Una dama comía y bebía alegremente y tenía cuanto
puede anhelar el corazón, y deseó vivir para siempre. En los primeros cien años
todo fue bien, pero después empezó a encogerse y a arrugarse, hasta que no pudo
andar, ni estar de pie, ni comer, ni beber. Pero tampoco podía morir. Al
principio la alimentaban como si fuera una niñita, pero llegó a ser tan
diminuta que la metieron en una botella de vidrio y la colgaron en una iglesia.
Todavía está allí, en la iglesia de Santa María. Es del tamaño de una rata y
una vez al año se mueve.
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