Hace varios miles de
años, vivía un rey joven y bello. Era prudente en el gobierno de su reino,
bueno con su pueblo y el país disfrutaba de una situación de bienestar. Sus
consejeros sólo estaban preocupados porque el rey no quería casarse.
-Tengo que ocuparme de mi
país, no me queda tiempo para pensar en casarme -les decía cada vez que tocaban
el tema.
Durante un tiempo, los
consejeros fueron pacientes, pero un día entraron en la sala del trono y le
dijeron:
-Poderoso soberano, es
hora de que busquéis una mujer. Si queréis seguir siendo nuestro rey, debéis
casaros.
El rey Ambanor comprendió
que esta vez ya no podría decir que no a sus consejeros. Pero no tenía ganas de
casarse, así que recurrió a la astucia para eludir el compromiso.
-De acuerdo -respondió;
si queréis, me casaré. Me casaré con la muchacha que sea capaz de hacer caer la
corona de mi cabeza lanzándome una manzana a una distancia de cien pasos.
Los consejeros menearon
la cabeza ante tal extravagancia, pero no se opusieron. El último día del año,
reunieron en el prado, frente al palacio real, a todas las muchachas casaderas
del reino.
Llegaron muchísimas
jóvenes, todas con vestido de novia y con una manzana en la mano, pero ninguna
logró hacer caer la corona de la cabeza del rey. Todas tenían miedo de darle al
rey en la cara y lanzaron sus manzanas demasiado alto.
Acabada la prueba, el rey
Ambanor, muy contento, preguntó:
-¿Hay alguna joven que no
haya lanzado aún su manzana?
Inesperadamente se oyó
una voz:
-¡Yo!
De un espeso bosquecillo
salió una muchacha, esbelta como un abedul, con un tupido velo que le cubría el
rostro. Avanzaba cubierta de flores de la cabeza a los pies y llevaba en la
mano una manzana de diamante. Se colocó a cien pasos de distancia del rey,
lanzó la manzana e hizo rodar por el suelo la corona de Ambanor.
De la boca de todos
salieron exclamaciones de alegría, seguros de que a partir de ese momento
tendrían reina pero, cuando quisieron acudir a ella para homenajearla, yo no
estaba y nadie sabía por dónde se había ido.
El rey Ambanor se sintió
defraudado, tal vez porque lo dominaba la curiosidad de saber quién se
escondía tras ese tupido velo. Ordenó a sus servidores que buscasen a la
muchacha por todo el país. Pero la enigmática desconocida había desaparecido
sin dejar rastro.
Pasado un tiempo, el rey
pidió que se reuniesen otra vez las muchachas casaderas. Ninguna consiguió,
tampoco en esta ocasión, hacer caer su corona de la cabeza. Sólo después de
que todas lanzasen su manzana, volvió a aparecer del espeso bosquecillo la
joven con su velo y cubierta de flores. Lanzó una manzana de diamante, acertó
en la corona Y la hizo caer al suelo pero, antes de que el rey y la corte
pudiesen reaccionar, ya había desaparecido. El rey Ambanor hizo registrar todo
el reino, desde la capital hasta la última aldea, pero tampoco esta vez
encontraron a la muchacha.
Días después, el rey
ordenó de nuevo que se convocase a las jóvenes del reino. Y de nuevo todas
tuvieron que pasar por la prueba de hacerle caer la corona con una manzana,
pero fallaron el tiro. La gente esperaba que volviese a aparecer la muchacha
del velo. Y, en efecto, apareció. Salió del bosquecillo, se colocó frente al
rey, le lanzó una manzana de diamante y desapareció. La corona rodó a los pies
del rey. El rey Ambanor se inclinó, recogió la manzana de diamante y se quedó
pasmado. En la manzana, como en un cristal, se reflejaba el rostro de una
joven bellísima. El rey exclamó:
-Ésta ha de ser mi
esposa. Venid todos a mirarla. ¿Alguien la conoce?
Todos observaron
encantados aquel rostro hermoso, pero nadie supo decir quién era.
Desde aquel día, el buen
rey Ambanor languideció de nostalgia. Se mantenía encerrado en el palacio sin
hablar nunca con nadie, o bien se iba a cazar solo a lo más profundo del
bosque. Un día, durante una de sus correrías, llegó a la frontera del reino.
La noche lo sorprendió en medio de la espesura. Vio a lo lejos una lucecita
que ardía en una humilde cabaña en la linde del bosque. En la cabaña, al amor
de la lumbre, estaba sentada una bruja vieja y fea con sus dos hijas, aún más
feas que ella. El rey Ambanor le pidió que lo hospedase. La bruja no quería
dejarlo entrar pero, cuando oyó que era el rey Ambanor, le preparó un lecho junto
al fuego sobre una manta de lana. El rey se acostó, pero no lograba conciliar
el sueño. En la habitación vecina, durante toda la noche, la fea bruja gritaba
como si estuviese riñendo a alguien. A sus gritos respondía la voz serena y
clara de una muchacha.
Al amanecer, el rey se
levantó dispuesto a seguir viaje. Antes de despedirse, compensó generosamente
el favor de la bruja y le preguntó:
-Dime: ¿a quién le
gritabas durante toda la noche?
-Ah, poderoso soberano
-respondió la vieja, debo decirte que vive en mi casa una hijastra, una
huerfanita, que no me aguda en nada. Cree que es más hermosa que mis dos hijas
legítimas. Además pretende robarme el pan para aplacar el hambre de una
horrible lechuza que le ha regalado, según dice, tres manzanas de diamante.
El rey Ambanor se quedó
muy sorprendido y dijo:
-¿Más hermosa que tus
hijas? Me gustaría verla. Hazme el favor de presentármela.
La vieja gritó:
-Ven aquí, basura.
Y apareció entonces en la
puerta una muchacha vestida con harapos, pero su rostro era más bello que la
luz del día. El rey Ambanor exclamó:
-Ésta es la joven que yo
buscaba.
Corrió a su encuentro, la
abrazó y dijo:
-Ven conmigo, tú serás mi
esposa.
Se fue con ella tal como
estaba, vestida con harapos. La hizo montar a caballo, delante de él, y cabalgó
hasta su reino. Cuando llegó, ordenó los preparativos de la boda y se casó con
la muchacha.
Ésta es la historia del
rey Ambanor y de su bella reina.
126. anonimo (rumania)
No hay comentarios:
Publicar un comentario