Gombé, el Burlón era un
hombre feliz. Las cosas le iban bien. Se vanagloriaba de su fortuna y no se
cansaba de contar sus aventuras. Pero nunca pudo contarle a nadie la más
importante de todas.
Un día salió a cazar
patos salvajes con una vieja escopeta. Su cañón, retorcido como un taladro, le
permitía disparar sin precisar el ángulo de tiro. Aunque no lo creáis, cuando
una bandada de patos alzó el vuelo, Gombé apuntó a uno solo y los hizo caer a
todos. Al tener el cañón tan retorcido, la bala voló en círculo y, en lugar de
dar a un solo pato, dio a diez de una vez. Gombé los citó por las patas a su
cinturón y prosiguió. Los patos, sin embargo, no estaban muertos, sino
simplemente aturdidos. Un rato después volvieron en sí, abrieron las alas y
echaron a volar, llevando por el aire al pobre Gombé, que no tuvo tiempo de
reaccionar.
Los patos sobrevolaron
montes y valles, ríos y lagos, hasta que llegaron al tejado de una vieja
pagoda. Gombé actuó con la mayor rapidez posible. Cuando se vio frente a la
aguja del templo se aferró con mucha fuerza y se desabrochó el cinturón. Los
patos continuaron su vuelo y el cazador se mantuvo sujeto a la cima de la
pagoda.
El problema era ahora
bajar de aquella altura. Gombé dio voces pidiendo aquda. Del templo salieron
los sacerdotes y sus discípulos, miraron a su alrededor para descubrir de dónde
salía la voz y, finalmente, vieron al bobo de Gombé en el tejado del templo.
Al principio no sabían
qué hacer para ayudarlo. Después decidieron probar este sistema: sacaron del
templo una gran tela, pusieron encima una buena cantidad de algodón, cuatro
discípulos sostuvieron la tela por sus cuatro extremos y la tensaron con todas
sus fuerzas.
Los otros, es decir, los
sacerdotes y los habitantes de la aldea, se pusieron en círculo alrededor de la
tela y gritaron:
-¡Uno, dos, tres!
Al oír el número tres,
Gombé cerró los ojos y saltó. Pero más que un salto era un vuelo. El peso de
Gombé se desplomó con tanta violencia que los cuatro que sostenían la tela se
cayeron uno sobre otro; sus cabezas se golpearon con tanta fuerza que
despidieron chispas, con las chispas se prendió fuego al algodón, el fuego del
algodón se extendió por la tela, de la tela pasó a la pagoda, de la pagoda a la
aldea y así se quemaron todos, sacerdotes, habitantes y Gombé. De ellos sólo
ha quedado esta vieja historia.
040. anonimo (japon)
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