Por aquellos días, tío
Conejo estaba muy pero muy preocupado, porque ya era la tercera vez que había
estado a punto de ser sorprendido por la tía Boa.
Sucedió que él iba
saltando distraído, cuando tropezó con un tronco y allí mismo estaba hecha una
rosca de espiral la tía Boa. Como la creyó dormida porque ni se movía, él se
detuvo, la miró y muy tranquilo se puso a comer. Pero tía Boa, que no es
ninguna tonta, lo sintió y saltó como un resorte. Por suerte no lo alcanzó
porque tío Conejo reaccionó rápido y, como tiene buenas piernas, salió
corriendo desesperado.
Tío Conejo desde entonces
andaba preocupado, pensando cómo hacer para matarla y no tener más sustos. Tía
Boa era tan pero tan larga y tan pero tan gruesa, que de sólo recordarla
empezaba a temblar.
Al fin le vino una idea.
Tomó un saco de tela gruesa y se fue derechito hacia la casa de tía Boa, que
vivía en el hueco de un tronco carcomido que daba a un ojo de agua.
Cuando se estaba
acercando al árbol hizo parecer que iba hablando con alguien. Primero se puso
a decir en voz alta y luego en voz más baja diferente a la suya:
‑¿A que alcanza?
‑¿A que no alcanza?
‑¿A que alcanza?
‑¿A que no alcanza?
‑¿A que sí?
‑¿A que no?
‑¡Apostemos a que sí!
‑¡Apostemos a que no!
‑Pero hombre, ¡que sí
alcanza!
‑Pero hombre, no seas
maceta, que tía Boa es más larga que un camino y más gruesa que ese tronco. ¡Te
apuesto mi cabeza a que no alcanza!
‑¡Pues yo te digo que sí alcanza!
Cuando pronunció esta
última frase, tío Conejo ya estaba cerquita de la casa de tía Boa que estaba
durmiendo pero, al escuchar esas voces, se había despertado. Por suerte estaba
de buen humor, porque tenía en su panza una nutria que había bajado al ojo de
agua, así que estaba tranquila y contenta haciendo la digestión. Asomó la
cabeza por el hueco y, como vio a tío Conejo, le preguntó:
‑¿A qué se deben esos
gritos y esa algarabía?, ¿no ves que me has despertado?
‑Pues, señora, mire al
porfiado de mi hermano ‑y señalaba con el dedo detrás del árbol‑, dice que
apuesta a que usted no alcanza en este saco ‑le mostró el saco que traía‑ y yo
le digo que apostemos a que sí alcanza.
‑A ver, a ver..., abre la
boca del saco ‑contestó tía Boa, trataré de acomodarme así ese porfiado se
convencerá y podrás ganar la apuesta.
Mientras tanto, tío
Conejo pensaba para adentro:
‑¡Ay... María Santísima!
¡Ay... Jesús, José y María! Que tía Boa no se dé cuenta, que no le den ganas de
comerme.
Le temblaba todo el
cuerpo brbrbrbrbr y los dientes le rechinaban ticticchacticchac y los bigotes
se le doblaban szszszsz, hasta que logró serenarse. Abrió el saco y tía Boa
entró despacito despacito hasta que se acomodó perfectamente. Cuando estuvo
adentro toda metida, tío Conejo sacó la cuerda que traía en el bolsillo, ató el
saco biennn fuerte, le hizo un nudo ciego y de un empujón lo tiró al río.
Fuente: María Luísa Miretti
077. anonimo (costa rica)
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