Hace muchos, muchos años,
vivían en una aldehuela un hombre y una mujer. Antes habían morado en una
ciudad, en una casa bonita p suntuosa. Ahora, en cambio, vivían en una mísera
choza. En medio de tanto infortunio, su único consuelo era la hija que tenían.
A pesar de ser aún muy joven, todos la admiraban por su extraordinaria belleza.
Pero, ay, antes de que la muchacha creciese, su padre murió y, a los pocos
meses, su madre capó gravemente enferma.
-¿Qué será de mi hija
cuando yo también esté muerta? -repetía llorando la mujer. Es pobre, y su
belleza no será para ella más que un castigo.
Cuando sintió que ya
estaba a punto de morir, llamó a la muchacha y le recomendó que fuese buena y
valerosa, y le pidió que le acercase la pequeña tina de madera que estaba
detrás de la puerta. La muchacha obedeció y se arrodilló junto a la cama de su
madre moribunda. La mujer alzó la tina y cubrió con ella la cabeza de su hija,
de tal modo que su rostro quedó casi oculto.
-Ahora, hija mía -dijo la
mujer-, prométeme que no te quitarás nunca de la cabeza esta vasija. De otro
modo serás, qué duda cabe, muy infeliz.
La muchacha respondió que
cumpliría la promesa.
Después de la muerte de
su madre, la muchacha se las arregló como mejor pudo. Trabajaba con empeño
ayudando a los campesinos en el campo y nunca nadie oyó de ella una palabra de
queja por lo que debía hacer. La gente que la veía siempre con la pequeña tina
en la cabeza comenzó a llamarla Tineta. Poco a poco, todos olvidaron que, bajo
aquella extraña máscara, se escondía el rostro más hermo-so de la región.
Un rico terrateniente, en
cuyos campos trabajaba la muchacha, acabó fijándose en ella, admirado por su
modestia y su diligencia. Un día la llamó y le ofreció ir a trabajar a su
casa, sobre todo para atender a su esposa, que estaba muy enferma. La muchacha
aceptó el encargo y cumplió tan bien con su tarea que mereció la confianza de
todos.
Un día, el mayor de los
hijos del terrateniente volvió a su casa desde la ciudad donde estudiaba.
Conoció a Tineta y le pedía a la gente de la aldea opiniones sobre ella. Supo
así que era una pobre huérfana, a la que todos llamaban Tineta por la pequeña
tina que llevaba en la cabeza para ocultar, se decía, la fealdad de su rostro.
Pero una noche el joven pudo ver aquel semblante misterioso, reflejado en el
cubo de agua que la muchacha estaba llevando a la casa, y descubrió que era de
una belleza extraordinaria. Decidió enseguida casarse con la joven criada. Sus
padres no aprobaban su elección, pero el joven se mantuvo firme en sus trece y
tanto dijo y tanto hizo que logró fijar la fecha de la boda.
Tineta se sintió dolida
cuando supo que sus amos no la aceptaban de buena gana en su casa. Lloraba día
y noche, y le rogó a su enamorado que se casase con una mujer que pudiese
ofrecerle una buena dote. Pero una noche vio en sueños a su madre, quien le
dijo:
-No temas, hija mía.
Cásate, de todos modos, con el hijo de tu amo.
La muchacha estaba feliz.
Se levantó muy alegre y comenzó a prepararse para la boda. Antes de la
ceremonia nupcial, todos querían quitar de la cabeza de la esposa aquel extraño
casco, pero ninguno pudo.
Y su novio dijo:
-¡La quiero mucho y me
casaré con ella tal como es! Se celebró la boda.
Después de la ceremonia,
hubo un espléndido banquete: todos estaban alrededor de la flamante esposa
brindando por su salud cuando, de repente, la pequeña tina se partió en dos y
cayó al suelo, con gran estruendo, haciéndose añicos. ¡Oh, prodigio! Los añicos
eran todos de oro, plata y piedras preciosas.
Así, la pobre muchacha
pudo ofrecer una dote mejor y más rica que la de una princesa. Pero lo que más
sorprendió a los invitados fue la extraordinaria belleza de la esposa. Hubo
brindis sin cuento por la pareja feliz, además de gritos, cantos y risas hasta
el amanecer.
040. anonimo (japon)
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