Cuento popular
Se dice que, hace ya
muchos años, un noble ambicioso le arrebató al rey el trono y su reino. Un día
en que este noble, ya convertido en rey, iba paseando con su esposa en un
elegante carruaje tirado por cuatro hermosos caballos, una pobre mujer se le
acercó llorando. Tanta urgencia llevaba la mujer que casi la atropellan los
caballos. El rey mandó detener el coche y le preguntó qué deseaba.
La mujer, llorando, dijo:
-¡Ay! Su majestad, soy
una mujer viuda y solo tengo un hijo que mañana van a ahorcar injustamente. ¡Le
juro a vuestra majestad que es inocente!
-Pues dime, mujer, ¿qué
hizo? -le preguntó el rey.
-Lo acusaron de ladrón,
pero el juicio ha sido tan injusto que no ha tenido tiempo de probar su
inocencia. Le ruego a su majestad que le dé una nueva oportunidad con otro
juicio. Si resulta culpable, yo iré también a la horca.
El rey vio tanta verdad
en el rostro de la mujer, que en el acto mandó poner en libertad al acusado.
Entonces, la mujer le
dijo:
-No tengo con qué pagar
este favor, majestad, pero prometo que el primer hijo que tenga vuestra esposa
tendrá excelentes virtudes y cualidades. Y el segundo, será una niña tan linda
que no habrá otra igual en el reino, y tendrá unos ojos tan hermosos que
alumbrarán una habitación oscura, como si fuera de día. Pero ¡cuídenla mucho!
Que nadie la vea, porque podría tener noticias de ella el monstruo que habita
en la Cueva de
los Encantos y la pediría por esposa. Y de no entregarla, arruinaría vuestro reino.
La mujer entonces se fue,
y los reyes no se creyeron del todo lo que les había dicho. Poco tiempo
después, tuvieron un niño, y a los dos años nació, en efecto, una niña preciosa
de grandes y sorpren-dentes ojos.
Una noche en que la niña
lloraba y el rey y la reina fueron hasta su habitación, cuál no fue su sorpresa
al ver que la estancia estaba completa-mente iluminada, como si entraran los
rayos del sol. Se acordaron de la profecía y ordenaron que la niña jamás
saliera de aquel aposento.
Así pasó el tiempo, y la
niña, que ya tenía quince años, le pidió a su hermano mayor:
-Ay, hermanito, solo
conozco el mundo por los libros que leo y me gustaría mucho verlo. Te ruego que
una noche, cuando nuestros padres estén durmiendo, me lleves hasta el balcón
para ver siquiera un momentito la ciudad, que debe de ser bastante hermosa.
-¡Eso no puede ser! -le
dijo el hermano-. Si padre se entera, nos castigará.
-Nunca se enterará,
hermanito, pues nos asomaremos silenciosa-mente.
El hermano entonces
aceptó, y esa misma noche se asomaron al balcón. Estaba la niña encantada
mirando el panorama, que casi alumbraba con sus propios ojos, cuando vieron
venir por el aire a un monstruo sentado sobre una serpiente de siete cabezas
que arrojaba fuego por todas sus bocas. Los tiernos príncipes, al ver aquello,
se ocultaron espantados y cerraron las puertas del balcón, pero escucharon la
estruendosa voz del monstruo que dijo:
-¡Ya te conocí, princesa de los ojos de luz! Así que
mañana deberé robarte o destruiré la ciudad.
A la mañana siguiente,
corrieron los niños al cuarto de sus padres para confesarles su falta. El rey
se asustó mucho, pero comprendió que el hecho no tenía remedio. En el acto,
mandó poner pregones ofreciendo todos sus tesoros al que le entregara la cabeza
del monstruo.
La misma mujer que le
había pedido la salvación de su hijo, que era una bruja hechicera, llegó hasta
el palacio y le dijo al rey con voz resuelta:
-Señor, he visto vuestro
pregón y yo tengo la persona que matará al monstruo, pero no se conforma con vuestros
tesoros.
-Y pues ¿qué más desea
esa persona?
-Que cuando os entregue
la cabeza del monstruo le deis la mano de vuestra hija, la princesa, como
premio por liberarla.
-¡Eso es imposible, del
todo imposible! Mi hija no se puede casar con nadie que no sea de sangre real.
¡No puede ser!
Estando ambos con esta
conversación, se llenó de repente la habitación con humo y se oyó un ruido
formidable. Salieron a ver lo que pasaba y vieron que el monstruo, montado en
la serpiente, había penetrado en el cuarto de la princesa y se la llevaba por
los aires. Entonces el rey, desesperado de dolor, se dirigió a la bruja y le
dijo:
-Al que me devuelva a mi
hija y mate a ese monstruo, se la daré por esposa ¡sea quién sea!
-Si su majestad cumple su
palabra -contestó la bruja-, yo le prometo que la niña volverá a vuestro lado.
-Pero ¿quién es esa
persona? -le dijo el rey con inquietud.
-Es un joven buen mozo y
digno de la mano de la niña.
-Pues que no pierda más
el tiempo y marche en busca de mi hija.
La bruja se fue, y el rey
se quedó con una pena grande.
La bruja llegó entonces a
una casa en el barrio más sucio y pobre de la ciudad, penetró en ella y fue
hasta uno de los cuartos más oscuros, cuya puerta tenía siete cerraduras. Las
abrió y, en el fondo de la estancia, estaba un joven muy humildemente vestido,
pero bien parecido y con una expresiva mirada.
-Ha llegado el instante
de que te veas libre -dijo la bruja-, si tienes el suficiente valor.
-A todo estoy dispuesto
por mi libertad.
-Te voy a llevar a un
lugar donde deberás matar a un monstruo.
-Tengo valor para todo
-afirmó el joven.
-Entonces, ven conmigo
-dijo la bruja.
Toda la noche estuvieron
en camino hasta que, al amanecer, llegaron a un monte donde, después de mucho
andar, aparecieron frente a la entrada de una profunda cueva llamada Cueva de
los Encantos.
-Allí dentro está el
monstruo -dijo la bruja-. Entra y dile que te has perdido, que te dé cobijo un
momento. Si acepta, entonces le ofreces este licor, el único que puede
embriagarle. En cuanto se duerma, le arrancas un mechón de cabellos rojos que
tiene en la cabeza, y morirá en el acto.
Así lo hizo el joven y,
cuando estuvo ante el monstruo, le rogó:
-Señor, estoy perdido,
dadme abrigo mientras descanso antes de continuar mi camino.
El monstruo estaba a
punto de devorarlo, pero le contestó:
-Bien, pasa y a ver cómo
me pagas este favor.
El joven le dijo entonces
que no tenía otra cosa con qué pagarle la gracia más que con el frasquito de
licor que llevaba para calmar la sed.
El monstruo se lo bebió
de un trago y al punto se embriagó. Sin perder un segundo, el joven le arrancó
el copete, y el monstruo quedó muerto. Con un cuchillo que llevaba, le cortó la
cabeza y salió corriendo de la cueva con ella en la mano.
-Ya estoy aquí -le dijo a
la bruja que esperaba fuera-, y esta es la cabeza del monstruo.
-Pues vamos corriendo a
presentársela al rey. Ya sabes que, como premio, te casarás con una hermosa
niña, su hija. Pero antes debemos buscarla, porque estará en esa misma cueva.
Entraron de nuevo a la
cueva y llegaron hasta la puerta secreta. La bruja exclamó unas palabras
propias del lenguaje de las hechiceras y la puerta se abrió al instante. Y, en
efecto, ahí estaba la niña.
Le dijeron que el joven
había matado al monstruo, y ella se puso muy contenta, claro. Después, todos
juntos llegaron hasta el palacio.
Habló la bruja:
-Ya cumplí mi palabra,
rey: aquí está la niña, la cabeza del monstruo y el hombre que le dio muerte.
Ahora cumple tu palabra.
El rey asintió, pues el
joven le pareció, además de buen mozo, refinado y elegante. La bruja prosiguió:
-Este muchacho es el hijo
del rey al que tú destronaste y que ha estado escondido para librarse de tu
persecución. Haced que sea feliz y así no tendréis remordimientos por haberle
usurpado el trono.
Se organizó enseguida la
boda, y al día siguiente, la serpiente que transportaba al monstruo apareció
muerta en el parque del palacio, pues un sortilegio la tenía ligada a él.
Y si el cuento te parece
ingenioso, léelo otra vez con reposo.
063. anonimo (mexico)
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