Cuento popular
Pues, señor, había una
vez y dos son tres un viejito que vivía con su viejita en un bohío [1]
muy chiquito pero muy bonito. Los dos viejitos se querían mucho y siempre
estaban ayudándose mutuamente. Delante del bohío, habían sembrado muchas
semillas y tenían una gran huerta con lechugas, pimientos, tomates, nabos,
rábanos, calabazas, yautías [2]
y otras cuantas verduras ricas para comer y vender. Tenían también una talita
de maíz que ya estaba con mazor-cas de lo más bonitas y hermosas.
Pues, señor, que los dos
viejitos estaban contentos y felices pensando en lo bueno que iban a comer y en
los chavos [3]
que iban a ganar vendiendo lo que no pudieran comerse. El viejito estaba
encantado con las lechugas y, la viejita, con los rábanos y el maíz. Por la
mañana, cuando se levantaban, el viejito se asomaba enseguida por la ventana y
le decía a su viejita:
-María, m'hija, ¡pero mira qué hermosas que
están mis lechugas! No hay nada en este sembrao
como mis lechugas.
Y el viejito se reía de
alegría y, levantando su bastón, le hacía cosquillas a la viejita. Pero esta se
asomaba entonces a la ventana y le decía a su viejito:
-Ay, Ramón, m'hijo, ¡pero tú si que estás ciego!
Anda y ponte las gafas para que puedas ver bien. ¿Pues no has visto que lo más
hermoso que hay en toda la tala es mi maíz y, después de mi maíz, mis rábanos?
¡Qué coloraditos están los rábanos, y qué verdecitas están las matas de maíz!
Y le daba al viejito un
pellizco que le hacía decir que sí, que estaba equivocado.
Y así pasaban los días
hasta que una mañana, cuando el viejito se levantó y fue a la ventana a saludar
el día y contemplar su huerto, vio entre las lechugas un bulto raro que parecía
un animal. Volvió a mirar y, entonces, vio que el bulto se parecía a un chivo.
Llamó a su viejita y le preguntó si ella veía lo mismo que él. Ella miró y
comprendió que era un chivo.
Entonces, el viejito
empezó a andar a donde estaba el chivo, y como era muy mayor, se apoyaba en su
bastón. Cuando llegó cerca del animal, le dijo:
-Buenos días, señor
chivo. Yo venía a suplicarle que no se coma nuestros rábanos ni nuestras
lechugas, pues nos ha costao mucho
trabajo cultivarlas. Ya usté se ha
comido bastantes, y nosotros semos
viejos y no podemos trabajar más. Así que, señor chivo, por lo que más quiera,
váyase y déjenos nuestro huerto en paz.
Pero el chivo por toda
contestación bajó la cabeza y se puso en posición de embestirle, ante lo cual,
el viejito echó a correr como si fuera un joven y llamando a la casa le dijo a
la viejita:
-María, m'hija, ¡ábreme la puerta, que si me
pilla, me mata! ¡Ay, ay, qué va a ser de nosotros!
María le abrió la puerta
y le dijo:
-Cálmate, Ramón, m'hijo, y déjame ir a mí a arreglar este
asunto. Ya verás como a mí me escucha lo que le voy a decir.
Y la viejita se fue donde
el chivo.
-Buenos días, señor
chivo. Venía a decirle a usté que esa
tala de maíz nos ha costao mucho
trabajo cultivarla, y que mi marido y yo semos
muy viejos, y usté es muy joven y...
El chivo bajó la cabeza y
se preparó para embestirla, ante lo cual, la viejita salió corriendo como una
joven y llegó hasta la puerta.
-¡Ay, Ramón! ¡Por tu
madre, abre la puerta que si me pilla me mata!
Y los dos viejitos
cayeron en un sillón temblando de miedo. ¡Y cómo lloraba la viejita! ¡Y cómo
lloraba el viejito!
-¡Ay, ay! -decían-. ¡Qué
va a ser de nosotros!
Y así pasaron un buen
rato hasta que al viejito le picó en la oreja y, al rascarse, le cayó en la
mano una cosa que resultó ser una hormiguita bien valiente.
La hormiguita les dijo:
-Yo les prometo librarles
del chivo a cambio de un saquito de harina y otro de azúcar para llevarles a
mis hijitos.
Los viejitos aceptaron
gustosos y enseguida se fueron a preparar los dos saquitos. Antes de que los
tuvieran listos, ya estaba la hormiguita donde el chivo. Sin decir nada, subió
por una de las patas hasta llegar a la frente del animal y ahí empezó a picarle
todo lo fuerte que pudo. El chivo levantó la pata para rascarse, pero ya estaba
la hormiguita picándole en la barriga. Entonces, el chivo levantó una de las
patas de atrás para rascarse, pero la hormiguita se había pasado al otro lado y
le estaba picando el costado. Pica que te pica, el chivo ya no tenía patas para
rascarse. Pica que te pica, el chivo, al no poder rascarse y pensando que el
huerto estaba lleno de hormigas, se echó en la tierra y empezó a dar vueltas
para librarse así de los molestos insectos. Pero, como el terreno era cuesta
abajo, el chivo empezó a rodar y a rodar. Mientras, la hormiguita regresó a la
casa de los viejitos, cogió sus saquitos, uno viejos, y usté es muy joven y... de
azúcar y uno de harina, y se marchó junto a sus hijitos. Y los viejitos se
pusieron muy contentos por haberse librado del chivo.
Los dos viejitos gozando,
el diablo del chivo rodando, las hormiguitas riendo y colorín colorao, ya mi cuento está acabao, y si no te ha gustao, échate pa'l otro lao.
En casi toda
Hispanoamérica, se llama «chivo» al macho de la cabra, y en países como
Venezuela, Colombia y Puerto Rico existen ricas recetas para cocinarlo. La
palabra «chivo» tiene también otros significados. Por ejemplo, en Puerto Rico,
«ganarse un chivo» es `hacer un buen negocio'; en Centroamérica, «jugar a
chivo» es ‘jugar a los dados’; y si en Cuba alguien «se pone de chivo cojo» es
que está de muy mal humor'.
076. anonimo (puerto rico)
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