Tupá creó a los hombres y
les dio lo necesario para vivir, por eso lo primero que les concedió fue el
fuego.
Un día, Añá, el malo,
bajó a la tierra y se llevó un gran disgusto. Era de noche y pensó que todos
estarían muertos de frío, sin embargo ocurría todo lo contrario. A lo largo de
los campos y a orillas de los ríos alcanzó a divisar pequeñas fogatas alrededor
de las cuales se refugiaban los humanos, conversando y compartiendo alimentos
en estrecha compañía.
Enfurecido por lo que
estaba viendo, aspiró hondo, hinchó sus mejillas con aire y voló sobre los
campos soplando con furia para apagar todas las fogatas que iba encontrando.
Los hombres no alcanzaban
a entender lo que ocurría, viendo cómo el fuego se desparramaba por el viento
nocturno. Miles de chispas se esparcieron y Añá corría como loco tratando de
sofocarlas.
Cuando Tupá se enteró y
vio lo que estaba pasando en la tierra, pensó qué hacer para que Añá terminara
con sus maldades.
Rápidamente lo decidió, transformando
a estas chispas diminutas en insectos que diseminó por los campos, y que al
volar se encienden y se apagan.
Añá continuó
persiguiéndolos y así se fue alejando de los fogones, donde aún quedaban brasas
encendidas. Cansado de soplar y soplar vio que los hombres se sentaban
nuevamente alrededor del fuego, cantando y trabajando. Al ver esto se metió en
una cueva oscura para pensar cómo vengarse.
Desde el enojo de Añá,
las luciérnagas son bichitos de luz que alumbran los campos de noche, alegrando
los caminos solitarios.
Argentina, Uruguay.
Fuente: María Luísa Miretti
081. anonimo (sudamerica)
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