Había una vez un hombre
que fue a buscar agua al río. Cuando regresó a su casa, se encontró con que el
tigre había entrado en ella y estaba allí sentado en el suelo. El hombre,
asustado, dio un salto hacia atrás para buscar sus armas, pero el tigre se echó
a reír y le dijo:
-No soy tonto, pemón, y
como sé que tu poder son tus armas, las he destruido. Así que no las busques.
El hombre vio entonces
que el tigre estaba sentado sobre los restos de sus flechas y hachas.
-No temas. Solamente he
venido a demostrarte que soy más fuerte y poderoso que tú. Acompáñame.
El animal se puso en pie
y salió afuera hasta un matorral cercano. Allí se escondieron. Al cabo de un
ratito, escucharon unos aletazos y vieron un paují [1]
que venía volando y se posó en lo alto de un árbol.
El tigre trepó
silenciosamente por el árbol, cogió al paují por el pescuezo y regresó junto al
hombre.
-¿Tú eres capaz de hacer
esto? -le preguntó.
-Sin mis flechas o la cerbatana,
no -contestó el hombre. Siguieron escondidos y, al poco rato, escucharon ruido
de pisadas fuertes. Un tapir [2]
se acercaba hasta donde estaban ellos.
De un gran salto, el
tigre cayó sobre el animal y le dio un solo zarpazo. El tapir murió, y el tigre
lo arrastró hasta el matorral.
-¿Puedes matar a un tapir
como yo lo acabo de hacer? -preguntó.
-No -dijo el hombre, sin
mis armas no puedo. Entonces fueron a la orilla del río, y el tigre sacó su
lengua rosada y comenzó a golpetear el agua. Los peces, atraídos, se acercaron
y, de un solo manotazo, el tigre sacó unos cuantos enganchados a sus uñas.
-¿Y esto? -le preguntó.
-Sin mis aparejos, no
puedo hacerlo -murmuró el hombre.
El tigre se le quedó
mirando y le dijo:
-Bien, ahora te toca a
ti, pemón, hacer tres demostraciones de tu habilidad. Si yo no puedo imitarte,
seremos amigos, pero si no lo consigues, te devoraré.
El hombre estaba pensando
en algo, cuando vio que la luna estaba rodeada de nubes. Le dijo al tigre:
-Mira ahí arriba y
espérame aquí, que ya vuelvo.
El tigre, desconfiado,
dijo:
-¡Eh!, no me tomes el
pelo y huyas, porque te encontraré y te devoraré.
-No te preocupes, que
ahora mismo vuelvo.
Se metió en la selva y
fue corriendo hasta su casa. Entró y buscó una torta de casabe, que está hecha
de almidón de mandioca y es blanca y redonda. Cuando vio que la luna se
escondía detrás de las nubes, corrió hacia donde estaba el tigre, le mostró la
torta de casabe y le preguntó:
-¿Sabes qué es esto,
amigo?
-Pues no -contestó el
tigre.
-Mira el cielo, ¡es que
no ves que la luna ha desaparecido!
El tigre miró primero
donde había estado la luna y, después, la torta.
-¡Ah! ¡Has atrapado la
luna! -exclamó.
-Sí -dijo el hombre, y le
dio un mordisco al casabe.
El tigre, mirando cómo
saboreaba el hombre, dijo:
-Debe de ser sabroso
comer luna.
El hombre le dio un
pedazo y le dijo:
-Sí que está rica. Come.
Y entre los dos se la
comieron entera. El tigre se relamió.
-Qué lástima que se haya
acabado -dijo el tigre.
-No importa -dijo el
pemón, ahora saldrá otra luna.
-¿Y podré cogerla yo?
-Claro, si haces lo mismo
que yo.
-¿Y cómo hiciste?
-Muy sencillo -dijo el
hombre. Me subí al árbol más alto y de un salto llegué hasta ella.
Después de que dijera
esto, la luna salió de las nubes que la tenían oculta y comenzó a brillar en el
cielo.
Apenas la vio el tigre,
subió al árbol más alto. Se agazapó y empezó a mirarla, esperando el mejor
momento para atraparla y, cuando lo creyó conveniente, dio por fin el gran
salto. Pero en lugar de alcanzar la luna, cayó al suelo y se estrelló contra
una piedra.
El hombre, entonces, se
llevó a su casa el paují, el tapir, el pescado y arrastró también al tigre.
Cuento popular
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073. anonimo (
pemón-venezuela-colombia )
hgf
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