Un campesino tenía tres
hijos. Dos eran listos, el tercero era un poco tonto y se llamaba Vicente. Los
dos hermanos listos se lo pasaban bien, comían, bebían, mientras Vicente se
dedicaba a hacer el trabajo que a ellos les tocaba. Un día, el zar de aquel
país comunicó, a través de un bando, que daría a su hija como esposa a quien
fuese capaz de ir a buscarla en un arca voladora. Los dos hermanos listos
decidieron emprender el viaje para ir a buscar a la hija del zar y dijeron:
-Ya encontraremos un arca
voladora por el camino.
La madre les preparó
pastelillos y buñuelos y se pusieron en marcha. Después de mucho caminar, se
encontraron con un viejo.
-Muchachos, dadle algo de
comer a este desgraciado. Hace ya dos días que no pruebo bocado.
-¿Qué quieres que te
demos? No tenemos nada para nosotros.
-¿Cómo que no tenéis
nada? ¿Y qué lleváis en la mochila?
-Hemos recogido piñas por
el camino.
El viejo sonrió
tristemente y se marchó. Poco después, los dos hermanos se detuvieron para
comer algo, abrieron las mochilas y las encontraron llenas solamente de piñas.
Dejaron todo allí y volvieron a casa.
También Vicente decidió
partir en busca de fortuna. La madre no le preparó ni pastelillos ni buñuelos,
sino que le llenó el morral con cortezas de pan. No quería tomarse tanto
trabajo por ese hijo tan tonto.
Después de mucho caminar,
Vicente se encontró también con el viejo.
-Oye, joven, dale algo de
comer a este pobre desgraciado. Hace ya tres días que no pruebo bocado.
-Os daría algo de buena
gana -respondió Vicente, pero sólo tengo cortezas de pan.
-No importa, cuando hay
hambre hasta las cortezas de pan parecen buenas.
Vicente desató su morral
y no podía dar crédito a sus ojos: estaba lleno de pastelillos y de buñuelos.
Comieron ambos hasta saciarse y después el viejo le preguntó:
-¿Y adónde vas, Vicente?
-El zar ha comunicado que
dará a su hija como esposa a quien sea capaz de ir a buscarla en un arca
voladora. Y yo voy a tentar fortuna.
-Estupendo, pero ¿dónde
hay un arca voladora?
-No tengo ni idea.
-Entonces quiero darte un
consejo. Cuando hayas llegado a aquel bosque, dale un golpe con una vara al
primer árbol que veas, túmbate deprisa boca abajo y el arca llegará. Así podrás
volar a la corte del zar. Pero no olvides algo: debes llevar en el arca a todos
los que encuentres.
Vicente le dio las
gracias y el viejo desapareció como si se hubiera disuelto en la nada.
Vicente caminó hasta el
bosque, dio un golpe con una vara al primer árbol que vio y se tumbó boca abajo.
Entonces por todos lados sonaron truenos, relámpagos y rayos y, un momento después,
apareció una magnífica arca voladora. Vicente subió y emprendió el vuelo en
dirección al castillo del zar. Y mientras volaba, volaba, vio de pronto a un
hombre que corría saltando a la pata coja, y que llevaba la otra pierna atada a
la oreja.
-Amigo, ¿por qué no te
desatas esa pierna? -preguntó Vicente.
-No puedo: si la desato,
voy demasiado deprisa y de un salto recorro la mitad de la tierra.
-Ven conmigo, Pierna Larga.
Y mientras volaban,
volaban, vieron a un hombre con una escopeta que apuntaba al vacío.
-¿Adónde apuntas, amigo?
-Allá abajo, en el
extremo del mundo, hay un gorrión que vuela y quiero dispararle. Tengo la vista
muy buena.
-Ven con nosotros, Ojo
Agudo.
Y mientras volaban,
volaban, vieron a un hombre que estaba con un oído pegado a la tierra.
-¿Qué estás escuchando,
amigo?
-Estoy escuchando cómo
crece la hierba. Tengo muy buen oído.
-Ven con nosotros, Oído
Fino.
Y, después de haber
volado otro poco, vieron a un hombre con un carro lleno de pan.
-¿Adónde vas, amigo?
-Estoy buscando algo de
comer.
-Pero ¿no es pan lo que
llevas en el carro?
-Sí, pero no me alcanza.
Me harían falta por lo menos veinte carros y veinte caballos para poder
saciarme.
-Ven con nosotros,
Barriga sin Fondo, pero no nos comas.
Después vieron a un
hombre junto a una fuente.
-¿Qué haces ahí, amigo?
-Tengo una sed tremenda.
-¿Y por qué no bebes un
poco de agua de la fuente?
-¡Qué más quisiera! Me
bebería todo el mar, pero el agua del mar es salada y no me gusta.
-Ven conmigo, Sediento.
Volaron un poco más y
vieron a un hombre que se había metido la gorra en la boca.
-Amigo, ¿por qué quieres
comerte la gorra?
-No la como, me tapo la
boca. Tengo el aliento tan frío que, si me pusiese a soplar, helaría todo lo
que me rodea.
-¡Ven con nosotros, Soplo
Helado!
Estaban muy cerca del
palacio del zar cuando vieron a un hombre con un tambor.
-Hola, tamborilero, toca
una sonatina.
-Por favor. Si me pusiese
a tocar, de mi tambor saldrían batallones de soldados y dejarían de salir sólo
si yo no siguiese tocando.
-Entonces ven con
nosotros, Tamborilero.
Volaron un poco más y
llegaron finalmente a la corte del zar.
Justo en ese momento, el
zar estaba mirando por la ventana y se quedó muy asombrado al ver llegar en un
arca voladora al futuro esposo de su hija. Se asombró, pero no estaba nada contento,
ni de Vicente ni de sus extraños compañeros de viaje. El zar se dijo para sus
adentros: «Espera, espera, pretendiente, te impondré algunas pruebas que te
harán pasar las ganas de pensar en casarte».
El zar había dicho esto
en silencio, mientras pensaba, pero Oído Fino logró oírlo y le contó enseguida
a los demás que el zar estaba tramando algo contra ellos. El zar, en efecto,
dijo:
-Sin duda, después de un
viaje tan largo, tendréis hambre y sed. Os he preparado un tentempié. Pero
debéis comer todo y beber hasta la última gota; si no, Vicente no podrá casarse
con mi hija.
En la mesa habría doce
bueyes asados, doce bolsas de pan y cuarenta toneles de vino. Pero el zar se
equivocaba pensando que así ahuyentaría a Vicente. Barriga sin Fondo y
Sediento, en pocos instantes, hicieron desaparecer todo lo que había. A los
demás no les quedó ni una corteza de pan ni una gota de vino.
-Muy bien -dijo el zar:
comer habéis comido, beber habéis bebido. Ahora traedme la manzana de oro que
crece en un manzano a mil millas de aquí. La quiero antes de que anochezca.
Para Pierna Larga era una
empresa de risa. Se desató la pierna, dio un solo paso y ya estaba a mil millas
de allí, qa estaba bajo el manzano de las manzanas de oro. Como tenía tiempo,
se tumbó debajo del árbol y se durmió. Durmió mucho y el sol estaba a punto de
ponerse cuando aún dormía. Vicente comenzaba a preocuparse:
-¿Qué puede haberle
sucedido a Pierna Larga?
-Eso pienso yo -dijo Ojo
Agudo.
Fijó la mirada en la lontananza
y vio a Pierna Larga durmiendo bajo el árbol de las manzanas de oro. Cogió la
escopeta, apuntó, disparó e hizo caer una manzana de oro sobre la punta de la
nariz de Pierna Larga. Éste se despertó, se frotó los ojos, recogió la
manzana, dio un paso y en un santiamén estuvo en el palacio del zar.
-Esto no puede ser -dijo
el zar para sus adentros cuando Vicente le llevó la manzana de oro. Los haré
meter a todos en el horno y los pondré a asar a fuego lento.
Pero Oído Fino oyó lo que
el zar pensaba y Soplo Helado, ágilmente, se sacó la gorra de la boca. En
cuanto sopló en el horno, se apagó el fuego y en poco tiempo hacía tanto frío
allí dentro que tuvieron que pedirle a Soplo Helado que parase; si no,
morirían todos congelados.
Esta vez, el zar no sabía
ya qué hacer.
-Todo es inútil, no habrá
más remedio que darle a mi hija como esposa a Vicente. Pero en cuanto suban al
arca voladora, lanzaré tras ellos a mis soldados para que recuperen a la
princesa.
Pero Oído Fino oyó todo
cuanto el zar pensaba y le dijo enseguida al Tamborilero que tuviese su tambor
preparado. Cuando los solda-dos del zar se abalanzaron sobre Vicente para
raptar a la princesa, el tamborilero empezó a tocar el tambor y del tambor
salieron otros soldados, un regimiento tras otro. Todos estos regimientos
derrota-ron a los soldados del zar, a quien apresaron junto a sus consejeros.
Como el país no podía quedarse sin soberano, nombraron zar a Vicente. Y él
designó como consejeros a sus extraordinarios compañeros de viaje.
Y fueron felices ellos y
todos los habitantes del país.
062. anonimo (rusia)
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