Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 1 de febrero de 2015

Las hijas de ndjambu y el fantasma monanga .032

Para poder alimentar a su mujer y a sus tres hijas, Ndjambu iba al bosque a recoger leña. La cortaba, la traía al poblado, y la vendía al panadero. A cambio, recibía mucho pan para poder alimentarse. La vida les era más fácil de esta manera.
Sucedió que un día encontró, en medio del bosque, una finca llena de leña que ya estaba cortada. Cogió la que necesitaba y la llevó al poblado para venderla. Como aquella finca era muy grande, se acostumbró a ir allí cada día; de manera que apenas tenía que trabajar.
Sin embargo, como es natural, alguien cortaba esa leña que después él recogía: era Monangai, un fantasma que era el dueño de la finca. Al cabo de un tiempo se dio cuenta de que alguien le robaba la leña, se escondió y sorprendió a Ndjambu en plena acción: «De manera que eres tú el que me roba la leña. No pases cuidado, porque debemos hacer un trato: llévate toda la leña que quieras, pero deja que me case con una de tus hijas». Ndjambu estuvo de acuerdo, y al día siguiente le entregó a su hija mayor.
La casa de Monanga estaba en un poblado en medio del bosque. Pero la gente del poblado jamás se acercaba, porque se sabía que era un fantasma cruel que mataba a la gente. Monanga estaba satisfecho de haber conseguido una mujer, y le dijo: «Yo me paso el día trabajando fuera de casa. Estarás sola, por tanto, hasta la noche. Puedes ir a todas las habitaciones, excepto a la más pequeña. Y debes llevar puesto este anillo que voy a regalarte».
La mujer cumplía los deseos de Monanga. Pero oía muchos ruidos en la habitación pequeña, que acrecentaban su curiosidad. Un día la indiscreción provocó que abriera esa puerta: dentro de la habitación había cinco cadáveres: «¡Dios mío! ¿Con qué clase de hombre me he casado?». Y, al cerrar la habitación, observó que el anillo desapareció de su mano.
Cuando Monanga regresó a casa, preguntó a su mujer: «¿Dónde está el anillo que te regalé?». Ella balbuceó una excusa, pero Monanga ya había cogido el machete, y mató a la mujer.
A la mañana siguiente, Monanga acudió a la finca de leña en busca de Ndjambu: «Escucha: ya has cogido mucha leña de mi finca, y apenas tienes que trabajar. Pero mi mujer se cansa haciendo el trabajo de casa. Podríamos acordar que me trajeras a otra de tus hijas para que la ayude y no se fatigue tanto». Ndjambu estuvo de acuerdo, y al día siguiente le entregó a su segunda hija.
Cuando ésta llegó a casa de Monanga, se extrañó al no ver a su hermana. Pero él la tranquilizó: «Ha tenido que marchar al país vecino, pero regresará dentro de unas semanas». Y le dio las mismas instrucciones que a la primera mujer. La muchacha siguió las instrucciones de Monanga, hasta que fue vencida por la curiosidad y abrió la puerta de la habitación pequeña: allí vio el cadáver de su hermana y los otros cinco; y quedó horrorizada: «¡Dios mío! ¿Con qué clase de hombre me he casado?». Al cerrar la puerta observó que su anillo había desaparecido, y cuando Monanga regresó a casa también la mató.
Monanga tardó un tiempo antes de entrevistarse de nuevo con Ndjambu. Cuando se decidió, le dio estos razonamientos: «Mi primera mujer ha ido a visitar a una familia del país vecino, y la segunda trabaja para un blanco. Si pudiera casarme también con tu hija pequeña, me ayudaría mucho; y tú también tendrías que trabajar menos si sólo vives con tu mujer». Ndjambu estuvo de acuerdo, y le entregó a su tercera hija.
Ésta se extrañó mucho de que la gente del poblado no acudiera nunca a su casa, y estaba intrigada por saber lo que había en la habitación pequeña. Un día tomó una determinación: se sacó el anillo y abrió la puerta prohibida: «¡Dios mío! ¿Con qué clase de hombre me he casado?». Sus dos hermanas yacían muertas junto a los otros cadáveres. La chica cerró la puerta, se puso el anillo y esperó el regreso de Monanga para preguntarle: «¿Cómo es que nunca viene nadie a visitar esta casa?».
Monanga no tuvo ningún reparo en contestarle: «Debes saber que me dedico a matar a la gente. Pero también sé cómo debo hacer para que vuelvan a vivir: «¿Ves esta clase de hojas que crece en tal sitio? Basta con hacer con ellas una infusión y frotar con ella el pelo, las uñas y las piernas de un cadáver, para que vuelva a la vida».
La chica tomó buena nota y dejó que pasara un tiempo. Un día sugirió a Monanga: «Mis padres no suelen cultivar patatas. Podrías llevarles una caja para que pudieran comer unas cuantas». Él estuvo de acuerdo, y la chica se pasó el día preparando la caja. Pero en ella no puso ninguna patata, sino el cadáver de su hermana mayor y una carta para sus padres explicando lo ocurrido y rogándoles que dejaran el cadáver de su hermana en su habitación. Luego hizo un encantamiento con su anillo, de manera que si Monanga quisiera descubrir lo que había en la caja surgiera una voz de una tela roja que también metió en la caja.
Al día siguiente, cuando Monanga se disponía a partir, le dijo: «Ve rápido y no te entretengas por el camino». Pero la caja pesaba mucho y Monanga también sentía curiosidad. Así que se detuvo debajo de un árbol y se dispuso a abrir la caja. Entonces resonó una voz por t6do el bosque: «¡Monanga, que te estoy observando!». Monanga estaba muy sorprendido: «Debe ser Dios, que lo ve todo y se ha dado cuenta de que no hago caso a mi mujen». Así que continuó su camino y, después de realizar su cometido, regresó a su casa.
La chica dejó pasar un tiempo prudencial antes de pedirle de nuevo a Monanga que llevara una caja de patatas a sus padres. Monanga no sabía que le estaba engañando, así que no tuvo ningún inconveniente en satisfacer los deseos de su mujer. Ésta preparó la caja de la misma forma: se quitó el anillo; abrió la puerta de la habitación pequeña; sacó el cadáver de su segunda hermana; cerró la puerta; se puso de nuevo el anillo; y metió dentro de la caja a su hermana, otra carta para sus padres, y otra tela encantada.
Por el camino, Monanga sintió de nuevo mucha curiosidad por el enorme peso de la caja. Pero la voz frenó su ímpetu: «¡Monanga, que te estoy observando!». Y Monanga cumplió su encargo tal como su mujer pretendía.
Al cabo de un cierto tiempo, la hermana pequeña le suplicó: «Monanga, marido mío, hace mucho tiempo que no veo a mis padres. Deja que vaya a visitarles». Monanga accedió. La chica recogió las hojas medicinales que su marido le había indicado, y marchó al poblado de sus padres.
Ndjambu y Ngwalezie lloraban desconsoladamente por la muerte de sus dos hijas. La pequeña, sin embargo, les tranquilizó. Fabricó una infusión con las hojas que traía, y con ella frotó el pelo, las uñas y las piernas de sus dos hermanas. Al instante, ellas recobraron la vida y se levantaron.
Ndjambu, Ngwalezie y sus tres hijas se fueron a un país lejano. Y Monanga, cuando se dio cuenta de que le habían engañado, no supo dónde encontrarles.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

i Monanga: "estrella", en lengua ndowe.

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