Había una vez un joven de nombre Andrea
Caudalado. Vivía solo en una cabaña en el bosque y poseía en total cinco
gallinas.
Un día, Andrea salió de casa. Vino la zorra,
entró en la cabaña, atrapó una gallina, la puso al horno, se la comió y se fue.
Cuando Andrea volvió a casa contó las gallinas
y se dio cuenta de que faltaba una.
-Debe de habérsela llevado el buitre -suspiró.
Al día siguiente, se fue de nuevo a cazar y,
en el camino, se encontró con la zorra.
-¿Adónde vas, Andrea?
-A cazar al bosque.
-Buena caza, Andrea -se rió la zorra y se
dirigió de nuevo a la cabaña. Atrapó la segunda gallina, la puso al horno, se
la comió y se fue.
Andrea volvió a su casa, contó las gallinas y
se dio cuenta de que faltaba otra. Sólo le quedaban tres.
-No, no, el buitre no tiene nada que ver. Esto
es obra de doña zorra.
Al día siguiente, antes de salir de caza,
cerró bien las ventanas, trancó la puerta y se llevó la llave. En el camino, se
encontró de nuevo con la zorra.
-¿Adónde vas, Andrea?
-A cazar al bosque.
-Buena caza, Andrea -dijo la zorra y se fue a
la cabaña.
Pero la puerta estaba trancada, las ventanas
bien cerradas. La zorra dio una vuelta alrededor de la cabaña, pero no había
forma de poder entrar. Finalmente trepó al tejado y se metió por la campana de
la chimenea. Pero acababa de entrar en la casa cuando Andrea volvió.
-Vaya, vaya, tengo a una ladronzuela de
visita. Te he pillado, así que no te hagas la inocente.
-Sé bueno, Andrea -le suplicó la zorra, ponme
al horno una gallinita, con mucha mantequilla. Yo, a cambio, te haré ganar una
gran fortuna.
Andrea puso al horno una gallina, la zorra la
devoró, después se fue al prado y comenzó a revolcarse. Pasó por allí un lobo:
-¿Por qué te revuelcas así, amiga zorra?
-Ah, amigo mío, tú también te revolcarías si
hubieses estado conmigo en el banquete del zar. Estoy tan repleta que tengo la
panza a punta de estallar. Y mañana voy a volver.
Dijo el lobo:
-¿Me llevas contigo?
-¿Por qué no? El zar tiene toda la comida y
bebida que quiere. Y lleva contigo cuarenta veces cuarenta lobos, hay sitio
para todos.
El lobo reunió cuarenta veces cuarenta lobos
y, al día siguiente, se pusieron en marcha hacia el palacio del zar. La zorra
hizo que los lobos esperasen en el patio, se presentó ante el zar y le dijo:
-Gran zar, poderoso soberano, tengo un regalo
para ti de parte de mi señor, Andrea Caudalado. Él te envía cuarenta veces
cuarenta lobos.
El zar le dio las gracias, hizo quitarles la
piel a los lobos y pensó para sus adentros:
-Debe de ser seguramente un ricachón ese tal
Andrea Caudalado.
La zorra volvió a casa de Andrea y le dijo:
-Andrea, ponme al horno otra gallinita, con
mucha mantequilla. A cambio, ya verás, te haré ganar una gran fortuna.
Andrea puso al horno la gallina, la zorra la
devoró y fue a revolcarse en el prado. Pasó por allí un oso:
-¿Por qué te revuelcas así, amiga zorra?
-Ah, amigo mío, tú te revolcarías también si
hubieses estado conmigo en el banquete del zar. Estoy tan repleta que tengo la
panza a punto de estallar. Y mañana voy a volver.
-¿Me llevas contigo?
-Claro que sí, amigo. El zar tiene toda la
comida y bebida que quiere. Lleva contigo cuarenta veces cuarenta osos, hay
sitio para todos.
El oso reunió cuarenta veces cuarenta osos y,
al día siguiente, fueron juntos a ver al zar. La zorra hizo que los osos
esperasen en el patio, se presentó ante el zar y le dijo:
-Gran zar, poderoso soberano, tengo un regalo
para ti de parte de mi amo, Andrea Caudalado.
El zar le dio las gracias, hizo que les quitasen
la piel a los osos mientras pensaba:
-Debe de ser seguramente un ricachón ese tal
Andrea Caudalado.
La zorra volvió a la casa de Andrea y le dijo:
-Andrea, ponme al horno otra gallinita con
mucha mantequilla. Verás cómo, a cambio, te haré ganar una gran fortuna.
Andrea puso al horno la última gallina, la
zorra la devoró y después fue al prado a revolcarse. Pasaron por allí una marta
común y una cebellina:
-¿Por qué te revuelcas así, amiga zorra?
-Ah, amigas mías, os revolcaríais también
vosotras si hubieseis estado conmigo en el banquete del zar. Estoy tan repleta
que tengo la panza a punto de estallar. Y mañana voy a volver.
-Llévanos contigo.
-Claro. El zar tiene toda la comida y bebida
que quiere. Traed con vosotras cuarenta veces cuarenta martas comunes y
cuarenta veces cuarenta martas cebellinas.
La marta común y la cebellina reunieron
cuarenta veces cuarenta martas comunes y cuarenta veces cuarenta cebellinas y
todas juntas se fueron al palacio del zar. La zorra hizo que esperasen en el
patio, se presentó ante el zar y le dijo:
-Gran zar, poderoso soberano, tengo aquí un
regalo para ti de parte de mi amo, Andrea Caudalado.
El zar le dio las gracias, hizo quitar la piel
de las martas comunes y de las cebellinas y, mientras tanto, pensaba:
-Seguro que este tal Andrea Caudalado es el
más rico de todos los ricos que hay en el mundo.
La zorra volvió a casa de Andrea.
-Andrea, ponme al horno otra gallinita, con
mucha mantequilla. Verás cómo, a cambio, te haré ganar una gran fortuna.
Entonces Andrea se enfureció:
-¿Qué pretendes? Te has comido mis cinco
gallinas, pero la fortuna aún no asoma.
-No tengas miedo, Andrea, mantendré mi
palabra.
La zorra volvió al palacio del zar y le dijo:
-Gran zar, poderoso soberano. Me manda mi amo,
Andrea Caudalado. Te ruega que le des a tu hija por esposa.
-¿Por qué no? -respondió el zar. Le daré de
buena gana mi hija a un caballero tan rico y tan generoso. Dile que venga
mañana a comer conmigo.
La zorra fue a la casa de Andrea y le dijo:
-Andrea, el zar te invita a comer mañana.
Quiere darte a su hija por esposa.
-Pero ¿cómo quieres que vaga a comer con el
zar, si tengo solamente estos pantalones raídos?
-No te atormentes por eso. Haz lo que te digo
y verás que todo saldrá bien.
Al día siguiente, muy temprano, Andrea se puso
en marcha hacia el palacio del zar. La zorra corría delante de él. Andrea iba
detrás muy despacio, mientras pensaba:
-Qué vergüenza cuando me presente ante el zar
con estos pantalones raídos.
Pero la zorra, mientras tanto, había llegado a
la orilla del río, segó deprisa las vigas del puente y, cuando Andrea pretendió
cruzarlo, el puente se rompió y Andrea cayó al agua.
La zorra corrió al palacio del zar:
-Gran zar, poderoso soberano, ¡qué desgracia!
El puente se ha roto, Andrea Caudalado se ha caído al río, las olas han
arrastrado las carrozas de oro, todos sus servidores se han ahogado. Mi amo se
ha salvado a duras penas.
El zar envió enseguida su carroza de oro para
recoger a Andrea. En el vehículo había trajes de seda recamados en oro, zapatos
con hebillas de plata, y una capa de marta cebellina bordada con perlas. Andrea
se puso esa ropa y parecía realmente un príncipe. El zar y su hija no se
cansaban de mirarlo.
Así todo acabó bien. Fue una boda espléndida
la de Andrea Caudalado con la hija del zar. La fiesta duró tres días y, al
tercer día, el zar le dijo a Andrea:
-Ahora, querido yerno, vagamos a recorrer tus
posesiones.
Andrea Caudalado se asustó muchísimo y le dijo
a la zorra:
-Ay, tú me habías prometido hacerme ganar una
gran fortuna y me has preparado una gran desgracia. Ahora el rey verá que sólo
poseo una cabaña en el bosque.
-No tengas miedo, Andrea, todo se arreglará.
El zar, su hija y Andrea Caudalado montaron en
la carroza de oro y se pusieron en marcha. La zorra iba delante, haciendo de
guía, pero no tomó el rumbo de la cabaña de Andrea, sino la dirección
totalmente opuesta.
La zorra, en su carrera, se encontró con unos
pastores que hacían pastar en el prado a un inmenso rebaño de ovejas.
-¡Pastores, pastores! ¿De quién son estas
ovejas?
-Son del zar Basilisco.
-¡Pobres de vosotros si os oyen decir eso!
Están a punto de llegar el zar Fuego y la princesa Llama en una carroza de oro
y os reducirían a cenizas. Debéis decir, en cambio, que las ovejas pertenecen a
Andrea Caudalado.
-Gracias por el buen consejo, amiga zorra
-respondieron los pastores.
Llegó finalmente la carroza de oro con el zar,
su hija y Andrea Caudalado.
El zar les preguntó a los pastores:
-¿De quién son todas estas ovejas?
-De Andrea Caudalado.
-Yerno mío, tienes francamente unas ovejas
estupendas. Mientras tanto, la zorra aprovechó para adelantarse y se encontró
con unos pastores que llevaban a pastar a una inmensa manada de vacas.
-Pastores, pastores, ¿de quién son estas
vacas?
-Del zar Basilisco.
-¡Pobres de vosotros si os oyen decir eso!
Están a punto de llegar el zar Fuego y la princesa Llama en una carroza y os
reducirían a cenizas. Debéis decir que las vacas pertenecen a Andrea Caudalado.
-Gracias por tu consejo, amiga zorra.
Y llegó la carroza real. El zar preguntó:
-¿De quién son todas estas vacas?
-De Andrea Caudalado.
-Yerno mío, tienes unas vacas magníficas -dijo
el zar, muy contento.
La zorra siguió delante a la carrera y se
encontró con otros pastores que hacían pastar a una enorme manada de caballos.
-Pastores, pastores, ¿de quién son estos
caballos?
-Son del zar Basilisco.
-¡Pobres de vosotros si os oyen decir eso!
Están a punto de llegar el zar Fuego y la princesa Llama en una carroza de oro
y os reducirían a cenizas. Debéis decir que son de Andrea Caudalado.
-Gracias por tu buen consejo, amiga zorra.
Y llegó la carroza de oro con el zar, la
princesa y Andrea Caudalado.
El zar preguntó:
-¿De quién son todos estos caballos?
-De Andrea Caudalado.
-Yerno mío -dijo el zar sonriéndole a Andrea,
tienes también unos hermosos caballos.
La zorra llegó finalmente al castillo de oro
del zar Basilisco y llamó a la puerta.
Basilisco asomó por las ventanas sus siete
cabezas de dragón y gritó:
-¿Quién llama a mi puerta?
-Zar Basilisco -gritó la zorra, ¡qué desgracia
para ti! Están a punto de llegar el zar Fuego y la princesa Llama en una
carroza de oro. Escapa lo más rápido que puedas o te reducirán a cenizas.
El zar Basilisco, al oír aquellas palabras,
abandonó su castillo de oro y escapó lo más deprisa que pudo. Corrió, corrió, se
fue muy lejos, y nadie lo ha vuelto a ver.
Y llegaron el zar, su hija y Andrea Caudalado
en la carroza de oro. La zorra estaba esperándolos a las puertas del castillo y
el rey no acababa de asombrarse por el esplendor de la residencia de su yerno.
Así, Andrea y la hija del zar vivieron en el
castillo de oro felices y contentos, y la astuta zorra se quedó para siempre
con ellos. Cada día le daban de comer una buena gallina asada con mucha
mantequilla.
062. anonimo (rusia)
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