El
leopardo y la tortuga pasaban mucha hambre. El leopardo tuvo una idea
genial: «Podríamos comernos a nuestras madres». La tortuga dijo
que estaba de acuerdo, puesto que no podían morirse de hambre. Pero
el leopardo puso una condición: «Primero matarás tú a tu madre;
luego mataré yo a la mía; y luego nos las comeremos a las dos». La
tortuga no opuso ningún reparo y se dirigió al río a buscar a su
madre.
Cuando
la encontró, le dijo que se escondiera rápidamente. Cogió unas
hojas rojas y empezó a doblarlas y a machacarlas. Luego las echó a
una parte del río que había dejado estancada con piedras. El agua
se tiñó de color rojo, y la tortuga llamó al leopardo: «¿Te das
cuenta? Ya he matado a mi madre. Ahora tú debes hacer lo mismo».
El
leopardo, convencido de la muerte de la madre de la tortuga, se
dirigió a su casa; allí encontró a su madre, y le dio muerte.
Luego llamó a la tortuga para empezar a preparar la comida. La
tortuga aprovechó un momento de descuido para arrancar el
estómago de la madre del leopardo: lo envolvió en una tela, y dijo
que aquello era la carne de su propia madre.
Cuando
ya toda la carne estuvo preparada, la tortuga propuso: «Antes he
empezado a actuar yo. Es justo que también sea la primera en comer».
El leopardo aceptó. La tortuga empezó a comer la carne de la madre
del leopardo. Cuando ya estaba satisfecha, le dio al leopardo la tela
donde guardaba el estómago que había arrancado, y se fue a toda
velocidad.
El
leopardo creyó que la tortuga se iba porque ya había comido
suficientemente.
Al
levantar la tela, se dio cuenta de que aquello no era la carne de la
madre de la tortuga sino el estómago de su propia madre. Quiso
perseguir a la tortuga, pero ésta ya había desaparecido.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
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