Había una vez una pareja
de ancianos que vivían en una casa pequeña. Un día de invierno, el hombre le
dijo a su mujer:
-Querida, prepárame unas
rosquillas que me voy al lago a pescar.
La mujer preparó las
rosquillas, el hombre enganchó el caballo al trineo y se fue a pescar. Llenó
el trineo de peces y volvió a casa. En el camino de vuelta, vio a una zorra que
yacía sobre la nieve. Estaba completamente inmóvil:
-Tal vez se ha helado por
el frío -pensó el viejo-. Se la llevaré a mi mujer, que aprovechará su piel.
Cogió a la zorra y la
cargó en el trineo, entre los peces. Pero la zorra no estaba muerta,
simplemente fingía estarlo. Cuando el viejo volvió a sentarse en el pescante
del trineo, la zorra miró a su alrededor y lenta y cautelosa-mente comenzó a
tirar los peces del trineo al sendero. En cuanto tiró el último, también ella
saltó del vehículo.
El viejo llegó a casa y
le dijo a su mujer:
-Mira, querida, te he
traído un trineo lleno de peces y, por si eso fuera poco, la piel de una zorra.
La vieja fue a ver, pero
no había asomo de peces ni zorra alguna. Mientras tanto, la zorra había
recogido los peces al borde del camino y se había puesto a comerlos enseguida.
Los tragaba de un bocado, uno tras otro. Un lobo, que pasó por allí, la saludó:
-¡Buenos días, hermana
Zorra!
-Buenos días, hermano
Lobo -respondió la zorra.
-¿Qué estás comiendo,
hermana Zorra? -preguntó el lobo.
-¿Qué crees que estoy
comiendo? Peces, ya lo ves.
-Por favor, regálame uno...
-¿Por qué debería
regalártelo? Ve y pesca tú.
-¡Pero yo no sé pescar,
hermana Zorra!
-No hace falta mucha
ciencia, hermano Lobo. Ve al lago, haz un agujero en el hielo, mete tu cola en
él y los peces picarán.
El lobo le dio las
gracias a la zorra y siguió su consejo. Agujereó en el hielo, metió la cola en
el agujero y se sentó encima, esperando que los peces picasen. Allí se quedó
toda la noche y, como hacía mucho frío, la cola se le heló. El lobo intentó
sacarla. Tiró y volvió a tirar, pero no lograba que saliera.
«Quién sabe cuántos peces
se han agarrado a mi cola. Por eso no consigo sacarla», pensó el lobo, y siguió
pescando.
Por la mañana, las
mujeres del pueblo fueron al lago a buscar agua. Al ver al lobo, comenzaron a
gritar:
-¡Un lobo, un lobo!
¡Cogedlo, cogedlo!
El lobo se asustó e
intentó escapar. Pero, naturalmente, era imposible, porque su cola estaba
prisionera del hielo. Las mujeres se armaron de varas, piedras, cubos, y todas
juntas se abalanzaron sobre el lobo u lo golpearon como si su piel fuese una
alfombra tendida en el balcón. El lobo, por más que tirase, no lograba sacar la
cola del agujero. Por fin, hizo un esfuerzo tan grande que logró liberarse y se
escapó corriendo como alma que lleva el diablo.
Pero su cola, ¡ah, su
cola!, había quedado prisionera del hielo. Y, desde aquel día, el lobo ya no
pesca con la cola.
062. anonimo (rusia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario