En
un poblado, cerca del río, vivían muchos animales. Cada día lo
cruzaban para ir a cazar a otros animales que vivían en la orilla
opuesta. Excepto la tortuga, que sabía un lugar donde había
muchos caracoles e iba allí para comerlos.
Los
caracoles se terminaron, y la tortuga no sabía qué hacer. A los
demás animales se les presentó también un problema: porque los
animales de la orilla opuesta iban disminuyendo; y, además,
había aparecido un gran jabalí que no dejaba acercarse a
nadie.
El
leopardo no se resignó; y de su expedición regresó cargado de
buena carne. Y como el resto de animales apenas podía cazar, lo
repartió entre todos y empezó a actuar como si fuera el jefe
del poblado.
La
tortuga pensaba: «También me dedicaré a cazar animales, puesto
que se han terminado los caracoles». El leopardo le advirtió: «Si
quieres, podemos ir juntos; pero te será muy difícil cazar algo,
porque hay un jabalí que no permite que nadie se acerque».
Efectivamente,
cuando el jabalí vio a la tortuga intentó matarla. Pero ella se
escondió en su caparazón y aguantó las inútiles embestidas de su
rival. Así que pudo regresar a casa, pero sin comida que llevarse a
la boca.
Mientras
tanto, el leopardo decidió no regalar más carne al antílope:
porque éste tenía la mujer más bonita del poblado, y él quería
conseguirla. Un día, el antílope consiguió cazar dos piezas; pero
encontró al leopardo, que le quitó una. El antílope presentó
una queja delante de todo el poblado, y el otro le mató. Después
quería quedarse con su mujer, pero ésta solamente aceptó la
compañía de la tortuga. De esta manera, el leopardo empezó a odiar
a la tortuga; y quería matarla, tal como había hecho con el
antílope.
Otro
día invitó a la tortuga a ir de caza a la orilla opuesta del río,
como habían hecho anteriormente. Al llegar a la otra parte del río,
el leopardo empezó a poner trampas por un lado, y la tortuga por
otro. La trampa que preparaba la tortuga consistía en una cuerda
atada a la rama de un árbol; preparó con ella un lazo, y ella misma
se lo puso al cuello, protegida por otras ramitas más pequeñas;
luego extendió los brazos, de manera que parecía que estaba
flotando en el aire.
Pasó
un antílope, y quedó boquiabierto: «Ésta sí que es buena: ¡una
tortuga voladora!». Ella respondió: «Amigo, esto es lo más bonito
que he hecho en toda mi vida. Estoy haciendo como los pájaros del
cielo, y no conozco nada, mejor». El antílope tenía ganas de
probarlo, y la tortuga no opuso reparos: «Es muy sencillo: ponte tú
en mi lugar». Así lo hizo el antílope, y al instante se dio cuenta
de que se estaba ahogando: «¡Por favor, sácame el lazo, que
me está matando!». La tortuga esperó a que muriera estrangulado, y
a continuación lo escondió entre el follaje.
Fueron
pasando muchos otros animales, y la tortuga los iba matando de
esta forma. Cuando ya tenía un buen número, se presentó el temible
jabalí: «¡Hola, amigo jabalí!». Éste se sorprendió muchísimo:
«No puede ser. ¿Puedes levantarte sola en el aire?». La tortuga
asintió: «Hago lo mismo que los pájaros en el cielo. Y créeme que
no tener que tocar el suelo con los pies es lo más cómodo y
divertido que existe». El jabalí se moría de envidia: «Por favor,
amiga tortuga, deja que lo pruebe».
Ahora
la tortuga se hacía la remolona: «En todo caso, prométeme que no
vas a estar mucho tiempo: no me gustaría que, después de ayudarte,
te quedaras aquí».
El
jabalí se mostró conforme, y empezaron la maniobra: él la ayudó a
bajar, y se colocó la soga en el pescuezo. La tortuga empezó a
levantarlo, y el jabalí empezó a chillar.
Entonces
la tortuga fue en busca de su machete, y cada vez que el jabalí
abría la boca intentaba golpearlo; pero no había manera. El jabali
intentaba disuardirla: «Déjalo, por favor. ¿No ves que no sabes
hacerlo?».
La
tortuga fue a cortar una cuerda de espinas con su machete. Y con esta
cuerda golpeó al jabalí en los ojos, dejándole ciego. Después lo
bajó y le dio un buen golpe de machete en el cuello y terminó con
él.
Cuando
el leopardo se acercó, no daba crédito a lo que veía. La tortuga
le lanzó una severa advertencia: «Ya ves que soy muy buena poniendo
trampas. Sé que quieres matarme, como al antílope. Pero ándate con
mucho cuidado: yo he sido capaz de matar a este terrible jabalí, y
tú no». El leopardo se fue presa del miedo.
La
tortuga repartió los animales que había cazado entre todos los del
poblado. Y los demás animales, al saber que aquel jabalí ya estaba
muerto, pudieron volver a la orilla opuesta a cazar.
El
leopardo buscaba una buena oportunidad para dar muerte a la tortuga,
pero no la encontraba. Un día, la tortuga puso una trampa detrás de
la cocina. Por la noche, el leopardo quiso entrar para sorprender
a la tortuga, y quedó atrapado y en envidenciai.
La
tortuga lo mató, y todos los animales del poblado la ayudaron a
comérselo.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
La
última secuencia, en contraste con el resto del cuento, apenas está
desarrollada; se justifica solamente para redondear la victoria de
la tortuga.
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