el
joven ya estaba lejos. Corrió. Corrió. Llegó al pie de una montaña, vio una
pequeña casa y, muy contento, entró en ella. Pero aquella casa, qué mala pata,
era la cueva de la bruja Yamaúba.
¿Qué hacer ahora? El joven se escondió entre
las vigas del techo.
Poco después llegó la bruja, empapada, muerta
de frío y furiosa. Entró, reavivó el fuego, puso encima una cacerola y preparó
unos buñuelos de arroz. Mientras se freían los buñuelos, Yamaúba se durmió.
El chico, que no había perdido detalle, sintió
el olor de los buñuelos y le entró mucha hambre. Por suerte, el techo era de
juncos. Cogió uno bastante largo, se aferró con una mano a una viga, con la
otra pinchó un buñuelo y se lo comió con gran avidez. Después pinchó el
segundo, el tercero, el cuarto, hasta que se comió todos los buñuelos.
La bruja se despertó y montó en cólera:
-¿Quién se ha comido mis buñuelos?
-El fuego, el fuego travieso -le respondió el
joven con una voz muy fina.
Yamaúba se acercó al fuego y vio, en medio de
las brasas, un buñuelo hecho carbón.
-Paciencia -suspiró y puso al fuego una olla
con vino dulce con la idea de entrar en calor. Mientras el vino se calentaba,
la bruja se durmió.
Cuando comenzó a salir vapor de la olla, el
chico, oculto en el techo, sintió un aroma muy bueno y le dio una sed terrible.
Cogió una caña del techo, bien larga, hundió un extremo en la olla, se puso el
otro en la boca y sorbió el vino caliente hasta la última gota.
La bruja se despertó y montó en cólera:
-¿Quién se ha bebido mi vino?
-El fuego, el fuego travieso -respondió el
joven con una voz muy fina.
Yamaúba observó el fuego y vio en la piedra,
entre las cenizas, dos o tres gotas de vino ya casi secas.
-Paciencia -suspiró entonces y decidió irse a
dormir.
-Pero ¿dónde vog a dormir hoy? ¿En el ataúd de
piedra o en el de madera? El de piedra es demasiado frío, dormiré en el de
madera.
Abrió el ataúd, se tumbó dentro de él y puso
encima la tapa. Poco después, comenzó a roncar. Era justamente lo que el joven
estaba esperando. Salió de su escondite, cogió clavos y un martillo y clavó la
tapa del ataúd. Después se apoderó de todos los tesoros de la bruja y, muy
contento, tomó el camino de vuelta a casa. La horrible bruja se quedó
prisionera en el ataúd y, si nadie ha ido a liberarla, aún se la oye golpear
para que le abran:
-¡Bum, bum, bum!
040. anonimo (japon)
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