Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 1 de febrero de 2015

La tortuga y el leopardo .057

En un poblado, cerca del río, vivían muchos animales. Cada día lo cruzaban para ir a cazar a otros animales que vivían en la orilla opues­ta. Excepto la tortuga, que sabía un lugar donde había muchos caraco­les e iba allí para comerlos.
Los caracoles se terminaron, y la tortuga no sabía qué hacer. A los demás animales se les presentó también un problema: porque los ani­males de la orilla opuesta iban disminuyendo; y, además, había apare­cido un gran jabalí que no dejaba acercarse a nadie.
El leopardo no se resignó; y de su expedición regresó cargado de buena carne. Y como el resto de animales apenas podía cazar, lo repar­tió entre todos y empezó a actuar como si fuera el jefe del poblado.
La tortuga pensaba: «También me dedicaré a cazar animales, pues­to que se han terminado los caracoles». El leopardo le advirtió: «Si quieres, podemos ir juntos; pero te será muy difícil cazar algo, porque hay un jabalí que no permite que nadie se acerque».
Efectivamente, cuando el jabalí vio a la tortuga intentó matarla. Pero ella se escondió en su caparazón y aguantó las inútiles embestidas de su rival. Así que pudo regresar a casa, pero sin comida que llevarse a la boca.
Mientras tanto, el leopardo decidió no regalar más carne al antílo­pe: porque éste tenía la mujer más bonita del poblado, y él quería conseguirla. Un día, el antílope consiguió cazar dos piezas; pero encon­tró al leopardo, que le quitó una. El antílope presentó una queja delante de todo el poblado, y el otro le mató. Después quería quedarse con su mujer, pero ésta solamente aceptó la compañía de la tortuga. De esta manera, el leopardo empezó a odiar a la tortuga; y quería matarla, tal como había hecho con el antílope.
Otro día invitó a la tortuga a ir de caza a la orilla opuesta del río, como habían hecho anteriormente. Al llegar a la otra parte del río, el leopardo empezó a poner trampas por un lado, y la tortuga por otro. La trampa que preparaba la tortuga consistía en una cuerda atada a la rama de un árbol; preparó con ella un lazo, y ella misma se lo puso al cuello, protegida por otras ramitas más pequeñas; luego extendió los brazos, de manera que parecía que estaba flotando en el aire.
Pasó un antílope, y quedó boquiabierto: «Ésta sí que es buena: ¡una tortuga voladora!». Ella respondió: «Amigo, esto es lo más bonito que he hecho en toda mi vida. Estoy haciendo como los pájaros del cielo, y no conozco nada, mejor». El antílope tenía ganas de probarlo, y la tortuga no opuso reparos: «Es muy sencillo: ponte tú en mi lugar». Así lo hizo el antílope, y al instante se dio cuenta de que se estaba ahogan­do: «¡Por favor, sácame el lazo, que me está matando!». La tortuga esperó a que muriera estrangulado, y a continuación lo escondió entre el follaje.
Fueron pasando muchos otros animales, y la tortuga los iba matan­do de esta forma. Cuando ya tenía un buen número, se presentó el temible jabalí: «¡Hola, amigo jabalí!». Éste se sorprendió muchísimo: «No puede ser. ¿Puedes levantarte sola en el aire?». La tortuga asintió: «Hago lo mismo que los pájaros en el cielo. Y créeme que no tener que tocar el suelo con los pies es lo más cómodo y divertido que existe». El jabalí se moría de envidia: «Por favor, amiga tortuga, deja que lo prue­be».
Ahora la tortuga se hacía la remolona: «En todo caso, prométeme que no vas a estar mucho tiempo: no me gustaría que, después de ayudarte, te quedaras aquí».
El jabalí se mostró conforme, y empezaron la maniobra: él la ayudó a bajar, y se colocó la soga en el pescuezo. La tortuga empezó a levan­tarlo, y el jabalí empezó a chillar.
Entonces la tortuga fue en busca de su machete, y cada vez que el jabalí abría la boca intentaba golpearlo; pero no había manera. El jabali intentaba disuardirla: «Déjalo, por favor. ¿No ves que no sabes ha­cerlo?».
La tortuga fue a cortar una cuerda de espinas con su machete. Y con esta cuerda golpeó al jabalí en los ojos, dejándole ciego. Después lo bajó y le dio un buen golpe de machete en el cuello y terminó con él.
Cuando el leopardo se acercó, no daba crédito a lo que veía. La tortuga le lanzó una severa advertencia: «Ya ves que soy muy buena poniendo trampas. Sé que quieres matarme, como al antílope. Pero ándate con mucho cuidado: yo he sido capaz de matar a este terrible jabalí, y tú no». El leopardo se fue presa del miedo.
La tortuga repartió los animales que había cazado entre todos los del poblado. Y los demás animales, al saber que aquel jabalí ya estaba muerto, pudieron volver a la orilla opuesta a cazar.
El leopardo buscaba una buena oportunidad para dar muerte a la tortuga, pero no la encontraba. Un día, la tortuga puso una trampa detrás de la cocina. Por la noche, el leopardo quiso entrar para sor­prender a la tortuga, y quedó atrapado y en envidenciai.
La tortuga lo mató, y todos los animales del poblado la ayudaron a comérselo.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055


i La última secuencia, en contraste con el resto del cuento, apenas está desarrollada; se justifica solamente para redondear la victoria de la tortuga.

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