Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 2 de agosto de 2012

Vicente en el arca voladora


Un campesino tenía tres hijos. Dos eran listos, el tercero era un poco tonto y se llamaba Vicente. Los dos hermanos listos se lo pasaban bien, comían, bebían, mientras Vicente se dedicaba a hacer el trabajo que a ellos les tocaba. Un día, el zar de aquel país comunicó, a través de un bando, que daría a su hija como esposa a quien fuese capaz de ir a buscarla en un arca voladora. Los dos hermanos listos decidieron emprender el viaje para ir a buscar a la hija del zar y dijeron:
-Ya encontraremos un arca voladora por el camino.
La madre les preparó pastelillos y buñuelos y se pusieron en marcha. Después de mucho caminar, se encontraron con un viejo.
-Muchachos, dadle algo de comer a este desgraciado. Hace ya dos días que no pruebo bocado.
-¿Qué quieres que te demos? No tenemos nada para noso­tros.
-¿Cómo que no tenéis nada? ¿Y qué lleváis en la mochila?
-Hemos recogido piñas por el camino.
El viejo sonrió tristemente y se marchó. Poco después, los dos hermanos se detuvieron para comer algo, abrieron las mochilas y las encontraron llenas solamente de piñas. Dejaron todo allí y volvieron a casa.
También Vicente decidió partir en busca de fortuna. La ma­dre no le preparó ni pastelillos ni buñuelos, sino que le llenó el morral con cortezas de pan. No quería tomarse tanto trabajo por ese hijo tan tonto.
Después de mucho caminar, Vicente se encontró también con el viejo.
-Oye, joven, dale algo de comer a este pobre desgraciado. Hace ya tres días que no pruebo bocado.
-Os daría algo de buena gana -respondió Vicente, pero sólo tengo cortezas de pan.
-No importa, cuando hay hambre hasta las cortezas de pan parecen buenas.
Vicente desató su morral y no podía dar crédito a sus ojos: estaba lleno de pastelillos y de buñuelos. Comieron ambos hasta saciarse y después el viejo le preguntó:
-¿Y adónde vas, Vicente?
-El zar ha comunicado que dará a su hija como esposa a quien sea capaz de ir a buscarla en un arca voladora. Y yo voy a tentar fortuna.
-Estupendo, pero ¿dónde hay un arca voladora?
-No tengo ni idea.
-Entonces quiero darte un consejo. Cuando hayas llegado a aquel bosque, dale un golpe con una vara al primer árbol que veas, túmbate deprisa boca abajo y el arca llegará. Así podrás volar a la corte del zar. Pero no olvides algo: debes llevar en el arca a todos los que encuentres.
Vicente le dio las gracias y el viejo desapareció como si se hu­biera disuelto en la nada.
Vicente caminó hasta el bosque, dio un golpe con una vara al primer árbol que vio y se tumbó boca abajo. Entonces por todos lados sonaron truenos, relámpagos y rayos y, un momento des­pués, apareció una magnífica arca voladora. Vicente subió y em­prendió el vuelo en dirección al castillo del zar. Y mientras vola­ba, volaba, vio de pronto a un hombre que corría saltando a la pata coja, y que llevaba la otra pierna atada a la oreja.
-Amigo, ¿por qué no te desatas esa pierna? -preguntó Vi­cente.
-No puedo: si la desato, voy demasiado deprisa y de un salto recorro la mitad de la tierra.
-Ven conmigo, Pierna Larga.
Y mientras volaban, volaban, vieron a un hombre con una es­copeta que apuntaba al vacío.
-¿Adónde apuntas, amigo?
-Allá abajo, en el extremo del mundo, hay un gorrión que vuela y quiero dispararle. Tengo la vista muy buena.
-Ven con nosotros, Ojo Agudo.
Y mientras volaban, volaban, vieron a un hombre que estaba con un oído pegado a la tierra.
-¿Qué estás escuchando, amigo?
-Estoy escuchando cómo crece la hierba. Tengo muy buen oído.
-Ven con nosotros, Oído Fino.
Y, después de haber volado otro poco, vieron a un hombre con un carro lleno de pan.
-¿Adónde vas, amigo?
-Estoy buscando algo de comer.
-Pero ¿no es pan lo que llevas en el carro?
-Sí, pero no me alcanza. Me harían falta por lo menos veinte carros y veinte caballos para poder saciarme.
-Ven con nosotros, Barriga sin Fondo, pero no nos comas.
Después vieron a un hombre junto a una fuente.
-¿Qué haces ahí, amigo?
-Tengo una sed tremenda.
-¿Y por qué no bebes un poco de agua de la fuente?
-¡Qué más quisiera! Me bebería todo el mar, pero el agua del mar es salada y no me gusta.
-Ven conmigo, Sediento.
Volaron un poco más y vieron a un hombre que se había me­tido la gorra en la boca.
-Amigo, ¿por qué quieres comerte la gorra?
-No la como, me tapo la boca. Tengo el aliento tan frío que, si me pusiese a soplar, helaría todo lo que me rodea.
-¡Ven con nosotros, Soplo Helado!
Estaban muy cerca del palacio del zar cuando vieron a un hombre con un tambor.
-Hola, tamborilero, toca una sonatina.
-Por favor. Si me pusiese a tocar, de mi tambor saldrían ba­tallones de soldados y dejarían de salir sólo si yo no siguiese to­cando.
-Entonces ven con nosotros, Tamborilero.
Volaron un poco más y llegaron finalmente a la corte del zar.
Justo en ese momento, el zar estaba mirando por la ventana y se quedó muy asombrado al ver llegar en un arca voladora al futuro esposo de su hija. Se asombró, pero no estaba nada con­tento, ni de Vicente ni de sus extraños compañeros de viaje. El zar se dijo para sus adentros: «Espera, espera, pretendiente, te impondré algunas pruebas que te harán pasar las ganas de pen­sar en casarte».
El zar había dicho esto en silencio, mientras pensaba, pero Oído Fino logró oírlo y le contó enseguida a los demás que el zar estaba tramando algo contra ellos. El zar, en efecto, dijo:
-Sin duda, después de un viaje tan largo, tendréis hambre y sed. Os he preparado un tentempié. Pero debéis comer todo y beber hasta la última gota; si no, Vicente no podrá casarse con mi hija.
En la mesa habría doce bueyes asados, doce bolsas de pan y cuarenta toneles de vino. Pero el zar se equivocaba pensando que así ahuyentaría a Vicente. Barriga sin Fondo y Sediento, en pocos instantes, hicieron desaparecer todo lo que había. A los demás no les quedó ni una corteza de pan ni una gota de vino.
-Muy bien -dijo el zar: comer habéis comido, beber habéis bebido. Ahora traedme la manzana de oro que crece en un man­zano a mil millas de aquí. La quiero antes de que anochezca.
Para Pierna Larga era una empresa de risa. Se desató la pier­na, dio un solo paso y ya estaba a mil millas de allí, qa estaba bajo el manzano de las manzanas de oro. Como tenía tiempo, se tumbó debajo del árbol y se durmió. Durmió mucho y el sol es­taba a punto de ponerse cuando aún dormía. Vicente comenza­ba a preocuparse:
-¿Qué puede haberle sucedido a Pierna Larga?
-Eso pienso yo -dijo Ojo Agudo.
Fijó la mirada en la lontananza y vio a Pierna Larga durmiendo bajo el árbol de las manzanas de oro. Cogió la escopeta, apuntó, disparó e hizo caer una manzana de oro sobre la punta de la nariz de Pierna Larga. Éste se despertó, se frotó los ojos, re­cogió la manzana, dio un paso y en un santiamén estuvo en el palacio del zar.
-Esto no puede ser -dijo el zar para sus adentros cuando Vi­cente le llevó la manzana de oro. Los haré meter a todos en el horno y los pondré a asar a fuego lento.
Pero Oído Fino oyó lo que el zar pensaba y Soplo Helado, ágilmente, se sacó la gorra de la boca. En cuanto sopló en el hor­no, se apagó el fuego y en poco tiempo hacía tanto frío allí den­tro que tuvieron que pedirle a Soplo Helado que parase; si no, morirían todos congelados.
Esta vez, el zar no sabía ya qué hacer.
-Todo es inútil, no habrá más remedio que darle a mi hija como esposa a Vicente. Pero en cuanto suban al arca voladora, lanzaré tras ellos a mis soldados para que recuperen a la princesa.
Pero Oído Fino oyó todo cuanto el zar pensaba y le dijo en­seguida al Tamborilero que tuviese su tambor preparado. Cuan­do los solda-dos del zar se abalanzaron sobre Vicente para raptar a la princesa, el tamborilero empezó a tocar el tambor y del tambor salieron otros soldados, un regimiento tras otro. Todos estos regimientos derrota-ron a los soldados del zar, a quien apresaron junto a sus consejeros. Como el país no podía que­darse sin soberano, nombraron zar a Vicente. Y él designó como consejeros a sus extraordinarios compañeros de viaje.
Y fueron felices ellos y todos los habitantes del país.

062. anonimo (rusia)


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