Un
muchacho pobre vivía en un poblado donde la gente era más rica que
él. Paseando por el bosque encontró otro poblado. Y en él halló a
un pobre viejo. El muchacho renunció a vivir en el poblado de sus
padres, y le pidió al viejo miserable que le dejara vivir en su
casa. El viejo aceptó; y, cuando le preguntó por qué había tomado
aquella determinación, el muchacho contestó: «Quiero vivir con
personas de mi categoría».
«Está
bien» -dijo el viejo.
«Pero yo sé la manera de hacerte rico: dentro del bosque hay una
caja que contiene muchísimas riquezas. Pero es muy difícil
obtenerla, porque los monos la vigilan constantemente; e incluso el
más grande de los monos se sienta encima de ella».
Al
cabo de muy poco tiempo, el anciano miserable murió. El muchacho
emprendió su marcha hacia lo más recóndito de la espesura.
Encontró una casucha en la que habitaba un célebre camaleón que
era curandero. Le ayudó a limpiar la casa, le cortó leña y le
trajo agua. Agradecido, el camaleón escuchó su historia con mucho
interés y, por fin, le dijo: «Voy a ayudarte, como me has ayudado a
mí. Pero primero tienes que ir a buscar un saco de castañas». El
chico regresó al poblado y volvió con el saco que le había pedido.
Luego, el camaleón le explicó: «Llevarás este saco de castañas
contigo hasta el lugar del bosque donde los monos cuidan de esa caja.
No te costará llegar hasta allí porque te acompañará un animal
que es uno de mis ayudantes. Pero hoy dormirás aquí: porque, a las
doce de la noche, te meteré en una olla llena de pócimas que harán
de ti un hombre valiente e invisible».
Así
lo hicieron. A la mañana siguiente, el muchacho se puso en camino
guiado por aquel animal. Al cabo de unos días llegaron al lugar
donde se encontraba la caja. Esperó a que los monos se fueran a
comer, y entonces cargó la caja sobre sus espaldas y se marchó
corriendo. Cuando los monos terminaron de comer y se dieron cuenta de
que alguien les había quitado la caja, emprendieron rápidamente la
persecución. Pero se sorprendieron mucho al ver una caja que viajaba
sola, sin que nadie la sustentase. En realidad, el muchacho se la
había puesto ahora sobre su cabeza, y corría a más no poder. Por
fin, los monos cesaron de perseguirle: estaba llegando al poblado de
los fantasmasi.
Los
fantasmas no tuvieron problemas para verle, y le preguntaron por el
contenido de la caja. Él respondió: «Es del famoso camaleón
curandero, y está llena de hojas medicinales». Le dejaron pasar.
Pero, al cabo de un rato, su jefe pensó que debían comprobar el
contenido de la caja, y ordenó su persecución. El muchacho, al
adivinar que le seguían, empezó a soltar las castañas que llevaba
en el saco; y los fantasmas, ávidos de comida, se olvidaron de que
debían perseguirle.
Así
pudo llegar sin problemas hasta la casa del camaleón. Éste le dijo:
«Ahora que eres rico, no debes olvidar a los que todavía son
pobres. Vende tus riquezas y reparte las ganancias entre todos».
Cuando
el muchacho vio la cantidad de dinero que obtenía gracias a las
riquezas de la caja, pensó que podía comprarse una casa; y vivir
bien; y comer los manjares más sabrosos; y tener muchas mujeres. Así
lo hizo, olvidándose por completo de los consejos del camaleón.
Hasta que un día los ladrones entraron en su casa y se lo llevaron
todo. Entonces sus mujeres le abandonaron, tuvo que dejar su casa
nueva, y se acabó para él la buena vida. Regresó a su poblado y un
hombre le dio trabajo.
El
muchacho estaba desolado y buscó de nuevo la casa del camaleón.
Pero, al llegar a aquel lugar del bosque, la casucha había
desaparecido. En el poblado, todos se burlaban de él porque había
perdido todas sus riquezas.
El
hombre para el que trabajaba, era en realidad el que le había robado
todas sus pertenencias. Aun así, pasó sus días trabajando para él;
y terminó su vida en la indigencia, entre las burlas de sus vecinos.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
El
comportamiento de los monos, a los que se engaña gracias a la
intervención de un donante, no difiere de la dé los fantasmas. El
cambio de perseguidores provoca una mayor identificación del
público, conocedor de las características de estos últimos.
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