Cinco
ladrones iban por un camino, y se detuvieron en un poblado.
Averiguaron que el rey de ese poblado era bastante rico, porque
poseía un almacén lleho de pollos, gallinas y otros animales que
sirven para comer.
Al
día siguiente, mientras la gente del poblado' trabajaba en sus
cosas, entraron en ese lugar y robaron unos cuantos animales: «Esta
vez, no vamos a llevarnos mucho: yo me llevaré dos; tú, dos más;
tú, dos más».
Durante
una serie de días llevaron a cabo la misma operación. Hasta que,
lógicamente, la gente del poblado empezó a sospechar que les
faltaban algunos animales y decidieron vigilar el almacén. Aun así,
los ladrones entraron, sin darse cuenta de que había vigilantes
escondidos: «Esta vez, yo voy a llevarme cinco; tú, cinco más...».
Entonces resonó una de las voces de los vigilantes: «¿Y para mí,
ladrones?».
Los
ladrones echaron a correr, pero los vigilantes, con sus machetes,
detuvieron a dos de ellos y los encerraron. Preguntaron a los presos
dónde vivían los otros tres, pero estaba demasiado lejos; de manera que continuaron vigilando el almacén.
Al
día siguiente, los otros tres ladrones volvieron a las andadas:
«Esta vez vamos a coger más, puesto que nos estarán buscando: yo
me llevaré diez; tú, diez más...». De nuevo resonó la voz del
vigilante: «¿Y para mí, ladrones?». Esta vez había muchos más
vigilantes, y estaban mejor organizados. Así que los ladrones no
tuvieron escapatoria y fueron detenidos.
Sometidos
a juicio, todo el poblado sentención: «Los cinco deben morin». Y
pagaron su excesiva temeridad con su propia vida.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
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