Había
una señora que tenía un hijo flojo, flojísimo. Era un hijo solo.
Lo
mandaba a la leña y no quería ir. Lo mandaba a buscar agua y no quería ir. Lo
mandaba a buscar las vacas y tampoco quería ir. A ningún lado quería ir. No
quería hacer nada, nada. Siempre estaba cansado. Siempre tenía pereza, por eso
lo llamaba cariñosamente Perecita.
Un
día, la madre le rogó:
‑¡Ve,
Perecita, busca unas leñitas!
‑Tengo
pereza ‑le contestó, pero al final salió.
Se
fue Perecita a la leña. Había juntado unas cuantas y había hecho una linda
carga, casi como una montaña. La tenía ahí, la acomodó y se recostó en la arena
a la orilla del río. Pero tenía muchísima pereza, era tan pero tan flojo que
¡ahhhh .... ! se
había cansado demasiado.
Mientras
estaba ahí recostado sintió que alguien lloriqueaba y le chistaba; era un
pececito afuera del agua pidiendo que por favor lo devolviera al río:
‑¡Por
favor, échame al agua!
Perecita
entre bostezo ¡ahhhh....! y bostezo lo miraba sorprendido pero sin moverse del
lugar.
‑¡Tengo
pereza! ‑le dijo.
‑Pero,
¡échame!, ¡te lo pido por favor! Si me ayudas te prometo una varita de virtud.
Entonces
Perecita, con la punta de la ojota, lo empujó y lo echó al agua.
El
pececito, agradecido, le dio la varita de la virtud y le dijo que le podía
pedir todo lo que quisiera, que ella se lo iba a conceder.
Contento,
Perecita ahí no más le dijo:
‑Variíta,
por tu virtud, que se junte una carga de leña y que yo vaya arriba y que la
leña vaya caminando sola.
Y
se juntó la leña y la carga caminó sola con Perecita recostado encima de la
leña.
Siguió
y siguió por el camino, hasta que pasó frente al palacio del rey. Ahí estaban
jugando en el jardín las hijas del rey; cuando lo vieron empezaron a reírse
diciendo:
‑¡Miren,
miren cómo va Perecita recostado en la leña! ¡Miren cómo camina sola la carga
de leña!
A
Perecita le dio mucha rabia y se puso colorado de vergüenza, entonces dijo:
‑Variíta,
por tu virtud, que la niña más linda del rey tenga un niño muy lindo y que sea
mío.
Pasó
mucho tiempo y la hija más linda del rey tuvo un niño. Y el niño nació con una
naranja de oro en la mano. Al que le diera la naranja de oro, ése sería el
padre.
El
rey estaba enojado. Tenía una rabia terrible. Quería saber quién era el padre
del niño para castigarlo.
Llamó
a todos los más grandes y más ricos, pero el niño a nadie le daba la naranja.
Llamó a todos los vecinos y nada. Ya no quedaba más nadie para convocar, hasta
que se acordaron de Perecita.
‑Pero
no, qué va a ser Perecita ‑todos decían.
‑Bueno,
pero hay que llamarlo y salir de la duda.
Y
Perecita vino. En cuanto llegó y vio al niño, Perecíta se emocionó sintiendo
cosquillas en su piel, y el niño, contento, le entregó la naranja.
Pero
el rey se enojó más todavía y de castigo obligó a que los echaran al río. El
vecindario estaba horrorizado, pero nadie se atrevía a opinar.
Prepararon
el cajón, los encerraron y los tiraron al río. La hija del rey lloraba
muchísimo y le decía a su padre que no merecían semejante castigo.
Perecita
le alcanzó a susurrar que no se preocupara, que no les iba a pasar nada.
Y
en seguida sacó la varita y le pidió que el cajón saliera del otro lado del río
y que ahí se formara un palacio mejor que el del rey. Y así se hizo.
A
los pocos días el rey se enteró de que al otro lado del río había un palacio
mejor que el de él y mandó a averiguar de quién era. Todos se enteraron de que
era de Perecita.
Entonces
el rey lo fue a buscar y Perecita le contó la verdad de lo ocurrido,
explicándole que nadie había tenido la culpa.
El
rey se puso muy contento y les pidió que se fueran a vivir con él. Y los dejó
tranquilos para que pudieran ser felices.
Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay.
Transmitido de generación en generación con
variantes, también se lo conoce como Juan el Flojo, El muchacho flojo, Juan
Pereza, Juan Flojo.
Fuente: María Luísa Miretti
081. anonimo (sudamerica)
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