Había una vez un hombre pobre que tenía la mar
de hijos. Y como en su pueblo había poco trabajo y en su haber poco dinero, a
menudo se veía obligado a pedir limosna si no quería dejar que sus pequeños se
muriesen de hambre. En aquellas tierras vivía también un príncipe muy rico pero
diferente de los demás ricos, porque era bueno y generoso. Un día, mientras
andaba por un sendero, este príncipe se encontró con el hombre pobre, que se
había quedado de nuevo sin trabajo. En su casa no tenía siquiera un mendrugo de
pan ni una moneda y pedía limosna.
El príncipe, en cuanto lo vio, fue a su
encuentro, pero al pordiosero le dio vergüenza por estar todo sucio y
desharrapado; así que se volvió e hizo lo posible por alejarse. El príncipe lo
seguía dando voces, pero el hombre, sin volverse siquiera, caminaba cada vez
más deprisa. Daba la impresión de que ambos corrían. Al final, el pobre ya no
pudo más y se detuvo a escuchar qué quería el príncipe.
-Hazme un favor, buen hombre, ven al castillo
conmigo.
Juntos subieron los escalones de mármol del
castillo y, cuando estuvieron dentro, el príncipe le dio ropa para sus hijos,
alimentos de todo tipo y un poco de dinero para las necesidades más urgentes.
Después le dijo:
-Prométeme que cada quince días volverás al
castillo a buscar comida.
El hombre se lo prometió y, quince días
después, se presentó en el castillo. Pero el príncipe no estaba en casa y el
desdichado preguntó:
-¿Y no hay ningún mensaje para mí?
-Sí -respondió el ama de llaves, ésta es la
respuesta.
Y le dio una simple barra de pan. ¡Una barra
de pan! ¿Para qué puede servir una barra de pan cuando en casa esperan tantas
bocas hambrientas? El pobre no dijo nada, le dio amablemente las gracias al ama
de llaves y se fue muy triste. Por el camino, le vendió la barra de pan al
tahonero y, con el dinero que recibió, compró un poco de maíz.
-Haré unas tortillas de maíz -pensaba, que
llenan más. Cada quince días, volvía al castillo y el ama de llaves no le daba
más que una barra de pan.
El pobre hombre no entendía nada y pensaba:
-¡Qué extraña costumbre!
Una vez, al volver al castillo, el príncipe
estaba allí y le preguntó:
-Escucha, buen hombre, ¿qué haces con todo el
pan que te doy?
-Majestad, ¿qué se puede hacer con el pan?
-respondió el hombre, que no se atrevía a decir: Una barra de pan no nos
alcanza y por eso la vendo y me compro maíz. No habría sido ésa una respuesta
delicada. Lo más extraño fue que el príncipe le preguntó:
-¿Y cómo es posible que sigas tan pobre?
-Unos nacen con estrella q otros estrellados
-respondió el pobre.
Pero el príncipe no pareció satisfecho con esa
respuesta y dijo:
-Si hubieses comido el pan que te he dado,
seguramente ya no serías tan pobre.
El hombre entendía aún menos que antes y se
quedó callado. El príncipe continuó hablando:
-Escúchame: hoy te daré de nuevo una barra de
pan. Pero debes comerla tú; si no, ya no te volveré a ayudar.
El pobre hombre dejó el castillo muy confuso,
pensando: «Estos ricos tienen ideas extrañas. Sólo una barra de pan para tantas
bocas».
Y habría querido venderla de nuevo pero,
cuando llegó a la panadería, vio que estaba cerrada y en el escaparate había un
cartel que decía: «Cerramos el negocio porque ya tenemos bastante dinero».
El pobre hombre siguió tristemente su camino
y, mientras tanto, se decía:
-El panadero ha encontrado la panacea. A mí
también me gustaría tener bastante dinero.
En cuanto llegó a casa, les dijo a su mujer y
a sus hijos:
-No lo toméis a mal, pero esta vez sólo os
traigo esta barra de pan. El príncipe me ha dicho que debemos comerla nosotros;
si no, no volverá a ayudarnos.
Todos se sentaron alrededor de la mesa, que
era muy grande, porque eran muchos, y el hombre comenzó a cortar el pan en
rebanadas. Pero, en cuanto comenzó a cortarlo, de la barra cayó una lluvia de
monedas de oro.
Entonces el pobre comprendió todo y, mesándose
los cabellos, gritó:
-¡Ahora ya sé cómo ha hecho el panadero para
volverse rico! Y pensar que yo le daba barras de pan llenas de oro a cambio de
un poco de harina amarilla. He sido francamente un estúpido y he desperdiciado
mi fortuna con mis propias manos.
063. anonimo (mexico)
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