El
rey de la playa emprendió el camino: quería llegar pronto a la casa
del rey del bosque, para pedirle a su hija en matrimonio. Pero el rey
del bosque había exigido un coche, y el hombre no tenía: manera de
conseguir algo tan valioso. Le llevaba un caballo. El rey del bosque
aceptó el caballo, y fijaron la boda para el sábado siguiente.
Cuando
llegó el día señalado, toda la familia del rey de la playa acudió
al poblado del bosque. Allí les aguardaba una buena sorpresa: la
chica que tenía que casarse acababa de morir. Como no vieran el
cadáver, el rey de la playa se acercó a una chica y le preguntó
qué había pasado. Ésta le respondió: «La chica que debía
casarse contigo ha muerto».
De
vuelta a casa, el rey de la playa no estaba muy convencido. Había
perdido su caballo y deseaba cerciorarse. Regresó por sorpresa al
poblado del bosque y el rey le acompañó hasta la habitación de su
hija. Se encontraba estirada encima de la cama, de manera que el
hombre pensó: «Debe estar dormida». Pero pasaron horas y horas, y
la chica no se despertaba.
Regresó
a su casa, pero la duda no le permitía vivir con tranquilidad. Así
que se acercó de nuevo a aquel poblado y habló con una chica que se
encontraba junto a la casa del rey. Ésta le repitió: «No debes
preocuparte. Realmente aquella chica está ya muerta». Entonces el
rey de la playa propuso: «¿Por qué no nos casamos nosotros?».
El
padre de la chica estuvo de acuerdo. Se preparó todo y se celebró
la boda. El rey de la playa se llevó a la chica a su casa; y, nada
más llegar, resbaló, cayó y quedó muerta. El rey de la playa
pensó: «Desde luego, tengo que dejar este asunto; porque la
desgracia me persigue».
Y
ya no intentó casarse de nuevo. Se quedó en la playa y vivió feliz
con sus mujeres y sus hijos.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
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