Una vez, hace mucho tiempo, el cangrejo tenía
un pequeño campo en el que cultivaba arroz. En la época de la cosecha, la mona
fue a hacerle una visita. No le apetecía en absoluto trabajar en el campo, pero
le gustaba mucho el arroz. El mono le dijo al cangrejo:
-Si quieres, puedo prepararte un pastel de
arroz.
El cangrejo nunca había comido pastel de
arroz, pero le dieron ganas de probarlo y respondió que estaba de acuerdo.
La mona puso una olla al fuego, hizo hervir el
agua con el arroz y después lo echó en un mortero.
-Ahora debemos hacer un puré, pero aquí no se
puede; hay que ir a una colina.
El cangrejo se sorprendió mucho, pero siguió
dócilmente a la mona con el mortero rumbo a la colina. A mitad de camino,
estaba muerto de cansancio y le dijo a la mona:
-¿No podemos quedarnos aquí para hacer puré de
arroz?
-No, debemos ir más arriba -respondió la mona.
Poco después, estaban casi a punto de llegar a
la cumbre de la colina y el cangrejo no podía más. Se detuvo p preguntó de
nuevo:
-¿No podemos quedarnos aquí para hacer puré de
arroz?
-No, debemos ir más arriba -respondió la mona.
Finalmente llegaron a la cima de la colina. Al cangrejo ya se le aflojaban las
pinzas del cansancio. La mona, en cambio, se sentía estupendamente bien.
Trituró el arroz en el mortero, muy contenta con la idea de comérselo sola.
Cuando el arroz quedó convertido en una pasta,
dejó caer el mortero, que enseguida rodó colina abajo, y la mona detrás, a
grandes saltos.
El pobre cangrejo descendió melancólicamente,
a pasos cortos, pensando:
-Ya puedo ir despidiéndome de ese arroz.
Pero a mitad de camino descubrió, con gran
alegría, una buena cantidad de pasta de arroz, que se había volcado mientras el
mortero rodaba. Allí estaba, en medio de la hierba.
El cangrejo no lo pensó dos veces y comenzó a
comerse la pasta.
La mona, al contrario, cuando llegó al pie de
la colina, se encontró con el mortero vacío, ya no había siquiera restos de
arroz. Fuera de sí por la rabia, volvió a escalar corriendo la colina y, en la
mitad del trayecto, descubrió al cangrejo tomando los últimos bocados del
arroz.
-Déjame comer un poco también a mí -dijo la
mona.
-Come lo que ha quedado en el mortero
-respondió el cangrejo.
-En el mortero no ha quedado nada.
-Tampoco aquí ha quedado nada.
-Me las pagarás. Reuniré a todas las monas y
tu coraza no te servirá de nada. Te la arrancaremos.
La mona se fue y el cangrejo, muy asustado, se
encaminó hacia su casa lamentándose:
-Pobre de mí, pobre de mí, quién sabe qué me
ocurrirá. Lo oyó una castaña y le preguntó:
-¿Por qué te quejas?
-Ah, si lo supieses: la mona quiere arrancarme
la coraza.
-No tengas miedo ni te lamentes: yo te
ayudaré.
Y se fue con él. Pero el cangrejo, que no se
sentía del todo seguro, seguía lamentándose:
-Pobre de mí, pobre de mí, quién sabe qué me
ocurrirá. Lo oyó una avispa y le preguntó:
-¿Por qué te quejas así?
-Ah, si lo supieses: la mona quiere arrancarme
la coraza.
-No tengas miedo y deja de lamentarte -dijo la
avispa, yo te ayudaré.
Y se fue con el cangrejo y con la castaña.
Pero el cangrejo no se tranquilizaba y seguía
lamentándose:
-Pobre de mí, pobre de mí, quién sabe qué me
ocurrirá. Lo oyó una boñiga de vaca y le preguntó:
-¿Por qué te quejas así?
-Ah, si lo supieses: la mona quiere arrancarme
la coraza.
-No tengas miedo y deja de lamentarte, yo te
ayudaré. Y se fue con el cangrejo, la castaña y la avispa. Pero el cangrejo
seguía inquieto lamentándose:
-Pobre de mí, pobre de mí, quién sabe qué me
ocurrirá.
Lo oyeron el mortero y la mano del mortero y
le preguntaron:
-¿Por qué te quejas así?
-Ah, si lo supieseis: la mona quiere
arrancarme la coraza.
-No tengas miedo y deja de lamentarte -dijeron
el mortero y su mano, nosotros te ayudaremos.
Y también ellos se fueron con el cangrejo, la
castaña, la avispa y la boñiga de vaca.
Esta vez, el cangrejo se sintió más tranquilo
y se dio prisa en llegar a casa con sus acompañantes. En la casa, cada uno se
acomodó como más le gustaba: el cangrejo en una palangana con agua, la castaña
en las cenizas de la chimenea, la avispa en la ventana, la boñiga de vaca en el
umbral, el mortero y su mano en el techo, y esperaron tranquilamente. Poco
después, llegó la mona con un grupo de amigas. Las dejó fuera y entró sola en
la casa. En cuanto entró, sintió frío.
-Tengo que calentarme un poco -dijo
estremeciéndose y hurgó en las cenizas de la chimenea, pero de pronto la
castaña le estalló encima y le quemó el trasero.
-Ay -gritó la mona y saltó a la palangana para
refrescarse, pero en la palangana estaba el cangrejo, que la esperaba, y le
agarró un dedo con las pinzas.
-Ay -gritó la mona y saltó a la ventana para
ver qué la había pinchado, pero en la ventana estaba la avispa, que la
esperaba, y le clavó el aguijón en la nariz.
-Ay -gritó la mona y saltó a la puerta para
escapar lo más pronto posible, pero en el umbral estaba la boñiga de vaca, que
la esperaba, así que la mona resbaló y cayó cuan larga era.
-Ay -gritó la mona e intentó incorporarse para
escapar lo más pronto posible, pero el mortero y la mano del mortero se
lanzaron desde el techo, le golpearon la cabeza y le hicieron dos chichones de
esos que se recuerdan durante toda la vida.
La mona escapó chillando hacia la montaña y
todas sus amigas fueron tras ella.
Desde aquella época, el cangrejo vive sosegado
en su casita con sus amigos y plácidamente se come él solo su arroz.
040. anonimo (japon)
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