Sucedió
a mediados del pasado siglo, un año particularmente inclemente, en la costa al
sur de Languedoc. El invierno, tardío, había sido muy riguroso, y la sequía se
había hecho notar a partir de Pascua. Y, he aquí que, a finales de año,
Marinette y Fernand se encontraban sin un céntimo. Habían renunciado hacía
tiempo a la chimenea, que tiraba de forma caprichosa según soplara el viento, y
sólo se calentaban con una vieja estufa, completamente desgastada por los
fregados. Desde cuatro domingos antes de Navidad habían estado oyendo la voz de
las campanas que la anunciaban: «¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! La Navidad se va. Déjadla
marchar, que ya volverá». Al oír el repique de campanas, Marinette, que volvía
de la montaña Negra, lejos, al norte, se puso a entonar una canción de su
infancia: «A la venguda de Nadal, un bel capon dins cada ostal» (Por Navidad un
hermoso pollo capón en cada hogar). Y le dijo a su marido:
-Necesitaríamos
un buen capón, o mejor, una buena pava, y asarla para la cena de
Nochebuena.
-Sí,
pero ¿cómo? -le contestó Fernand. Sabes bien que la cosecha ha sido
escasa, muy escasa.
-¿Y
si vendiéramos la estufa y nuestro viejo caldero?
-¡Pardiez!
-decide-. Hace demasiado tiempo que
no hemos tenido una fiesta.
A
partir del día siguiente, Marinette acechó el paso del ropavejero que se
anunciaba desde lejos con el grito de «¡Se compran pieles! ¡Ropa, chatarra!». Y
tan pronto como lo oyó salió a la puerta de la casa para detenerlo.
-¿Qué
tal le va, señor Louis? Lo estaba esperando ¿Quiere comprarme mi estufa y mi
caldero?
-Con
mucho gusto, Marinette.
-¿Cuánto
me ofrece usted?
-¡Ah!
eso depende del peso. Enséñamelos.
La
estufa y el caldero, muy desgastados, no pesaban demasiado y su precio no
bastaría para comprar una pava. Marinette reflexionó y dijo:
-¿Y
si además le diera dos lámparas de aceite de estaño que heredé de mis abuelos?
Después
de haber examinado y pesado todo el lote, el señor Louis le dio un luis y 15
sous. Al día siguiente, víspera de Navidad, Marinette se levantó al alba para
ir al mercado, donde compró una hermosa pava de diez libras, totalmente
desplumada. Mientras tanto, Fernand había ido detrás de la casa a coger dos
haces de sarmientos y algunas cepas de viña, que había colocado allí para que
se secaran después de la tala. Cuando llegó la tarde encendió fuego en la
chimenea para colocar en él la pava en el asador. Marinette la había preparado
con un buen relleno, y unas castañas se asaban lentamente en un extremo del
fuego. Por fin, la pava estuvo dorada, con una piel crujiente, a gusto.
Marinette y Fernand se disponían a sentarse a la mesa cuando, de repente, un
perro vagabundo, un bastardo gris, empujó la puerta, entró en la habitación y
se dio una vuelta por ella.
-¡Oh!
mira -exclamó Fernand. ¿Has visto ese perro perdido?
-¡Eh!
¡es una perra, hombre! -replicó Marinette.
-Para
mí que es un perro -aseguró Fernand.
-¡Pues
bien! yo te digo que es una hembra -insistió la testaruda de Marinette.
Empezaron
a discutir y argumentaron hasta que la pava tuvo tiempo de enfriarse.
Finalmente, al límite de su paciencia, Fernand agarró el plato en el que había
colocado la pava para partirla, y arrojó su contenido por la ventana, con un
gesto de rabia. El perro, que había vuelto a salir y esperaba que le ofrecieran
algún hueso, atrapó la pava y se fue a las viñas cercanas a devorar aquel
banquete de Navidad que le caía del cielo.
Traducción : Esperanza Cobos Castro
120. anonimo (francia)
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