300. Cuento popular castellano
Era un matrimonio que solían poner la mayor
parte de las noches para cenar tres huevos. El marido tenía por costumbre de
comerse dos, y la mujer el otro restante. Hasta que un día la mujer se incomodó
y le dijo:
-Ya sabes que nos hemos casao en una misa y
no está bien que todas las noches te comas tú dos huevos y yo uno nada más.
Desde ahora vamos a hacer un turno; una noche te tocan a ti dos y otra noche me
tocan a mí.
-No, no; no te lo consiento -dijo el marido,
porque el marido ya sabes que tiene toda la autoridaz de la casa.
-Pues no te lo dejo pasar -contestó la mujer.
-Pues entonces me muero -dijo el marido.
-Pues, si te mueres, ¡que te entierren!
Al otro día el marido hizo el muerto. La mujer
empezó a gritar y decía:
-¡Mi marido, que se ha muerto! ¡Mi marido,
que se ha muerto! Y dio parte a las autoridades del pueblo y al señor cura para
hacerle el entierro.
En el entierro, iba la mujer acompañando al
difunto y de vez en cuando decía:
-¡Hija mío! ¡Dejáimele ver ya por la última
vez!
Y como que le iba a besar, le decía al oído
muy despacio:
-¿Cuántos te comes, que ya vamos a la mitaz
del camino? El marido ensistía que dos y la mujer le decía que uno.
-¡Pues, adelante con el entierro! -decía el
marido.
Al llegar a las puertas del cementerio volvió
a decir la mujer:
-¡Hijo mío, hijo mío! ¡Dejáimele ver ya por
la última vez y darle el último abrazo!
Y arrimándose al oído del marido, le volvió a
decir:
-¿Cuántos te comes, que ya estamos a la puerta
del cementerio?
Y el marido decía:
-Dos; te he dicho que dos.
-Uno -le decía la mujer.
-¡Pues, adelante con el entierro! -decía el
marido.
Al llegar ya con el ataúz a la fosa donde iba
a ser depositado, la mujer volvió a repetir lo que las veces anteriores:
-¡Hijo mío! ¡Dejáimele ver ya por la última
vez y darle el último abrazo!
Y arrimándose al oído del marido le volvió a
decir:
-¿Cuántos te comes?
Y él decía:
-Dos.
Y viendo la mujer que consentía el dejarse
enterrar, antes que vencer en su propósito, le dijo:
-Bueno; pues cómete los dos.
Entonces el marido se levantó del ataúz, con
la sábana envuelta, y salió por el cementerio gritando:
-¡Dos me como! ¡Dos me como!
Y la gente, al ver que resucitaba y decía
eso, se echó a correr.
El sacristán era cojo, y iba corriendo todo
lo que podía, gritando:
-¡A mí, no! ¡A mí, no!
Peñafiel,
Valladolid. Mariano Ruiz Salinero.
27
de abril, 1936. Dulzainero, 58 años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. anonimo (castilla y leon)
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