Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 2 de agosto de 2012

La flor de ceibo


Las noticias que llegaban a España sobre las riquezas de América animaron a muchos conquistadores a cruzar el océano en busca de sus tesoros.
Con esa idea, un día de noviembre llegó una expedición numerosa. Acamparon a orillas del Paraná, que lucía unas riberas espléndidas, de exuberante vegetación.
El lugar tan apacible se vio alterado por voces de mando, órdenes y un movimiento inusual. Pasaron los días y el espíritu de aventura los decidió a salir a explorar.
Anduvieron muchas leguas a través de bosques frondosos y tupidos hasta llegar a un sitio descampado cerca de la costa. Allí vieron canoas y balsas amarradas balancéandose en las tranquilas aguas, por lo que supusieron que el lugar estaba habitado. Más lejos vieron una aldea formada por cantidad de toldos. Avanzaron hasta llegar a un lugar distante de la costa de donde partían voces y gritos. Protegidos por los árboles, pudieron ver que la tribu estaba cele-brando una fiesta.
Bajo un corpulento aguaribai de hojas verdes y aromáticas, repleto de flores amarillas, estaba sentado el cacique Teyú hablando con su hija Ibaga.
Ibaga no era linda, tenía boca grande de labios gruesos, ojos pequeños, rasgados, piel morena cobriza y largos y lacios cabellos negros, pero una voz dulce y expresiva que parecía una caricia. Todos sentían la dulzura de su espíritu a través de su voz.
Estaban en una fiesta, danzando y cantando para celebrar la cosecha de mandioca.
Los españoles, en silencio, observaban la escena, pensando que era el momento más apropiado para atacar.
Rápidamente se lanzaron contra los indefensos guaraníes, que, tomados de sorpresa, no entendían lo que ocurría.
El cacique, dando prueba de su arrojo, impartió órdenes y organizó la defensa con arcos, flechas y teas encendidas. La lucha fue general.
Una densa humareda se levantó y los conquistadores no pudieron evitar la huida de los indios, que se iban internando en el bosque. Sin lograr su objetivo volvieron al campamento cuando ya amanecía.
El cacique Teyú había sido mal herido en el combate y estaba en un toldo que habían preparado para él. Ibaga no se separaba de su lado, mientras el hechicero de la tribu le hacía las medicinas.
Varias mujeres siguieron sus órdenes, tomaron una cantidad de hojas y flores de aguaribai, las machacaron y las introdujeron en una vasija de barro. Las cubrieron con agua y las pusieron a cocer y, cuando estuvieron a punto, exprimieron las hojas y las flores con un lienzo y prepararon un bálsamo que aplicaron sobre las heridas de Teyú.
Nada parecía mejorar al cacique. A mediodía Teyú llamó a su hija, le pidió que se acercara y le dijo:

‑Ibaga, hija mía, voy a dejarte. Tupá me llama a su reino, así que te entrego el porvenir de la tribu. Que la justicia y el honor acompañen tus actos para bien de nuestro pueblo.
‑¡¡¡No!!! ¡Padre! ¡Padre! ‑gritó desesperada Ibaga. Tupá no ha de querer que esto suceda. Si así ocurre yo te juro que sabré vengar tu muerte.

Su voz quedó entrecortada por el llanto. El cacique cerró los ojos.
Dejando a un lado su pena, Ibaga se irguió, llamó a los ancianos de la tribu y les dio la terrible noticia.
Prepararon los funerales y en el lugar en que había vivido se abrió un pozo en el cual lo enterraron.
Al día siguiente empezaron a rehacer sus viviendas y a ordenar lo que había quedado del desastre.
Ibaga reunió a los principales guerreros y les preguntó si estaban dispuestos a seguirla para vengar la muerte de su padre.

‑Cuando lo mandes ‑dijo Ñaró, un joven guerrero que se destacaba por su coraje.
‑No hay uno que no te siga, Ibaga. Estamos listos ‑dijo otro.

Y al día siguiente, al atardecer, salieron.
Se reunieron en un claro del bosque bajo el mando de Ibaga. Despacio fueron llegando al campamento. Allí todos dormían mientras un centinela armado vigilaba. Le dieron muerte y avanzaron.
Los españoles rápidamente estuvieron en pie, trabándose en lucha con los atacantes. Fogonazos de armas de fuego se cruzaban con los tizones encendidos. La lucha fue desigual y terrible.
Muchos guaraníes debieron huir, otros quedaron muertos y desparramados por el suelo, y algunos fueron tomados prisioneros. Entre estos últimos se encontraba Ibaga, que al ser reconocida como jefe, fue llevada a una celda de la barca y custodiada por un centinela bien armado.
Indómita y rebelde como era, sabía que podría vencer al centinela y huir, cruzando el río a nado.
Cuando creyó que era el momento, se lanzó contra el español, le arrebató el puñal y se lo clavó en el pecho dejándolo sin vida.
Cuando se preparaba para huir fue descubierta por un soldado que venía en reemplazo del centinela. Gritos de alarma la rodearon hasta que la redujeron, llevándola ante el Capitán.
Allí la juzgaron y decidieron que esa misma noche debía morir en una hoguera.
Debajo de un ceibo se amontonaron ramas secas y la prisionera fue atada a su tronco. Con un tizón se prendió fuego a la leña, que rápidamente empezó a arder. Fulgores rojos inundaron el lugar, iluminando los árboles y las personas que observaban.
De pronto, el cuerpo de Ibaga comenzó a ponerse rojo y a confundirse con el tronco del árbol que la recibía en su interior apoderándose de su alma.
Los que rodeaban la escena veían sorprendidos cómo el ceibo, que hasta el momento sólo estaba cubierto de hojas verdes y frescas, se llenaba de infinitas flores rojas de suave perfume.
Desde entonces los ceibos llevan esas flores como señal del espíritu de los primitivos habitantes de nuestra tierra, que, aunque desaparecidos, siguen poblándola de belleza demostrando el candor de sus almas ingenuas, cuya esencia llega hasta nosotros a través del recuerdo.

Argentina, Paraguay, Uruguay.

Aguaribai: árbol llamado molle
Teyú: lagartija
Ibaga: cielo
Tupá: dios bueno
Ñaró: bravo

Fuente: María Luísa Miretti

081. anonimo (sudamerica)

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