Un rico mercader azteca
tenía tres hijos. Los reunió alrededor de su lecho de muerte y les dijo:
-Queridos hijos, mi vida
llega a su fin. Antes de morir, quiero recordaros que siempre me he esforzado
por ser fiel a la amistad, honrado en los negocios y valiente en la batalla.
Haced lo mismo y os sentiréis satisfechos. Éste es el único consejo que os doy.
Además, os dejo tres objetos muy preciosos, que os serán más útiles que
cualquier tesoro: un arco, con el que toda flecha da en el blanco; un ciervo,
que puede llevar a su amo a donde desee; y un pájaro parlanchín, que puede
decir a su amo todo aquello que sabe.
El mercader bendijo a sus
tres hijos y exhaló su último suspiro.
Después de la muerte de
su padre, el mayor de los hijos afirmó:
-Soy el primogénito y
debo ser el primero en elegir. Me quedaré con el arco embrujado.
El segundo dijo:
-Entre el pájaro que
habla y el ciervo mágico, elijo el ciervo.
En consecuencia, el
tercero, a quien le había tocado el pájaro parlanchín, pensó:
-No me servirá de nada,
pero igualmente lo cuidaré, porque lo he recibido en herencia de mi padre.
Después del reparto, los
tres hermanos se separaron y se fueron por el mundo en busca de fortuna.
El mayor se convirtió en
un famoso cazador y tuvo mucha suerte. El segundo, gracias al ciervo, se
convirtió en un mensajero muy conocido y tuvo incluso más suerte que el
primero. Pero el más joven, ayudado por el pájaro parlanchín, llegó a ser primer
ministro del rey.
Sus hermanos, cuando lo
supieron, se dejaron dominar por la envidia y tramaron matarlo y robarle el
pájaro parlanchín, en el afán de llegar a ser, también ellos, ministros.
Mientras conspiraban, sin embargo, el pájaro parlanchín estaba cerca de ellos,
en una rama, y los oyó. Naturalmente fue enseguida a advertir a su amo. El
hermano menor se echó a llorar diciendo:
-No les tengo miedo a mis
hermanos, pero pienso cómo se revolvería mi pobre padre en su tumba viendo lo
mal que se comportan. No, no quiero creer que sean malvados hasta ese punto.
Esperemos a ver qué ocurre.
Al día siguiente, sus dos
hermanos llegaron a la corte. Fingieron sentirse sorprendidos y felices por la
fortuna que le había tocado al menor de la familia, que se había convertido en
un hombre muy poderoso. Él los recibió con lágrimas en los ojos, hizo que les
preparasen las mejores habitaciones del palacio y se los presentó al soberano.
Ambos se fueron a dormir pronto para reponerse del cansancio del viaje.
El hermano menor,
mientras tanto, como todas las noches, se sentó en un sillón a escuchar las
noticias que le transmitía el pájaro parlanchín. Éste se posó suavemente sobre
sus hombros y susurró:
-El rey del país vecino
ha decidido declararnos la guerra y apoderarse de nuestra región. Quiere
pillarnos desprevenidos. Su ejército se pondrá en marcha, para sorprendernos,
mañana por la mañana.
Después de haber indicado
qué sitios y cómo atacaría el ejército, el pájaro se fue volando en busca de
otras noticias.
El joven acudió enseguida
a hablar con el rey y le comunicó el peligro que corrían.
-Pobres de nosotros
-suspiró el rey. Nuestros mejores oficiales no están aquí y los soldados se
han ido a disfrutar de su permiso. ¿Cómo podremos resistir?
-Majestad -respondió el
joven: si prometéis elevar a mis hermanos a la nobleza, os salvaré yo.
-Te lo prometo -dijo el
rey, pero en su espíritu no albergaba muchas esperanzas. No creía que tres
hombres solos pudiesen enfrentar al poderoso ejército enemigo.
El joven fue a despertar
a sus hermanos y les dijo:
-Escuchadme, nuestro
padre fue un hombre valiente, hasta tal punto que aún hoy, cuando oye nuestro
nombre, la gente murmura: «Son hijos de aquel valeroso guerrero que nunca conoció
el miedo». ¿No os parece que nuestro deber es mostrarnos dignos de su fama y
defender nuestra tierra, tal como lo habría hecho él?
Después les contó lo que
había sucedido y propuso lo que debían hacer.
-Tu ciervo -le dijo al
segundo- nos llevará rápidamente hasta el campo enemigo. Tendremos tiempo
suficiente, porque un gran ejército no puede avanzar con tanta rapidez como tu
ciervo. Cuando lleguemos, el pájaro parlanchín nos dirá dónde se esconde el
enemigo. Y entonces tú -añadió dirigiéndose al hermano mayor- lanzarás tus
flechas.
Los tres hermanos
montaron en el ciervo y el pájaro parlanchín se posó en el hombro del menor.
El hermano mediano espoleó al ciervo y llegaron en un santiamén. Mientras se
ocultaban en la espesura del bosque, el pájaro parlanchín inició volando su
exploración del terreno. Volvió un instante después para informar a los
hermanos del lugar exacto en el que se encontraban el ejército enemigo y su
rey.
Entonces, el hermano
mayor tensó el arco, colocó una flecha, apuntó siguiendo las indicaciones del
pájaro y disparó.
La flecha voló, voló,
voló recta hasta donde el rey se ocultaba y le atravesó el corazón.
El ejército enemigo fue
presa del terror. Los soldados escapaban a la desbandada gritando:
-¡Esto es obra del
demonio! ¡Volvamos a casa!
Pero uno de los
oficiales, más valiente que los demás, intentó alentar a sus compañeros
exclamando:
-¡Adelante, venguemos la
muerte de nuestro rey!
El mayor de los hermanos
colocó una segunda flecha, apuntó y disparó. La flecha voló, voló, voló
derecha hasta el oficial y le atravesó el corazón.
Los soldados enemigos,
ante aquella segunda muerte, escaparon, unos a pie, otros a caballo, y no se
detuvieron en su fuga hasta que no llegaron a su casa. Mientras tanto, había
salido el sol. Los tres hermanos colocaron los cuerpos del rey y del oficial
sobre el lomo del ciervo y volvieron al palacio.
La ciudad los recibió
jubilosamente. Todos cantaban, bailaban y lanzaban vivas. El rey concedió a
los tres hermanos títulos de nobleza y los recompensó con tierras, casas,
caballos y piedras preciosas.
Desde aquel día, los
hermanos vivieron juntos en armonía. Habían comprendido que podían actuar mejor
uniendo sus fuerzas que divididos y que, además, no hay bien más precioso que
un buen hermano.
063. anonimo (mexico)
esta padre me gusto mucho quando era la guera
ResponderEliminara mi me gusto mucho la guerra
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