Cuento popular
Pues les voy a contar el
cuento que me contó mi abuelo.
Una noche de luna llena,
entró el conejo en un huerto de chiles [1].
Como estaba solo y tenía hambre, se dijo:
-Humm, estos chiles me
los voy a comer yo.
Y se comió los más
grandes.
Al día siguiente, el
dueño del huerto fue a ver sus chiles y se dio cuenta del desastre. Pero
reconoció las huellas del conejo, así que decidió que la próxima vez no se
saldría con la suya. Preparó una trampa e hizo un muñeco de cera de abeja.
Plantó el muñeco en mitad el huerto y se fue.
Por la noche, el conejo
regresó. ¡Le habían gustado tanto los chiles...!
Cuando vio al muñeco, se
acercó para saludarle.
-Buenas noches, amigo -le
dijo.
Como el muñeco no
respondía, el conejo le preguntó:
-Qué pasa, amigo, ¿te ha
comido la lengua el gato?
Y le dio con las patas
delanteras. Como se le quedaron pegadas, intentó separarse con las de atrás, y
estas también se quedaron pegadas.
A la mañana siguiente, el
hombre fue a su huerto y encontró al conejo.
-Ahora sí te tengo -le
dijo.
Lo agarró, lo metió en
una red y lo llevó a la casa para hacerse un buen guiso. Puso a calentar agua y
se fue a trabajar.
Al rato pasó por ahí el
coyote y, al ver al conejo, le dijo:
-Hermano, ¿qué haces ahí?
-Pues nada -le contestó
el conejo-, que esta gente quiere que me case con su hija. Pero yo soy todavía
muy joven, ¿por qué no te quedas tú en mi lugar? Mira, ya han puesto a calentar
el agua para el chocolate.
El coyote aceptó encantado
y se metió en la red.
Cuando regresó el hombre
y vio al coyote, se enfureció.
-Pues a ti te cocinaré
-dijo, y le echó en el agua hirviendo.
El coyote pegó un salto y
escapó. Fue a buscar al conejo a su madriguera.
-¡Ah, pícaro! Ahora mismo
te voy a comer.
-¡Pero qué me vas a
comer, con los zapotes dulces que tengo aquí!
-Bueno, entonces échame
algunos -le dijo el coyote.
Y el conejo le echó
güira. Cuando el coyote la comió, se atragantó y cayó desmayado. Al rato,
cuando despertó, fue a buscar de nuevo al conejo. Este estaba a la orilla de un
cerro, junto a una gran piedra. Al verlo, el conejo saltó y apoyó las manos en
la piedra.
-¡Pícaro, me engañaste
otra vez! Pero ahora sí que te como...
-No, no me comas -le
suplicó el conejo. Si dejo de sostener esta piedra, la montaña se caerá y nos
matará a todos. Ayúdame y sujeta la piedra mientras yo voy a buscar ayuda.
El coyote se arrimó y, al
cabo de un rato, como vio que el conejo no aparecía, se dio cuenta del engaño y
soltó la piedra. Fue a buscarle otra vez.
Esta vez estaba subido a
una rama, cerca de un panal de avispas.
-¡Ahora sí que no te
escapas...!
-¡Espera! -dijo el
conejo-. Si me comes, ¿quién va a vigilar esta escuelita? Ven y ayúdame.
El coyote subió y el
conejo le dio una vara.
-En cuanto veas que asoma
alguna, le pegas con la vara -dijo el conejo, y salió corriendo.
El coyote se recostó en
la rama y al ratito salió una avispa. Golpeó el panal, y salieron todas las
demás detrás de él. Tuvo que meterse en un arroyo para librarse de ellas.
Ya se hizo de noche
cuando el coyote encontró al conejo en la orilla de una laguna. A punto estaba
de comérselo, cuando el conejo le dijo:
-Pero qué me vas a comer,
hermano, si estaba esperándote para que comiéramos ese queso que se ve ahí.
Y le señaló la luna que
se reflejaba en el agua.
-Pero para poder
comérnoslo, antes tenemos que tomar el suero -dijo el conejo, y lo llevó a la
laguna para beber agua.
-Ay, ya no puedo tomar
más -dijo después de un rato el coyote.
-Toma otro poquitito y
así podrás comer el queso -dijo el conejo.
Cuando al coyote ya casi
le salía el agua por las orejas y tenía inflada la panza, el conejo se fue
corriendo y subió a las ramas de un árbol.
Desde allí, saltó hasta
la luna. Estando allí arriba, vio al coyote que buscaba el cielo. Por eso dicen
que el coyote mira mucho al cielo.
Y hasta aquí llegó el
cuento que me contó mi abuelo.
063. anonimo (mexico-zapoteco)
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