Había una vez en el
pueblito de Yanacancha un sastre que, por la escasez de clientes y lo mal que
se le había dado el oficio tenía deudas con casi todos en el pueblo. Por más
que pensaba en la manera de pagarles a todos, no se le ocurría nada y,
mientras, iba aumentando su deuda.
Un día, desesperado por
no encontrar ninguna solución, tuvo una idea que le salvaría de la cárcel.
Llamó a su mujer y le dijo:
-Mira, mujer, le debo
dinero a todo el mundo, y como no puedo pagar, lo mejor será que me haga el
muerto, así todos serán compasivos y me perdonarán las deudas. Cuando esté todo
aclarao, resucitaré, y podremos volver a empezar. Así que esta tarde, para que
todos lo crean, sal a la calle y grita desesperada.
Cumpliendo con lo
dispuesto, la mujer salió por la tarde lamentándose -¡ay, ay!- a grito pelado
por la «muerte» de su esposo. Tan dramática y convincente fue que todos los
vecinos la consolaron y le dijeron que no se preocupara, que le perdonaban las
deudas. Pero entre los vecinos había un zapatero cojo que empezó a gritar:
-¡A mí me debe medio
real, y no se lo perdono! Así somos en Yanacancha. Así que, ¡quiero mi medio
real! ¡Quiero mi medio real!
Y dale con el medio real.
Por la noche, como era
costumbre en el pueblo, llevaron al muerto a la iglesia para darle sepultura al
día siguiente. El sastre iba inmóvil en la caja, contento por lo bien que le
había salido la mentira y, sobre todo, pensando en el susto que se llevarían
sus acompañantes cuando se levantara del ataúd como resucitado.
Dejaron la caja en la
iglesia, se fueron, y, al rato, apareció cojeando el zapatero, que, enojado,
levantó la tapa del ataúd y le gritó al «muerto»:
-¡Sastre de los demonios!
Si no me pagas lo que me debes, arderás en el infierno. Así que, ¡dame mi medio
real! ¡Dame mi medio real! Y así con el medio real.
En medio de su griterío,
escuchó que se abrían las puertas de la iglesia. Como era de noche, le dio
mucho miedo y cojeó para esconderse en el confesionario. Los que habían entrado
eran una cuadrilla de ladrones que querían repartirse su botín. El jefe de los
malandrines dijo:
-Aquí hay cinco montones
de monedas de oro que hemos robado. Como nosotros no somos más que cuatro, el
quinto montón se lo llevará el que se atreva a darle un bofetón al muerto ese
que está en la caja.
Todos callaron,
respetuosos y atemorizados, pero el más pequeño de todos, acercándose al
difunto, dijo:
-Yo le voy a dar no uno,
sino que, por ese montón de oro, le voy a dar tantos bofetones que todo el
pueblo lo va a escuchar.
Y cuando levantó la mano
para cumplir con lo prometido, el sastre se incorporó violentamente y gritó:
-¡Ayúdenme aquí,
difuntos, que tengo mis cuatro puntos! [1]
Y el zapatero, que seguía
escondido en el confesionario, gritó la respuesta:
-¡Aquí vamos todos
juntos!
Al oír estos gritos, los
ladrones echaron a correr despavoridos, dejando allí las monedas de oro. El
sastre ya las estaba repartiendo en dos mitades: una para el zapatero y otra
para él. Y así estaban de contentos cuando el zapatero se acordó de su deuda y
gritó:
-Sí, pero ¡dame mi medio
real! ¡Dame mi medio real!
Los ladrones, mientras
tanto, se habían detenido, y el jefe decía:
-¡Pero bueno! ¡Parece
mentira que nosotros, los bandoleros más valientes y temidos de estos lugares,
nos hayamos asustado por unos muertos!... ¡Que vaya uno a la iglesia a ver qué
está pasando!
Uno de ellos cumplió la
orden y al llegar a la puerta acercó el oído y escuchó unos gritos que decían:
-¡Dame mi medio real!
¡Dame mi medio real!
Se dio media vuelta y
huyó a todo correr temblando de miedo.
Cuando llegó casi sin
aliento, les dijo a sus acompañantes:
-¡Vámonos! ¡Vámonos
pronto! La iglesia está llena de difuntos,
y son tantos que se
pelean por medio real. ¡Imagínense cuántos serán!
Todos huyeron sin
pensarlo dos veces. Y el zapatero y el sastre vivieron felices el resto de sus
días habiendo pagado sus deudas, incluida la de medio real.
Cuento popular
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072. anonimo (peru)
[1] Que tengo mis cuatro puntos: que estoy en peligro.
gracias...
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