El
leopardoi
tenía ganas de comerse a la tortuga, Pensando cómo podía hacerlo,
se le ocurrió mandarle una carta en la que le decía que estaba
muriéndose, e invitándola a su casa para despedirse.
A
la tortuga le extrañó el mensaje, y adivinó que se trataba de un
engaño. De manera que cogió su hacha y una chaqueta y se dirigió
hacia la casa del leopardo. Por el camino, recogió un montón de
hormigas muy gordas y las metió dentro de la chaqueta.
Al
llegar a la casa del leopardo, sus familiares le invitaron a sentarse
junto al cadáver. La tortuga se negó porque, según dijo, no era
costumbre que un invitado se sentara tan cerca del fallecido. Pero
les dio la chaqueta para que se la pusieran al leopardo.
Cuando
el leopardo estuvo con la chaqueta puesta, se movía cada vez más:
porque, al morderle las hormigas, le costaba mantenerse quieto.
Entonces la tortuga salió de la casa y empezó a cortar un árbol
seco que había frente a la entrada para hacer el ataúd. Cuando el
árbol estaba ya para caer, la torguga empezó a gritar: «¡Cuidado,
los de la casa, que el árbol se os echa encima!».
Inmediatamente
salieron todos los de la casa despavoridos, y el leopardo delante de
todos. De esta manera la tortuga descubrió el engaño, y el leopardo
no pudo comérsela.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
Aquí
se presenta como cuento independiente lo que, menos desarrollado,
constituye en otras ocasiones una segunda secuencia.
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