Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 7 de agosto de 2012

Pakala, tandala y el diablo


Un día se le ocurrió a Belcebú, señor de los infiernos, gastarles una broma a los hombres para divertirse un poco. Pero como no lograba imaginar nada que valiese la pena, dio tres palmadas y enseguida apareció en la puerta un minúsculo diablillo, negro como la pez, grueso como un puño, con los ojos como dos alubias y una cola de tres brazos de largo.
-¿Qué deseas, Diabólica Excelencia?
-Reúneme ahora mismo a todos los diablos, grandes y pequeños. Quiero pedirles consejo.
Poco después, la sala se llenó de diablos de todas las medidas, grandes, pequeños. Eran tantos que resultaban incontables. Cada uno de ellos le hizo una reverencia a Belcebú y se sentó en su puesto. Belcebú se colocó en el trono y en su mano, en lugar del cetro, tenía un tridente de oro. Cuando todos estuvieron sentados, él les dijo:
-Os he reunido para pediros un consejo. Querría gastarles a los hombres una broma, para divertirme un poco, pero por más que me rompo la cabeza no se me ocurre nada. Espero vuestras propuestas.
Los diablos pensaron un rato, pero a ninguno de ellos se le ocurrió una buena idea y, uno tras otro, bajaron la cabeza. Dijeran lo que dijeran, ninguna sugerencia le gustaba al soberano. Después de que habló el último diablo, Belcebú se puso furioso. Se enderezó en su trono, agitó con actitud amenazadora el tridente y les infligió las penas más terribles. Entonces se hizo oír también Misia, el minúsculo diablillo:
-Espera un momento, poderoso soberano, aún no he hablado yo.
-¿Qué pretendes tú, pigmeo? ¿Crees que encontrarás la respuesta que no han hallado los diablos magores que tú?
-Escúchame antes de enfadarte.
-De acuerdo, habla.
-Mi idea es que invitemos a los hombres a un magnífico banquete.
-¿Qué? -rugió Belcebú. ¿Yo busco una manera de burlarme de ellos y tú me propones que los invitemos a comer?
-Déjame que termine de hablar -dijo el diablillo. Los invitaremos a comer, prepararemos una mesa llena de toda clase de manjares, pero les daremos cucharas y tenedores tan largos como tu tridente. Y no se le permitirá a nadie que coma con las manos. Verás cómo nos divertiremos cuando intenten usar esos cubiertos. Frente a una mesa repleta de comida no llegarán a llevarse ningún bocado a la boca.
-Buena idea -dijo admirado Belcebú.
-Pero hay que estar atentos para que no vengan Pakala y Tandala. Esos dos bufones podrían arruinarnos la diversión.
Y se hizo así, tal como había sugerido el diablillo Misia. Los diablos se disfrazaron de cazadores, prepararon un magnífico banquete e invitaron a los hombres. Se supone que fueron todos. Así, a la hora señalada, innumerables comensales se acercaron a la mesa, se sentaron frente a las fuentes llenas de manjares. Se les hacía agua la boca. Pero, cuando cogieron los cubiertos, las cosas se les pusieron difíciles: los tenedores, los cuchillos y las cucharas eran largos como tridentes. ¡Probad de llevaros un bocado a la boca con semejantes cubiertos!
Los diablos espiaban desde las puertas y las ventanas y se desternillaban de risa.
Los comensales lidiaban con aquellos cubiertos, se batían a duelo con cuchillos y tenedores, mientras los diablos se revolcaban de risa por el suelo.
De repente, sin embargo, quién sabe de dónde, aparecieron en el umbral los dos bufones Pakala y Tandala. Echaron un vistazo a la mesa y preguntaron:
-¿Por qué no coméis, amigos?
-¿Y cómo queréis que hagamos con estas cucharas?
-Sois francamente estúpidos -se rieron Pakala y Tandala; observadnos bien.
Se sentaron uno frente al otro y comenzaron a comer. Pakala extendía la cuchara a través de la mesa y daba de comer a Tandala, y Tandala hacía otro tanto con su compañero, y así, sirviéndose el uno al otro, comían con avidez.
Dejaron a los diablos con un palmo de narices y los hombres lanzaron gritos de júbilo. Se acercaron a las mesas y, en pocos minutos, sirviéndose unos a otros, comieron todo lo que había. Después abandonaron la sala del banquete cantando, mientras desde los infiernos brotaban chillidos y lamentos como nunca antes se habían oído. Belcebú se dedicaba a asestar golpes a los diablos con su tridente.

126. anonimo (rumania)

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