Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 1 de agosto de 2012

La muchacha con la tina en la cabeza


Hace muchos, muchos años, vivían en una aldehuela un hombre y una mujer. Antes habían morado en una ciudad, en una casa bonita p suntuosa. Ahora, en cambio, vivían en una mísera cho­za. En medio de tanto infortunio, su único consuelo era la hija que tenían. A pesar de ser aún muy joven, todos la admiraban por su extraordinaria belleza. Pero, ay, antes de que la mucha­cha creciese, su padre murió y, a los pocos meses, su madre capó gravemente enferma.
-¿Qué será de mi hija cuando yo también esté muerta? -re­petía llorando la mujer. Es pobre, y su belleza no será para ella más que un castigo.
Cuando sintió que ya estaba a punto de morir, llamó a la muchacha y le recomendó que fuese buena y valerosa, y le pidió que le acercase la pequeña tina de madera que estaba detrás de la puerta. La muchacha obedeció y se arrodilló junto a la cama de su madre moribunda. La mujer alzó la tina y cubrió con ella la cabeza de su hija, de tal modo que su rostro quedó casi oculto.
-Ahora, hija mía -dijo la mujer-, prométeme que no te qui­tarás nunca de la cabeza esta vasija. De otro modo serás, qué duda cabe, muy infeliz.
La muchacha respondió que cumpliría la promesa.
Después de la muerte de su madre, la muchacha se las arre­gló como mejor pudo. Trabajaba con empeño ayudando a los campesinos en el campo y nunca nadie oyó de ella una palabra de queja por lo que debía hacer. La gente que la veía siempre con la pequeña tina en la cabeza comenzó a llamarla Tineta. Poco a poco, todos olvidaron que, bajo aquella extraña máscara, se es­condía el rostro más hermo-so de la región.
Un rico terrateniente, en cuyos campos trabajaba la mucha­cha, acabó fijándose en ella, admirado por su modestia y su dili­gencia. Un día la llamó y le ofreció ir a trabajar a su casa, sobre todo para atender a su esposa, que estaba muy enferma. La mu­chacha aceptó el encargo y cumplió tan bien con su tarea que mereció la confianza de todos.
Un día, el mayor de los hijos del terrateniente volvió a su casa desde la ciudad donde estudiaba. Conoció a Tineta y le pe­día a la gente de la aldea opiniones sobre ella. Supo así que era una pobre huérfana, a la que todos llamaban Tineta por la pe­queña tina que llevaba en la cabeza para ocultar, se decía, la fe­aldad de su rostro. Pero una noche el joven pudo ver aquel sem­blante misterioso, reflejado en el cubo de agua que la muchacha estaba llevando a la casa, y descubrió que era de una belleza ex­traordinaria. Decidió enseguida casarse con la joven criada. Sus padres no aprobaban su elección, pero el joven se mantuvo fir­me en sus trece y tanto dijo y tanto hizo que logró fijar la fecha de la boda.
Tineta se sintió dolida cuando supo que sus amos no la acep­taban de buena gana en su casa. Lloraba día y noche, y le rogó a su enamorado que se casase con una mujer que pudiese ofrecer­le una buena dote. Pero una noche vio en sueños a su madre, quien le dijo:
-No temas, hija mía. Cásate, de todos modos, con el hijo de tu amo.
La muchacha estaba feliz. Se levantó muy alegre y comenzó a prepararse para la boda. Antes de la ceremonia nupcial, todos querían quitar de la cabeza de la esposa aquel extraño casco, pero ninguno pudo.
Y su novio dijo:
-¡La quiero mucho y me casaré con ella tal como es! Se celebró la boda.
Después de la ceremonia, hubo un espléndido banquete: to­dos estaban alrededor de la flamante esposa brindando por su salud cuando, de repente, la pequeña tina se partió en dos y cayó al suelo, con gran estruendo, haciéndose añicos. ¡Oh, prodigio! Los añicos eran todos de oro, plata y piedras preciosas.
Así, la pobre muchacha pudo ofrecer una dote mejor y más rica que la de una princesa. Pero lo que más sorprendió a los in­vitados fue la extraordinaria belleza de la esposa. Hubo brindis sin cuento por la pareja feliz, además de gritos, cantos y risas hasta el amanecer.

040. anonimo (japon)

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