Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 1 de febrero de 2015

La tortuga y el leopardo .056

El leopardo y la tortuga eran muy buenos amigos. Un día, la tortu­ga sugirió que podían ir juntos a cazar al bosque; y así lo hicieron. Pero mientras el leopardo ponía trampas por una parte, la tortuga no hacía nada: se limitaba a esperar a que pasara algún animal y, entonces, le pedía ayuda para aprender a preparar una trampa. Cuando el animal en cuestión ya la había montado, la tortuga le suplicaba que metiera la pata para probar si funcionaba. La trampa funcionaba siempre, el ani­mal quedaba atrapado, y la tortuga lo mataba sin contemplaciones. De esta manera, y sin ningún esfuerzo, nuestra amiga consiguió cazar un gran número de piezas.
Cuando el leopardo llegó al lugar donde estaba la tortuga, vio que ésta había cazado bastante más que él. Se pusieron a preparar la carne, secándola en el mismo bosque. Y el leopardo quiso descansar antes de emprender el regreso, dejando que la tortuga metiera en sendos sacos el resultado de su cacería. La tortuga, sin embargo, metió toda la carne en un solo saco; y en el otro saco sólo puso un montón de piedras, más cuatro piernas de antílope que, atadas a la boca del saco, le daban la sensación de estar lleno a rebosar.
El leopardo se despertó y miró los dos sacos. Quiso llevarse el que pesaba más, que era el que estaba cargado de piedras, creyendo que habría más carne que en el otro. Así que la tortuga se quedó con el saco de la carne.
Al llegar a su casa, el leopardo mandó llamar a todos sus amigos y vecinos, invitándoles a comer buena carne. Pero, cuando llegó el momento, de su saco solamente salieron piedras; y tuvieron que repartirse las cuatro patas de antílope. El leopardo había quedado en ridículo, y estaba furioso con la tortuga. Así que se dirigió a su casa con la inten­ción de matarla.
Pero sólo encontró a la mujer de la tortuga. Ésta le dijo: «En nues­tro saco, solamente hemos encontrado cuatro patas de antílope; el res­to eran piedras. ¿Podrás darnos un poco de la carne que te has llevado, puesto que la tienes toda?». El leopardo comprendió que la mujer de la tortuga se estaba burlando de él, e intentaba engañarle. Se enfureció mucho más, y empezó a buscar a la tortuga de una manera rabiosa.
La tortuga estaba bien escondida, temiendo lo peor, cuando llegó a sus oídos la noticia de que su amigo el leopardo estaba enfermo. Un poco recelosa, se acercó a la casa del leopardo. Pero de lejos ya divisó al propio leopardo que estaba trabajando en la casa. De manera que no cayó en la trampa y escurrió el bulto sin llamar la atención.
Al leopardo le extraño mucho que, diciendo a todo el mundo que se encontraba enfermo, la noticia no hubiera llegado a oídos de la tortuga. De manera que hizo correr la voz de que había muerto. La tortuga quería ver por última vez a su amigo, así que se dirigió de nuevo a su casa. Pero tomó la precaución de meterse en el bolsillo a dos hormigas peleonas. Al llegar al lecho donde yacía, inmóvil, el leo­pardo, puso a las dos hormigas encima del cadáver, que al cabo de un momento comenzó a brincar de dolor por los mordiscos de las hormi­gas. La tortuga regresó a su escondite a toda prisa, evitando así la segunda trampa.
Entonces el leopardo llamó a sus amigos, para que le ayudaran a excavar un hoyo en el camino que la tortuga solía utilizar. La tortuga, inadvertida, cayó en él. Y al día siguiente, cuando el leopardo, ufano y complacido, se disponía a lanzarse sobre su presa, la tortuga arguyó: «Amigo leopardo, si saltas sobre mí con este ímpetu me destrozarás y no podrás comerme. Ya que me has atrapado, puedes prepararte un buen plato si llenas este agujero con picante».
El leopardo, satisfecho por la perspectiva de tomar venganza del ardid de la tortuga, buscó picante por todas partes hasta llenar el aguje­ro en que la tortuga estaba prisionera. Luego, la tortuga empezó a masticarlo. Cuando el leopardo ya se frotaba las manos pensando en el plato delicioso que comería, la tortuga le echó el picante masticado sobre los ojos, dejándole cegado. Y aprovechando esta argucia volvió a escapar.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


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