Cuento popular
Los ancianos cuentan esta
historia.
Estaba una mañana el
conejo dándose una vuelta para buscar alimentos cuando se encontró de repente
frente al puma, con el que casi se da de narices.
-¡Ay, pero qué suerte que
tengo! -dijo el puma-. Estaba dándome un paseo para cazar algún animalito con
que comer hoy, y mira tú por dónde me encuentro contigo...
Y levantó su pata
mientras añadía:
-¡Ahora mismo te como! Lo
siento, pero tengo un hambre atroz.
El conejo, sin perder el
tiempo, le respondió:
-Amigo puma, detente y
reflexiona, que esto que quieres comer no tiene más que hueso y piel. Más te
valdría comerte unas buenas gallinas y unos buenos pavos, que tienen mucha
carne y están más sabrosos.
-¿De qué pavos y gallinas
me hablas, si se puede saber? -preguntó lleno de curiosidad el puma, a quien ya
se le hacía la boca agua.
Allí, sobre aquel pasto,
¿es que no los ves? Son muchos y están distraídos. Como son muy mansitos, no se
espantarán.
El conejito, en realidad,
intentaba engañar al puma, pues lo que había sobre el pasto no eran gallinas ni
pavos, sino una bandada de gallinazos [1],
buitres y gavilanes.
El puma, cuya vista no es
tan aguda como la del conejo, le dijo:
-Tú no te muevas y
espérame aquí. Voy corriendo a desayunarme esas gallinas y enseguida regreso.
-Bueno, pero date prisa,
yo te espero aquí sentado.
El puma se fue alegre a
por las gallinas, y cuando los gallinazos y buitres le vieron acercarse,
agitaron sus alas y volaron muy alto, quedándose el pasto desierto.
El puma, que entonces se
dio cuenta del engaño, regresó donde estaba el conejo, pero este ya se había
largado. Doblemente enga-ñado, el puma gritó:
-Maldito conejo, en
cuanto te pille, me las pagarás.
Y no solo estaba triste y
resentido, sino hambriento.
Algunos días más tarde,
el puma se encontró con el conejo.
-¡Esta vez sí que no te
voy a perdonar la vida! La otra vez me engañaste, pero ahora ¡te como!
El conejo, que estaba
sujetando una gran piedra con sus patas delanteras, le dijo al puma:
-Amigo puma, de nada te
serviría comerme a mí, porque esta montaña se viene abajo y nos va aplastar a
los dos. Por esto estoy sujetando esta gran piedra. Ayúdame, porque, como se
caiga, la montaña nos enterrará vivos.
El puma, pensando que era
verdad lo que decía el conejo, se acercó y sujetó también el peñasco. El conejo
le dijo entonces al puma:
-Tú sujeta fuerte la
piedra mientras yo voy a buscar un palo para apuntalar la roca y evitar que se
desplome.
-Bien, bien, a veces
tienes ideas geniales. ¡Corre a por el palo! -dijo el puma, que ya estaba
sujetando con todas sus fuerzas la roca.
Pero el conejo, en lugar
de ir a buscar el palo, se escapó y se perdió por el bosque.
Mientras tanto, el puma
seguía sujetando la piedra. Estaba cansado y sudoroso.
-¡Maldito conejo! Cuánto
tarda... Mejor hubiera ido yo mismo a por el palo. ¡Ya no puedo más!
Y como al cabo de un rato
estaba agotado, se dijo:
-Voy a dejar de sujetar
un momentito para descansar.
El puma, con mucho
cuidado, fue soltando despacio la roca. La piedra no se caía ni la tierra se
movía. Pronto se dio cuenta de que allí no había ningún peligro y dijo furioso:
-¡Otra vez me ha
engañado! ¡Se ha burlado de mí! Cuando le pille, le voy á dar su merecido...
Y el puma se fue a
buscarlo. Acabó encontrándolo cuando estaba bebiendo agua de un riachuelo.
-¡Ajá! Ahora sí que no te
me escapas más. ¡Te voy a comer por todos los engaños que me has hecho!
-Amigo puma, todavía no
me comas, ya tendrás tiempo de matarme y devorarme. Estoy haciendo un hueco en
la tierra para que podamos salvarnos.
Como el puma ya
desconfiaba del conejo, le preguntó:
-¿Ah, sí? ¿Y qué es lo
que va a pasar? Habla rápido.
El conejo, tartamudeando
y con cara de miedo, le explicó:
-Me acaban de avisar de
buena fuente que ya llega el fin del mundo. Toda la tierra arderá y el mar se
va a desbordar. Por eso voy a cavar un hueco, para escondernos los dos y
salvarnos. ¡Vamos, rápido, sígueme!
Y diciendo esto, el
conejo se metió como una bala en el hueco, que en realidad era una madriguera
con muchos escondrijos. El puma lo intentó también, pues, por si las moscas,
prefería ponerse a salvo. Pero como era más grande que un conejo, solo le entró
la cabeza, y no pudo avanzar.
El puma se echó a temblar
pensando que toda la tierra iba a arder y él moriría abrasado. Pero no sucedió
nada anormal, y, después de un buen rato, el puma llegó a la conclusión de que
el conejo le había engañado una vez más. Se quedó muy amargado y dolido.
Varias semanas después,
el conejo no aparecía por ninguna parte.
-¿Dónde se habrá metido
ese sinvergüenza? -se preguntaba el puma, que no olvidaba los engaños.
Una mañana bien temprano,
se lo encontró por fin mordisqueando unas hojas tiernas junto a un árbol.
-¡Por fin te encontré!
¡Grandísimo mentiroso! Ahora sí que no hay nada que te salve...
-Amigo puma, espera un
momentito. Yo creo que tú eres muy inteligente. Ya ves que soy pequeño y de
pocas carnes, y conmigo no tendrías ni para quitarte un poquitín de hambre.
Mira, allí arriba, en esa loma, acabo de encontrarme con una manada de cerdos
salvajes. Si me perdonas la vida, voy arriba y los espanto para que bajen y los
puedas comer. Te vas a dar el gran banquete.
Y el puma, que se creía
todo, aceptó su propuesta.
-Anda, súbete a la loma y
mándame enseguida a esa manada de cerdos. Pero ¡ojito con engañarme! ¡Te
mataría con toda seguridad!
El conejo subió a lo alto
del montículo mientras el puma se quedaba agazapado, esperando la llegada de la
manada.
Pero lo que el conejo
empujó fue una gran piedra, mientras decía:
-Amigo puma, ¡atento que
ahí baja el primer cerdo salvaje! ¡Que no se te escape!
La piedra bajaba a gran
velocidad y el puma se lanzó hacia ella pensando que era un cerdo salvaje. El
golpe que le dio en la cabeza casi lo mata, y tardó un rato en recuperar el
sentido. Apenas podía moverse, y la cabeza le dolía mucho, pero más le dolía el
nuevo engaño del conejo, que volvió a escaparse.
Y así fue como el conejo
conseguía siempre librarse del puma. Así al menos nos lo contaron los ancianos
del poblado.
072. anonimo (peru-amazonas)
No hay comentarios:
Publicar un comentario